CINE › A LOS 89 AñOS, MURIó EL DIRECTOR EMILIO VIEYRA
Celebrado por los amantes del cine B por Sangre de vírgenes y Correccional de mujeres, también glorificó a los parapoliciales en Comandos azules y puso la firma en varios vehículos pasatistas.
Taquillero y prolífico, dos palabras que definen a Emilio Vieyra pero que así sueltas no llegan a revelar toda su rareza. Tal vez, la diversidad de su filmografía permita una primera aproximación: comedias inocentes y subidas de tono, terror, policiales y hasta musicales. El cineasta falleció a los 89 años el lunes en su casa, luego de pasar una semana internado en el Sanatorio Anchorena de esta ciudad. “Murió a causa de una enfermedad que recién se le había detectado. A pesar de su edad, siempre tenía proyectos y pensaba hacerlos en cualquier momento, entre ellos un thriller policial”, expresó su hija, María Fernanda Blasco. A pedido del cineasta, sus restos fueron cremados el mismo día de su muerte.
Vieyra nació el 12 de octubre de 1920. Iniciado en la dirección en 1961, con Detrás de la mentira, fue productor de la mayoría de sus 30 largometrajes. Y quizá motivado por sus deseos iniciales de ser actor, se reservaba pequeños papeles en algunas de sus películas, como el del encargado de organizar fiestas negras en La bestia desnuda (1971). La explosiva mezcla entre elementos fantásticos, erotismo y terror de Sangre de vírgenes (1967), y Correccional de mujeres (1985) le dio un público propio: los amantes del cine clase B americano que admiraban su capacidad de recrear con bajo presupuesto atmósferas sangrientas con la dosis justa de sexo. De hecho, hasta intentaron patentarlo como “director de culto”.
Su figura es de lo más curiosa, porque en la vereda opuesta de esa admiración creciente se ubicaba la crítica especializada que –salvo un minúsculo grupo de adeptos– frecuentemente lo castigaba, y a menudo con razón. Los cuestionamientos más fuertes le llegaron en la época de la dictadura militar y adquirieron un tinte político. En aquel entonces filmó Comandos azules y Comandos azules en acción, dos historias que invitaban a una relación con las actividades de los grupos parapoliciales, a los que se retrataba con un aura de glorificación que identificó al director con el “proceso” gobernante. Al respecto, Vieyra se justificó hace unos años: “Es como pensar que los responsables de las cárceles me pagaban para hacer largometrajes como Correccional de mujeres”. En 1996 también se lo señaló por Adiós abuelo, film en el que parecía hacer una defensa de la apropiación ilegal de menores.
Antes, entre 1969 y 1970, Vieyra llevó a Sandro a la pantalla grande con Quiero llenarme de ti, La vida continúa y Gitano, que fueron exportadas a todo el mundo de habla hispana. Por esa época también filmó Villa Cariño está que arde (1968), La venganza del sexo (1971), y Yo gané el prode, ¿y usted? (1972). También les dio sus primeros papeles importantes a Susana Giménez y Soledad Silveyra en Los mochileros, con sus habituales Ricardo Bauleo y Víctor Bo. En 1974, con Bauleo, Bo y Julio De Grazia, llegó La gran aventura, iniciadora de la serie de Superagentes que rompió las taquillas. Un año más tarde, dirigió Los irrompibles, una suerte de parodia del western protagonizada por Jorge Martínez y Ricardo Espalter.
Alguna vez, Vieyra se autodefinió como “un fabricante de películas”. “No me considero un artista sino un artesano del cine. A mí lo que me interesa es el cine que entretiene”, expresó. “El policial, de intriga o suspenso, es lo que más me seduce. También hacer películas entretenidas, con buen ritmo, que no se detengan. Siempre preferí la sobriedad y el ritmo del cine estadounidense por sobre la teatralidad y la lentitud del europeo”, explicó sobre sus particulares elecciones.
En sus últimos años ya no filmaba tanto como en los ’70 y ’80. Su última película fue Cargo de conciencia (2005), protagonizada por Rodolfo Ranni, Pepe Soriano, Rubén Stella y Alicia Zanca, y una pequeña participación suya. Hasta hace poco se mantuvo en su puesto como secretario de Previsión Social de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), asociación de la que fue secretario durante más de diez años. “El cine que le interesa a la gente es el que la emociona, el que le muestra nuestra idiosincrasia, el que la entretiene, que la hace reír, como algunas películas que todos los críticos ignoran o descalifican, pero meten un millón de espectadores”, sostuvo. En esas palabras, tal vez, esté la esencia de la rareza.
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