Dom 21.02.2010
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CINE › LA PELICULA TURCA BAL SE LLEVO EL PREMIO MAYOR DEL FESTIVAL

El oso se dejó tentar por la miel

Desconocido en Argentina pero con experiencia en Cannes y Venecia, el realizador turco Semih Kaplanoglu consiguió el Oso de Oro para Bal (Miel), misterioso retrato del mundo infantil. Roman Polanski fue premiado como mejor director por The Ghost Writer.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Berlín

Un bosque espeso, oscuro, rumoroso, en plena montaña; un niño de apenas seis años, que se asoma a ese mundo pleno de misterio con el asombro de la primera inocencia; un padre que se trepa a los árboles más altos para recoger una miel escasa y de la cual vive modestamente toda su familia. Son muy pocos los elementos dramáticos de Bal (Miel), y los diálogos son aún más escasos, pero el director turco Semih Kaplanoglu los utiliza con un equilibrio y una sabiduría que ayer le valieron el Oso de Oro de la edición número 60 de la Berlinale.

Bal es un film silencioso, hablado apenas con susurros, de un raro lirismo, que trae a la memoria otro gran film sobre el universo infantil, El espíritu de la colmena (1973), del español Víctor Erice. Se diría que en los ojos de Yusuf, el pequeño protagonista de Bal, se reflejan los de aquella niña que fue Ana Torrent, que también descubría de pronto la complejidad del mundo.

En una competencia irregular pero que elevó bastante su nivel con respecto a ediciones anteriores de la Berlinale, el Oso de Oro a Bal (comentada extensamente por Página/12 en su edición del miércoles 17) supo premiar un film parco, inteligente y sensible. Su autor, Semih Kaplanoglu, es un desconocido en Argentina, pero ahora se viene a saber que es el autor de una trilogía sobre Yusuf que comenzó en la Quincena de los Realizadores de Cannes 2007 con Yumurta (Huevo) y siguió en la competencia de la Mostra de Venecia 2008 con Süt (Leche). Lo peculiar de esta trilogía es que está concebida en un sentido cronológico inverso: empieza con el personaje adulto, sigue con un Yusuf adolescente y termina cuando Yusuf niño tartamudea ante las primeras lecturas y aprende a distinguir el vuelo del búho familiar a través del sonido del cascabel que lleva en una de sus patas. Fue un bello gesto el de Kaplanoglu –un nombre que habrá que sumar ahora al de Nuri Bilge Ceylan, el otro cineasta turco de prestigio internacional– cuando a cambio del Oso de Oro le ofreció al presidente del jurado oficial, Werner Herzog, ese cascabel que le da un sonido tan singular a la película.

El premio que, sin embargo, acaparó inmediatamente los titulares de los portales de Internet fue el Oso de Plata al mejor director para Roman Polanski, por su thriller político The Ghost Writer. “Roman no pudo venir, porque la última vez que fue a recibir un premio a un festival terminó preso”, dijeron arriba del escenario del Berlinale Palast los productores de la película, en referencia a la prisión domiciliaria que todavía cumple en su mansión de Gstaad, después de que en septiembre pasado fuera detenido en el Festival de Zurich a pedido de un fiscal estadounidense, por aquel cargo de abuso sexual de una menor, del cual escapó de la Justicia en 1978. Aunque The Ghost Writer es una película sin duda sólida y disfrutable, también hay que reconocer que se trata de un trabajo modesto, por lo cual el premio de Berlín debe leerse básicamente como una reivindicación del mundo del cine a uno de sus pares más famosos en otro de los momentos difíciles de su vida, en la que nunca faltaron conflictos y tragedias.

En el rubro mejor actriz (donde tenía chances María Onetto por Rompecabezas, la película argentina en competencia) la ganadora fue Shinobu Terajima, de excepcional entrega en Caterpillar, el film de Koji Wakamatsu que dividió aguas en la Berlinale por la ferocidad con la que carga contra el militarismo imperial japonés. El Oso de Plata al mejor actor fue ex aequo para los dos únicos intérpretes de la película rusa Cómo terminé este verano, de Alexei Popogrevsky, también premiada por su fotografía. Y el excelente debut en el largometraje del rumano Florin Serban se llevó dos estatuillas a falta de una: el Gran Premio del Jurado y el Alfred Bauer Preis, que lleva el nombre del fundador de la Berlinale y premia a un film que “abre horizontes en el arte del cine”.

Si no fuera porque parece injusto el olvido de Der Räuber, valioso film austríaco-alemán de Benjamin Heisenberg sobre un maratonista adicto no sólo a la velocidad de su propio cuerpo sino también a la adrenalina que le provoca robar bancos, se diría que el jurado presidido por Herzog fue ecuánime y, a su manera, también pragmático. Tanto Bal como The Ghost Writer son coproducciones alemanas, una independiente y la otra con los poderosos Estudios Babelsberg, con lo cual la industria local no se sintió excluida. En cuanto al cine argentino, esta vez no le tocó llevarse premios, como suele estar acostumbrado en Berlín, pero se volvió del festival con buenas críticas y, sobre todo, con importantes ventas internacionales. No es poco.

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