CINE › EL CORREDOR NOCTURNO, DEL ESPAÑOL GERARDO HERRERO
› Por Horacio Bernades
EL CORREDOR NOCTURNO
(España/Argentina 2009.)
Dirección: Gerardo Herrero.
Guión: Nicolás Saad, sobre novela de Hugo Burel.
Fotografía: Alfredo Mayo.
Intérpretes: Miguel Angel Solá, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Jorge Sabaté, Marta Lubos, Vicente Manuel y Ricardo Díaz.
Los alemanes lo llaman do-ppelgänger. Para los orientales es una de las formas del yin-yang. En términos freudianos representa la oposición entre el yo y el ello. A esa figura del doble siniestro, que acosa al héroe y a la vez cumple sus peores deseos, la literatura y el cine policiales y de terror le han sacado el jugo, a más no poder. En algunos casos de forma excelsa; en otros, no tanto. Bajo la sombra augusta de El doble y Jekyll y Hyde, de La sombra de una duda y Pacto siniestro, de Dead Ringers y Una historia violenta, en esta ocasión es el productor y realizador español Gerardo Herrero el que aborda el tema, a partir de una novela del uruguayo Hugo Burel, adaptada por el argentino Nicolás Saad. Coproducción de capitales mayoritariamente españoles, más allá de la presencia de algún técnico de ese origen, El corredor nocturno habla en porteño, desde el primer nombre del elenco hasta el último de los decorados naturales.
El primer nombre del elenco es Miguel Angel Solá, que desde el momento mismo en que se presenta, cualquiera se da cuenta de que va a manipular como un títere al bueno de Eduardo (Leonardo Sbaraglia). Eduardo representa al hombre medio, lo cual se expresa aquí mediante el uso extensivo del color gris. Gris es su ropa y la de los miembros de su familia, grises son las paredes de su casa, gris es la oficina de Puerto Madero donde trabaja. Gris es, también, la coloratura sobre la que trabaja Alfredo Mayo (director de fotografía favorito de Marcelo Piñeyro), aplicando a la película una gruesa pátina visual, que la textura del digital hace borrosa. A cargo de un puesto gerencial en una compañía multinacional (hecho denotado por la pronunciación “yanqui” de su jefe), Eduardo recibe presiones de todas partes. Por un lado, del CEO yanqui, que lo aprieta para que eche gente. Por otro, de los que podría llegar a echar, encarnados por un veterano empleado (Ricardo Díaz, notable secundario). Finalmente, de aquellos a los que desplazó, en la figura de la viuda de su antecesor (Marta Lubos, en un papel bipolar que aporta a la película su única cuota de cierta locura). Como un martillo sobre su conciencia, la mujer acusa a Eduardo de haber empujado a su marido a la muerte.
En ese contexto se presenta Raimundo Conti (Solá), uno de esos winners sociales a los que en otra época se definiría como menemistas. Bien trajeado y con el pelo al ras, sibarita, maquiavélico, capaz de cualquier cosa, Raimundo es lo que Eduardo no se anima a ser. Es a ello a lo que lo instiga. Está claro que Eduardo es un pequeño Fausto. En cuanto a Conti, sólo le faltan la barbita, la cola y el tridente. Todo es claro y evidente en El corredor nocturno. Todo es serio y solemne. Todo es como una larga línea de puntos que conduce, sin sorpresas ni accidentes, hasta un lugar que todos imaginamos.
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