CINE › OPINION
› Por Litto Nebbia
Llegué a San Sebastián el domingo 20 de septiembre, conduciendo mi esposa un auto rentado desde París. Ya sé que a algunos artistas les parece muy desgastante hacer esto, pero es lo que hago desde niño, viajar & tocar, conocer & disfrutar. La cuestión es que llegamos sanos y salvos y no sabíamos dónde diablos quedaba nuestro hotel. Mucho menos el pub-Club de Jazz más importante históricamente de la ciudad, donde actuaría el 21 y 22, el bendito AltXterri Bar. Después de una hora de dar vueltas y vueltas para toparnos siempre con la entrada del Festival de Cine de San Sebastián, la policía nos corrió por estar estorbando a los invitados del evento, mientras El secreto de sus ojos era ovacionado. Terminada la función, descubrimos que el Club de Jazz estaba justamente enfrente.
Al día siguiente toqué en el Altxterri más de dos horas, frente a un manojo de argentinos y vascos. Emocionados los primeros por verme y emocionados los segundos por descubrirme. Entre los presentes, el embajador en Madrid Carlos Bettini estaba sorprendido por la desorganización táctica que los argentinos tenemos a veces. No podía comprender por qué nadie se había percatado de que tras la proyección del film de Juan José Campanella, enfrente actuaba otro argentino. Tan solo para combinar algo simpático.
Al día siguiente el local estuvo mucho más lleno y salió realmente muy bien. A mí se me había perdido la última púa para la guitarra y los negocios de música ya estaban cerrados. Cuando marchábamos para el Altxterri, mi mujer vio pasar a un joven con una guitarra en la espalda y en cuanto le escuchó decir: “Maestro... no lo puedo creer”, le preguntó: “¿No te sobra una púa?”. Me ofreció dos o tres, pero le dije que no podía aceptar tantas, que sólo era una emergencia por una noche. Pero su compañera dijo: “Aceptalas, que te las da porque te admira...”. Cuando se marcharon, mi mujer me contó que quien acompañaba al guitarrista era la actriz Soledad Villamil, protagonista de esta película que despierta admiración en España. Una película que finalmente vimos en los cines Yelmo, en una sala colmada que se animó a tirar un aplauso al final.
Nos hizo mucho bien verla. No conozco a nadie de los que trabajan y no viene al caso. El asunto es que este film, mucho más allá de la crítica cinematográfica, es una motivación para el espíritu. Se trata de un hecho artístico-sensible que aparece al Mundo en un momento donde las reglas de Vida que difunden la mayoría de los medios tienen que ver con que no serás feliz si no eres millonario. Donde las grandes ligas de producción del entretenimiento sólo hablan de ratings marketings mainstrean copetin’s fuckings makin’s & rakings... Donde el idealista, el que se afirma en su compromiso de lealtad, pasa a ser un boludo que se “ha quedado”. Entonces aparece un film que rescata valores inconmensurables del ser humano, el ser Argentino, el ser del Tercer Mundo, el ser persona, al fin, cualquiera sea su extracto social o regional.
Más allá del entretenimiento fílmico, la pesquisa y búsqueda típica del policial negro, El secreto de sus ojos es un pretexto sólido para explayar el que continuando con esos “ideales” devaluados se puede seguir adelante en este mundo tan violento y superfluo. Seguir adelante hasta lograr emocionar a San Sebastián y también que algunas gentes (como nosotros) sigamos hablando más de dos horas sobre nuestras vidas a partir de la proyección del film.
Excelentes actuaciones, sobrias y relajadas. Hablamos de un film climático y profundo. Temática que tiene docenas de oportunidades para exagerar la sobreactuación, pornografiar la decadencia de principios o aumentar el “touch” de ser argentino. Pero El secreto... es noble. De forma sutil es una historia de amor, narrada a través de una historia trágica. Es también una trágica historia que culmina desencadenando un amor que no se supo decir. En una palabra, un film que habla de la Verdad, que a veces no se dice o no se puede decir. Se ocupa de descubrir la verdad sobre un asesinato, y la verdad sobre un sentimiento de amor no declarado a tiempo. Magistralmente, cuando se frena la investigación y cierra el caso, también se congela la declaración de amor.
En los ’60 fue muy útil gran parte del Cinema Novo Brasilero. En los ’70 cumplió una función de testimonio el cine de Costa-Gavras. No quiero sentirme obligado ahora a determinar qué pasó en los ’80 y ’90, pero sin duda el cine de Campanella, en estos días de tanta máquina, celular y sexo virtual, nos da un aliento para mañana tomar de nuevo el subte con la frente bien alta llena de esperanza. Que cada mañana pueda leer sobre su éxito de público allí donde se proyecta me pone feliz como argentino, como cinéfilo, como persona.
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