CINE › “MUNICH”, LA POLEMICA PELICULA DE STEVEN SPIELBERG
En su segundo film después del 9/11, el director de Guerra de los mundos vuelve sobre otro septiembre trágico (Munich, 1972) y sus consecuencias. Pero entre el thriller de espionaje y la reflexión sobre el fin y los medios, se pierde en su propia ambición.
› Por Luciano Monteagudo
Después de Guerra de los mundos, de la que el propio Spielberg afirmó que llegaba “en un momento en que los norteamericanos se sienten profundamente vulnerables”, Munich es el segundo film que el director de E. T. realiza después de los atentados del 11 de septiembre. Y aunque la génesis del proyecto parece remontarse a varios años atrás (al punto de que el 9/11 habría provocado un hiato en su producción), es un dato de la realidad que su nueva película habla precisamente sobre el tipo de respuesta que un estado democráticamente organizado articula a partir de un ataque terrorista de magnitud internacional.
Fue otro septiembre trágico, en 1972 (ver cronología), cuando un grupo comando palestino secuestró en los Juegos Olímpicos de Munich a once atletas israelíes para terminar con un baño de sangre, transmitido en directo al mundo por una televisión todavía mayoritariamente en blanco y negro. A partir de ese ataque, el gobierno israelí, por entonces al mando de la primera ministra Golda Meir, organizó una represalia secreta, denominada “Operativo Ira de Dios”, que consistió en el asesinato sistemático de los supuestos autores intelectuales del atentado, acción que se mantuvo en las sombras hasta la aparición en 1984 del libro Venganza, del periodista canadiense George Jonas.
A pesar de la naturaleza polémica del libro, que fue cuestionado por todos los bandos involucrados (y que según recuerda ahora la prensa estadounidense figuró en su momento en la lista de libros más vendidos en los apartados de “ficción” y “no ficción” simultáneamente), ésa es la única fuente reconocida por el guión firmado a cuatro manos por una improbable pareja integrada por el dramaturgo Tony Kushner (autor de la miniserie Angels in America) y Eric Roth, el libretista de Forrest Gump. Que ahora el propio Jonas se queje de Spielberg (“Con el debido respeto a la cultura pop y a su indiscutido maestro, uno no alcanza alturas morales siendo neutral entre el bien y el mal”, afirmó) no es sino parte de una polémica mayor, que involucra tanto a sobrevivientes del grupo palestino Septiembre Negro –Abu Daoud, para quien el film sólo ve “el lado sionista”– como a algunos sectores del establishment israelí, que rechazaron de la película lo que consideran “una equivalencia moral” entre terroristas y contraterroristas.
El eje dramático y narrativo de Munich es Avner (Eric Bana, ex Hulk), un joven agente del Mossad, hijo de uno de los héroes de Israel, que goza de la mayor confianza de Golda Meir por haber sido su guardaespaldas y a quien, de manera velada, la propia primera ministra le propone liderar la “Ira de Dios”. Tal como lo muestra Spielberg en unas pocas pinceladas, Avner es un hombre bueno y un marido ejemplar, a quien su mujer está a punto de darle su primer hijo. Una misión como la que le proponen significaría apartarse de su familia por años, pero como le recuerda su esposa, no sin ironía, “como fuiste criado en un kibutz pensás que Israel es tu madre”.
A partir de la decisión de Avner de renunciar a su familia y servir a su patria, en una acción claramente violatoria de las leyes internacionales y de la propia ley israelí (“En Israel ni siquiera tenemos pena de muerte”, le recuerda un miembro de su mismo grupo), la película va siguiendo puntillosamente no sólo la lista de blancos que llevan al protagonista de Ginebra a Frankfurt, Roma, París, Chipre, Londres y Beirut, sino también el recorrido interior de Avner, que comienza no tanto a cuestionarse sus actos (sus dudas, en este sentido, son pocas) como a desconfiar de todo y de todos, incluidos sus superiores, como corresponde a una situación en la que se mueven piezas de un ajedrez en las que él se siente cada vez más un mero peón.
En un gesto que es a la vez de ambición y de impotencia, Spielberg pareciera que quiere abarcar todo en Munich: el thriller de espionaje y la reflexión sobre el fin y los medios; el mero vértigo de la paranoia y preguntas sobre grandes temas con mayúsculas, como Justicia o Decencia, Verdad o Venganza; el frío retrato de un killer eficiente y el melodramático sufrimiento de un hombre alejado de sus seres queridos. El problema es que, en dos horas y media de metraje, su película no consigue decidirse por ninguna de estas líneas ni profundizar en ninguno de estos temas. Hay, por supuesto, secuencias dignas del gran narrador que suele ser Spielberg, como el primer asesinato, de factura hitchcockiana, en el que la sombra de un ascensor desciende sobre la víctima como una guillotina y su cuerpo, al caer, visto en cenital, se confunde en un charco rojo y blanco, hecho de la mezcla de su sangre con una leche derramada.
Pero en líneas generales, Munich es un film de una torpeza impensable en el director de Tiburón: de tan esquemática, la escena de Avner con una integrante de los Baader-Meinhoff parece una caricatura; el asesinato de una espía holandesa es ofensivo por su misoginia; y el montaje paralelo entre un orgasmo de Avner y el trágico final de la masacre de Munich puede considerarse sencillamente grotesco. Algo insólito también en un director de su experiencia es la manera en que están utilizados los diálogos (el último de los cuales transcurre frente a la silueta premonitoria de las Torres Gemelas): cuando no hay acción, pareciera que aquello que hablan los personajes no está dirigido a que se comuniquen entre sí, sino más bien a explicarle alguna idea importante y abstracta al espectador, acerca de los fundamentos de una nación o de los conflictos existenciales del protagonista.
En cuanto a la objetividad que proclama Spielberg tiene su film en relación con su tema, hay una escena particularmente reveladora, por su dimensión simbólica: en un encuentro tan casual como peligroso en Atenas, Avner, haciéndose pasar por un miembro del Ejército Rojo alemán, mantiene un diálogo con un terrorista palestino. Cada uno ofrece elocuentemente su punto de vista sobre la situación en Medio Oriente, al punto que el palestino desconfía de Avner y le dice: “Parecés sionista”. Es como si el personaje se lo dijera al propio Spielberg. En la escena siguiente, en un enfrentamiento a tiros, el palestino termina muerto, a manos de Avner.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux