CINE › “LOS HERMANOS GRIMM”, DIRIGIDA POR TERRY GILLIAM
› Por H. B.
No son buenos tiempos para Terry Gilliam, el desaforado cineasta de películas de culto como Brazil (1985) y 12 monos (1995). En lo que va del siglo XXI, este ex Monty Python vio hundirse no uno sino dos proyectos largamente anhelados: Good Omens, comedia fantástica basada en una novela de Neil Gaiman, y su soñada versión de Don Quijote. Otro tanto le sucedió con dos films que sí llegó a realizar y que presentó casi al mismo tiempo, en septiembre pasado. Uno es Tideland, paráfrasis de Alicia en el país de las maravillas exhibida en competencia en el Festival de San Sebastián. El otro es Los hermanos Grimm, que tras una larga historia de inflaciones de presupuesto, peleas con el equipo y disputas con el productor (el temible Harvey Weinstein) logró completar justo a tiempo para el Festival de Venecia.
Con el cada vez más ascendente Heath Ledger (pronto se lo verá en Secreto en la montaña y Casanova) y Matt Damon –principal protegé de los hermanos Weinstein– en la piel de los autores de Cenicienta y Blancanieves, Gilliam y su guionista Ehren Kruger imaginan a unos hermanos Grimm que parecerían casi los dobles de los frenéticos Johnny Depp y Benicio del Toro de Pánico y locura en Las Vegas. Algo más reconcentrado Jacob (Ledger) y todo un caradura y seductor Wilhelm (Damon), en la imaginación de Gilliam ambos son dos simpáticos encantadores de serpientes (enroscadores de víboras, más bien) en la Alemania rural de comienzos del siglo XIX, bajo dominio de las tropas napoleónicas. Lo que hacen los tipos es muy sencillo: van por los pueblos recopilando supersticiones. Pero no para volverlas cuentos de hadas sino para pergeñar timos que les permitan lucrar con la ingenuidad de los aldeanos.
De paso, claro, se supone que de las notas de Jacob irán surgiendo La Bella Durmiente, Rapunzel y demás, mientras los persiguen un cruel general francés (Jonathan Pryce, otra vez a las órdenes de Gilliam después de Brazil) y un lugarteniente italiano, que de tan desbocado y gritón casi parece un mal imitador de Roberto Benigni (el sueco Peter Stormare). Algo debe pasar con los italianos, ya que le ha tocado a Monica Bellucci hacer de reina malvada, salida (o entrada) de algún cuento de los Grimm. Los hermanos Grimm es Gilliam recargado, y esto entre otras cosas quiere decir más caótico que nunca. En ocasiones, lo que más tarde serán los cuentos de los hermanos aparecen incorporados a la línea central del relato (si puede hablarse de ello en una narración como ésta). Pero cuando Gilliam y su guionista no pueden calzarlos, simplemente los añaden como pies de página, que es lo que sucede con las historias de Hansel y Gretel y Caperucita.
En el medio aparecen y desaparecen el general francés y su lugarteniente italiano, peleando para ver quién grita más pero sin que se entienda bien a cuento de qué vienen. En medio del estruendo general, Gilliam se entretiene con algunos de sus juguetes preferidos, ya se trate de grandes angulares como de munchhausianos dispositivos y tramoyas. Habiendo visto la posterior Tideland algo puede anticiparse: el futuro de Terry Gilliam no luce mucho mejor que su presente.
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