Sáb 12.09.2009
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CINE › LA MUESTRA CANADIENSE ABRIó CON LOS HERMANOS COEN, JASON REITMAN Y STEVEN SODERBERGH

Los tanques avanzan sobre Toronto

A Serious Man, Up in the Air y The Informant! proporcionaron una apertura ciertamente impactante, que terminó generando un caos entre agentes de prensa digno de una comedia de Hollywood.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Toronto

El desembarco no pudo haber sido más masivo. Como si hubiera querido enrostrarle a la Mostra de Venecia –a punto de culminar este fin de semana, del otro lado del Atlántico– que le pudo “robar” varias de las películas y de las figuras de Hollywood que otros años solían pasearse en góndola por el Gran Canal o que se fotografiaban en las playas del Lido, el Festival de Toronto presentó ayer, simultáneamente, en una sala al lado de la otra, tres de los tanques estadounidenses de esta temporada que el festival canadiense se aseguró en exclusividad: A Serious Man, de los hermanos Joel y Ethan Coen; Up in the Air, de Jason Reitman, con George Clooney, y The Informant!, del incansable Steven Soderbergh, con Matt Damon.

Tanta demostración de fuerza tuvo su precio. Los agentes de prensa de las tres películas (de las cuales este cronista llegó a ver apenas las dos primeras, como tantos que tuvieron que optar entre ingresar a una sala o a otra a la misma hora) se estaban ayer sacando los ojos entre ellos para poder agendar entrevistas y notas que inevitablemente se superponían y que colapsaban los celulares de los agentes de promoción, en una suerte de paso de comedia –ya que el tema es Hollywood– que no le hubiera disgustado a Preston Sturges.

De las tres, la que ya viene hace rato con un rumor de Oscar a cuestas –lo que en todo caso habla mejor de sus publicistas que de la película misma, que recién ayer tuvo su premiere mundial aquí en Toronto– es la nueva comedia del director de La joven vida de Juno. Ganadora del Oscar al mejor guión (por Diablo Cody) y verdadera sorpresa de boletería en medio mundo, Juno en todo caso parece haber preparado el camino para Un in the Air, una comedia que no por transcurrir en el aire alcanza a ser ligera, necesariamente.

Como en Juno, se diría que Reitman también tiene aquí la intención de tocar temas graves con cierta levedad. Pero tampoco quiere que queden dudas de que lo suyo va en serio, que no se trata simplemente de pasar un rato amable y nada más. Esa infatuación es más notoria ahora en Up in the Air que en Juno, quizá porque la película anterior retrataba los conflictos de una adolescente y eso le permitía tomarse otras libertades. Aquí, por el contrario, el personaje central es un ejecutivo de una compañía especializada en despidos, un tema muy de la época.

“Las acciones bajan, las empresas cierran, es nuestro mejor momento”, se enorgullece uno de esos CEO que parecen salidos de la última etapa de la era Bush. El mejor hombre en este asunto de comunicar malas noticias es Ryan Bingham (George Clooney), un seductor nato, satisfecho de asumir con una sonrisa compradora aquellas situaciones que, por el contrario, todos prefieren evitar. Se enorgullece de no tener raíces ni hogar, de vivir literalmente en el aire, volando de una ciudad a otra, sin compromisos con nada ni con nadie en ninguna. Su único objetivo en la vida parecería ser el de conseguir una tarjeta que atestigüe que ha volado diez millones de millas. Pero cuando la consiga sabrá lo que toda la platea ya se venía venir hace rato: que por adentro está tan vacío como una nube.

Hay algo de las “tragedias optimistas” de Frank Capra en el nuevo film de Reitman, pero sobre todo, antes que esa referencia cinéfila, se impone cierto neoconservadurismo new age, que ya estaba en el final de Juno, cuando la chica decidía no abortar, y que reaparece aquí en la forma de esa familia que en el fondo añora el bueno de Ryan. Que lo que se intuya de ese grupo familiar sea vulgar o mediocre (¿por qué añorarla, entonces?) no hace sino reforzar el conformismo tan en boga en las últimas comedias de Hollywood –véase ¿Qué pasó ayer?–, donde primero prometen subvertir todos los órdenes para finalmente terminar rondando como perros falderos el altar matrimonial.

Muy diferente es el caso de A Serious Man, quizá la película más íntima y personal de los hermanos Coen, una suerte de Amarcord judío hecho por dos cineastas que recuerdan con una mezcla equivalente de nostalgia y angustia cómo eran las cosas en su tierra natal de Minnesota allá por 1967, cuando entraban en la adolescencia y seguramente los perseguían tanto sus hormonas como sus problemas de conciencia. El protagonista al que alude el título, el hombre serio, o al menos aquel que quiere serlo, probándose a sí mismo como a su familia, es Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un profesor de matemáticas a quien de pronto todo le empieza a ir de mal en peor: está corto de dinero, su hijo tiene problemas en la escuela, su hija se quiere operar la nariz y su esposa le pide el divorcio, para casarse con el hombre a quien Larry más detesta en la vida.

Que a Larry no se le ocurra mejor idea para solucionar sus conflictos domésticos que recurrir al rabino de la comunidad (quien lo derivará primero a otro y luego a un tercero, a cuál más inescrutable) no hará sino sumir al personaje en un universo tan absurdo y abrumador como el que acosaba a aquel atribulado guionista llamado... Barton Fink. Citas a la Cábala, a ese espíritu maligno del judaísmo llamado dybbuk (en un prólogo realizado a la manera del teatro Yíddish) y al antisemitismo manifiesto de algunos vecinos de Larry no impiden a su vez momentos de un humor delirante, como cuando el muchacho enfrenta la ceremonia del Bar Mitzvah bajo la alegre influencia de un porro recién adquirido. Film raro, desconcertante, atípico, A Serious Man viene a mostrar, después de Sin lugar para los débiles y de Quémese después de leerse, hasta qué punto el cine de los Coen todavía tiene caras ocultas para descubrir.

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