Mar 09.03.2010
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Apostillas

› Por Guy Adams *

Para los estándares modernos, fue una noche de discursos flojos. Ningún ganador estalló en lágrimas o intentó usar el escenario como plataforma para alguna causa política bizarra. Quizá se debió a un invento de este año en busca de acortar discursos, la “thank you camera” situada en el backstage, donde los ganadores podían grabar saludos a sus amigos, familiares y colegas. Por las dudas, al que se excedía en sus veinte segundos en escena le cortaban el sonido.

Mo'nique dedicó su premio a la actriz de reparto a Hattie McDaniel, la primera ganadora negra del Oscar, que en 1940 ocupó un asiento en el área segregada de la ceremonia. “Tengo este vestido azul porque es el mismo color que usó Hattie McDaniel cuando aceptó su Oscar, y tengo esta gardenia en el pelo porque es la flor que ella usó”, dijo.

Ya obtuvo tres Oscar, pero la diseñadora inglesa de vestuario Sandy Powell, ganadora por La joven Victoria, cree que aún no tiene la atención pública que merece. “Normalmente no se menciona el diseño de vestuario”, se quejó detrás del escenario. “En la prensa se menciona a los actores, directores, fotógrafos. Espero que esta vez se diga algo”. Hecho.

Los críticos no se mostraron muy impresionados por la ceremonia de este año, que empezó con lo que el diario LA Times llamó un “lamentable” número de danza y canto, y que dejó a los conductores Steve Martin y Alec Baldwin con “un montón de tiempos muertos”. Los directores del show buscaron meter un poco de excitación a la vieja escuela al reintroducir las palabras “And the winner is...” en lugar de “And the Oscar goes to...” El mejor adjetivo que pudo encontrar The New York Times para describir la ceremonia de tres horas y media fue “buena”. The Washington Post, en cambio, la definió como “demasiado orgullosa de sí misma”.

¿Qué le susurró a Sandra Bullock su marido Jesse James luego de que se anunciara que era la mejor actriz? La chica jamás lo dirá. “¿Esperás que te diga eso? ¡De ninguna manera!”, le dijo a un periodista en conferencia de prensa. “Pero gracias por intentarlo”.

A pesar de que le fue negada la entrada a la ceremonia por el mail que envió a algunos votantes para inclinar la decisión frente a Avatar, Nicolas Chartier, productor de The hurt locker, tuvo su momento de triunfo. Claro que debió vivirlo en una fiesta privada de Malibú, pero aun así tendrá su estatuilla. Todo el asunto sacó a la luz una historia personal: Chartier estaba tan convencido del éxito de Vivir al límite que puso otra hipoteca sobre su casa para engordar el presupuesto. Habrá enojado a la Academia, pero al menos no quedó a la intemperie.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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