CINE › LAS VIUDAS DE LOS JUEVES, LA NUEVA PELICULA DE MARCELO PIÑEYRO
Sólido en lo técnico, narrado de modo irreprochable y con más de un acierto, el film del director de Kamchatka y Plata quemada evita el facilismo de ponerse por encima de sus personajes, pero no el riesgo de caer en cierto lugar común.
LAS VIUDAS DE LOS JUEVES
Argentina/España, 2009.
Dirección: Marcelo Piñeyro.
Guión: Marcelo Figueras y Marcelo Piñeyro, sobre novela homónima de Claudia Piñeiro.
Fotografía: Alfredo Mayo.
Música: Roque Baños.
Edición: Juan Carlos Macías.
Intérpretes: Pablo Echarri, Leonardo Sbaraglia, Ana Celentano, Gloria Carrá, Juan Diego Botto, Juana Viale, Gabriela Toscano y Ernesto Alterio.
Publicada en 2005, Las viudas de los jueves traspuso al castellano lo que la TV estadounidense había comenzado a hacer, un año antes, con Amas de casa de-sesperadas: usar el country como ámbito por excelencia de la modernidad burguesa, para elaborar una ficción crítica sobre ella. De la mano de Marcelo Piñeyro y en coproducción con la poderosa empresa española Tornasol (que produjo su anterior El método), la versión cinematográfica de la novela de Claudia Piñeiro llega a la cartelera unos meses después de otras ficciones sobre countries, como Una semana solos y La zona. Apostando a una narratividad más clásica que la película de Celina Murga y evitando los subrayados de sentido de su pariente mexicana, Las viudas de los jueves ofrece un acabado técnico tan sólido como todos los films de Piñeyro, está narrada de modo irreprochable y no carece de aciertos en su tratamiento. El problema es que no llega a generar en el espectador un compromiso profundo, en sentido emocional e intelectual.
Tal como el original literario, esta versión de Las viudas... juega a dos caballos, entre el drama íntimo y el thriller. En la secuencia de apertura, tres cadáveres de vecinos del country aparecen sumergidos en una piscina, dejando abierto el enigma que sostendrá la trama. El poder de sugestión de esos cuerpos –que flotan, de modo fantasmal, durante la secuencia de créditos– no se reeditará en las dos horas restantes. Tercera colaboración de Piñeyro con el escritor y periodista Marcelo Figueras (luego de Plata quemada y Kamchatka), el guión de Las viudas... alterna dos tiempos narrativos. El presente tiene por eje esa triple muerte (¿suicidio colectivo?, ¿accidente?, ¿ejecución?), mientras que, a diferencia de la novela, el pasado no es evocado por voces narrativas alternantes sino que se lleva adelante en una tercera persona “objetiva”.
En el centro de la evocación se yergue la dominante figura del Tano (Pablo Echarri), que en la primera escena maneja, significativamente, los hilos de una fiesta. Gerente de una multinacional, a su influjo se nuclean no sólo su esposa Teresa (Ana Celentano), sino también Ronnie (Leonardo Sbaraglia), que vive a expensas de su mujer, la agente inmobiliaria Mavy (Gabriela Toscano), y el matrimonio integrado por el pusilánime Martín (Ernesto Alterio) y su insatisfecha esposa Lala (Gloria Carrá). A ese círculo áulico de Altos de La Cascada pronto se sumarán los recién llegados Gustavo (Juan Diego Botto) y Carla (Juana Viale), que apenas logran disimular sus líneas de sombra. De oscuridades y disimulos, de elegancias sólo aparentes, de sordas envidias y larvados deseos está hecha, desde ya, Las viudas de los jueves. Está el que perdió el trabajo y no se anima a decirlo, la que se estremece cuando ve al marido de la vecina, el que quiere hacerse amigo de los hijos y no lo logra, el que dealea yerba y merca para los jóvenes habitantes del barrio, el que le pega a la mujer, la que se queda flechada con una recién llegada y el que, cuando pierda el puesto, terminará traficando con la muerte ajena. Nada de todo ello se aleja demasiado de lo previsible.
Como la acción se ubica hacia fines de 2001 en la Argentina, ese mundo vallado, vestido con las mejores marcas, sonrisas ganadoras, fiestas y sibaritismo se corroerá irrevocablemente, hasta literalmente morir. El carácter de reducción a escala de la burguesía pos-menemista (la pequeña, mediana y grande) es tan transparente que no puede librarse del peso del lugar común. Es evidente el cuidado puesto, desde el guión hasta la última actuación, para no caer en el facilismo de mirar ese mundo desde arriba, y a sus criaturas como monstruos o caricaturas. Como las anteriores películas de Piñeyro, Las viudas... parecería sopesada hasta su última resonancia, con un tono y desarrollo casi absolutamente homogéneos (el “casi” obedece a unas transiciones temporales no siempre del todo claras) y un elenco con sus altos y bajos (Echarri, Botto y los debutantes Vera Spinetta y Camilo Cuello Vitale están inmejorables).
Brazo derecho de Piñeyro desde Caballos salvajes, el español Alfredo Mayo fotografía el country a través de un velo denso y oscuro, como si todo transcurriera en una pecera. Ese es el problema: aunque se haya querido hacer de esas vidas una cifra de las de todos, y por más que en el final la nube de la tragedia se cierna algo más cargada, lo que sucede detrás de ese vidrio oscuro se siente ajeno, distante, atenuado. Ligeramente exótico, algo repetitivo, demasiado conocido tal vez.
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