CINE › CELINA MURGA HABLA DE “ANA Y LOS OTROS”
Después de haber cosechado varios premios internacionales, su ópera prima se estrena aquí este jueves. Murga cuenta cómo la ficción se nutrió de sus idas y vueltas entre Paraná y Buenos Aires.
Celina Murga nació en Paraná en 1973, pero vive en la Capital desde que decidió estudiar cine. Quizá por eso conoce las cabriolas que hay que dar a veces para acomodarse a los sacudones existenciales que produce cada cambio de hogar. Quizá por eso también, su ópera prima, que se estrena este jueves, es Ana y los otros, una historia de amor sin besos ni declaraciones en la que se sigue el itinerario de una chica de 25 años que vuelve a su ciudad natal después de mucho tiempo. A partir de la búsqueda de Ana (Camila Toker), el film muestra la solapada desesperación de alguien que necesita reencontrarse con un gran amor adolescente para volver a saber quién es. En el camino de esa pesquisa, se ofrece al espectador una síntesis del viejo debate que hace dos mil años sostuvieron Heraclito y Parménides: el mundo (y por tanto la vida humana) fluye permanentemente; sin embargo, los que existimos somos siempre más o menos los mismos.
Ahora la directora está sentada en un bar y mira de tanto en tanto a la gente que pasa por la calle, mientras dibuja con su saludo inicial la estampa de una mujer menuda y morena, quizá tímida. Su leve acento litoraleño fluye por la entrevista como un río tranquilo que impone respeto con cada silencio. Aunque su film independiente ya haya cosechado varios premios internacionales, los temas que la hacen desplegarse siguen siendo Paraná, la casi eterna Buenos Aires, las emociones, el fluir del tiempo, el amor.
–En la película se relata la historia de un regreso en el que la ternura y el choque hacen contrapunto. ¿Hay algo de autobiográfico en ese retorno conflictuado?
–Es posible. La idea central nació cuando estudiaba cine en Buenos Aires y hacía viajes más o menos periódicos a Paraná. En ese ida y vuelta empecé a tener la sensación rara de que me reconocía cada vez menos en esos lugares y en esas personas. Estaba empezando a transformarme en otra, y a la vez, seguía pensando en Paraná como mi casa. De esas sensaciones surgió la idea de una historia que contara la experiencia conflictiva de alguien que vuelve a su ciudad después de una ausencia larga.
–Y esa historia se fue alimentando de otras cosas...
–A partir de una primera versión del guión hice algunos viajes al Litoral y me entrevisté con actores y no actores. La idea era que estuvieran en la película. Pero esas charlas me aportaron cosas que fueron incluyéndose en el guión. Situaciones que me ayudaron a captar el lugar, sus colores y sus personajes. Terminaron participando no sólo las personas, sino también las historias del lugar. Y así el lugar se transformó en un protagonista más.
–El film muestra también una pluralidad de amores, como si quisiera explicitar cierta imposibilidad de definir ese sentimiento...
–Uno de mis objetivos era poder dar cuenta de las diferentes formas que adquiere el amor: el enamoramiento infantil, el adolescente, las parejas de jóvenes adultos, etc. Hice un recorrido por todas esas maneras de querer, y me parece que en general, cada uno puede reconocerse un poco en todas, porque si se tiene algo de suerte a lo largo de la vida, uno va transitando todas esas formas que tiene el afecto. El amor no se puede encasillar porque es esa multiplicidad.
–Borges decía que no hay forma más poderosa de señalar una palabra que no nombrarla. ¿Cómo funciona esa “economía del silencio”?
–En esta historia el amor es el motor que hace que la protagonista tome un camino, pero el centro no es el amor sino los cambios que se producen en el recorrido. Decidí no mostrar lo que pasa durante el encuentro entre Ana y su ex novio, porque no era ése el centro de la historia. El eje es el viaje interior, un tránsito en el que la vieja relación aparece con presencias retaceadas (como los recuerdos). La necesidad de un reencuentro hace que Ana preste atención al sonido de la voz de su ex en el video de un casamiento, que escuche confusas referencias que le dan los amigos y que reúna un conjunto de datos dispersos que ella intenta montar disimuladamente. Los datos que le faltan son los que la empujan a seguir.
–Ese periplo se hace entre lugares y personas de la Argentina profunda ¿Qué aportan a una ficción las experiencias de la gente de las provincias?
–Yo estoy convencida de que las ciudades del interior, por su condición periférica, ofrecen una gama de experiencias desconocidas para muchos. Por ejemplo: quienes como el personaje de Ana se van a estudiar a la Capital, lo hacen en una época en que el mundo adolescente termina. Eso hace que la ciudad natal se convierta en el reino idealizado de la infancia y primera juventud. Por eso cuando Ana vuelve a su lugar de nacimiento espera encontrar viejas magias, que muchas veces han desaparecido. Desde lo narrativo, la riqueza que esas vivencias brindan es muy grande.
El realismo de Murga se reconoce hijo de ciertos aportes del cineasta francés Eric Rohmer. El suyo es un abordaje de lo cotidiano que se vale de poderosas antenas para detectar los destellos de belleza que hay en los lugares menos esperados, es decir, en los más inmediatos. “Es que si uno observa con detenimiento puede sacar belleza de una baldosa”, afirma. “Una película, en el mejor de los casos, abre una puerta hacia un universo desconocido que puede estar oculto en la esquina de tu casa. Las nuevas formas de mostrar el mundo son las que abren esas puertas a lo nuevo, y ese mundo nuevo es muchas veces, nada menos que un espejo.”
Ana y los otros se enmarca en la línea de esas ideas, y trae antecedentes de peso. Ganó el Premio Especial del jurado en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires del 2003 y a partir de ahí se sucedieron premios en Venecia, San Sebastián, Toronto, Londres y Grecia. La pregunta que se impone tiene que ver con cuál fue el desafío más importante que la realizadora enfrentó entre el primer sueño de una película realizada de manera independiente y la proyección. “El estreno de la película en Paraná fue la prueba de fuego –cuenta–. Es mi lugar de origen y en ese momento sentí que si les gustaba, iba a ser un logro de todos los paranaenses. Cuando terminó la película y la gente empezó a aplaudir fue una sensación muy fuerte. Para donde miraba veía una cara conocida, mucha gente me saludaba, me preguntaba cosas...”
–Y se puede suponer que le preguntaron si, como Ana, usted también había dejado un amor en el Litoral...
–No, eso me lo preguntan sólo los periodistas.
Informe: Facundo García.
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