Mié 08.02.2006
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CINE › JAMES DEAN CUMPLIRIA HOY 75 AÑOS, PERO LUCE MAS JOVEN QUE NUNCA

El mito de la eterna adolescencia

Ensayistas, actores y directores explican la vigencia del ídolo juvenil. Una leyenda que se proyectó en estrellas de nuevasgeneraciones, como Leo Di Caprio, River Phoenix o Heath Ledger.

› Por Julián Gorodischer

Existe un puñado de postales de James Dean, unas pocas imágenes que garantizan el reinado: encima del descapotable anticipando su muerte trágica en el ’55, erguido y con la camisa abierta consagrado al personaje que lo volvió mito (el Jim Stark de Rebelde sin causa), vestido con jeans a medida, camisa planchada, despeinado chic: todas ellas son polaroids de un sorprendente modernismo, aun a 75 años de su nacimiento, que se cumplen hoy. Esas postales consiguen que el anticipador no sólo sea recordado irrumpiendo como “lo nuevo” en la década del ’50 –cuando dominaba una industria de recios del tipo Burt Lancaster o Kirk Douglas–, sino que mantenga todavía ese mismo signo. Los ídolos de hoy le deben el éxito, como si ese germen de adolescencia reinventada (inconformista, enojada, fashion) se mantuviera inalterable en sucesores como el River Phoenix de Mi mundo privado, el Leo Di Caprio de Pandillas de Nueva York y hasta el Heath Ledger de Secreto en la montaña.

En el recuerdo de actores, críticos y ensayistas, 75 años después, se mantiene una premisa: se le atribuye una fundación. El máximo mito juvenil estadounidense, para serlo, debió arrasar con el modelo familiar armónico que primaba hasta los ’50, típico de postales de pueblos y ciudades de provincia norteamericana; reemplazó en Rebelde sin causa (dirigida por Nicholas Ray) una estructura de repetición que preveía jóvenes sólo como reflejo minúsculo de adultos tutelares, ejemplificadores como en la serie La familia Brady. La rebelión de Dean (aquí y en su película anterior, Al este del paraíso) inauguró un modelo que glamourizó la derrota, la inseguridad, la cavilación y las convirtió en el máximo emblema de la venta, un valor aspiracional como pocos que resquebrajó la hombría del galán casanova hasta prefigurar los actuales héroes queer, Ennis del Mar y Jack Twist, de Secreto en la montaña. Como escribió el crítico Luciano Monteagudo, en Página/12, “Dean es un icono que trascendió las fronteras del cine para convertirse en materia de estudio para sociólogos.... Visto a la distancia, no parece una casualidad que su primer trabajo profesional como actor haya sido un comercial de Coke. Los productores estaban buscando adolescentes típicamente norteamericanos y dieron en la Universidad de California con un tal Jimmy Dean. Nadie imaginó que ese muchacho llegaría a ser un producto tan representativo de los Estados Unidos como la mismísima Coca Cola”.

Rebelde way

Según el ensayista francés Edgar Morin, recién con la aparición de Dean “la adolescencia llegó a ser consciente de sí misma como grupo particular de edad, oponiéndose a otros grupos de edad y definiendo su propio espacio imaginario y modelos culturales”. Cuando el joven aspirante a actor logra salirse de la comunidad pequeña y hermética de su pueblo natal, Fairmount, se enrola en las huestes de la Academia Lee Strasberg, en Nueva York, y sorprende con un modo personal de actuar. Su actitud lo vincula con el atribulado mundo interior de sus personajes. “No trabajaba mucho, les tenía miedo a las sesiones, pero se lo podía ver en la primera fila observando todo”, lo definió su maestro Strasberg. Ese mismo tono revisitaría en su gran debut, Al este del Paraíso, de Elia Kazan, donde su Carl Trask, compitiendo con un hermano por el amor de un padre severo, crearía “el antimodelo –según Monteagudo– del adolescente en conflicto con el mundo”.

Como variante de la rebelión contra los padres, la suya es la fundación de una imaginería que funcionaba como antítesis de los hijos buenos y los hombres bien desarrollados como Lancaster o Robert Mitchum. Si la duda, la histeria y la irritación eran cosa de mujeres, Dean se ganó fama de bisexual, que alimentó con sus dichos. “No voy por la vida con una mano atrás y otra adelante”, provocó. Su biografía negra La calle de los sueños rotos, de Paul Alexander (1994), alimentó esas versiones: “Le gustaba tanto hacerse quemar con cigarrillos que sus amigos lo apodaban cenicero humano”, escribió, además de citar como su amante comprobado a Roger Brackett, jefe de una emisora radial.

Quienes lo recuerdan ven en sus tres intervenciones cinematográficas una constancia a prueba de argumentos y temáticas: en Al este..., Rebelde... y Gigante, de George Stevens, “uno ve a Jimmy –explicó el cineasta Nicholas Ray, director de Rebelde...–, con su campera roja acodado sobre el Mercury negro, y sabe que no es sólo una pose. Es una advertencia, es un signo. Entre sollozos, murmuraba: Si hubiera un solo día en que no estuviera confundido, en que no me avergonzara de todo, en que sintiera realmente que pertenezco a algún lugar...”. Cuando Rebelde... se estrenó, en el ’55, hacía tres días que estaba muerto: se encontró su Porsche platinado destruido debajo de un Ford y se desató una ola mayor que la de Valentino. Para Elia Kazan, que lo dirigió en Al este..., su visceralidad también remitía al mito de la eterna juventud que se consolió con su muerte a los 24: “Prefiero trabajar con desconocidos –había dicho para justificar la elección del galán ignoto–, gente que está hambrienta... Son como boxeadores camino al título. Para ellos es una pelea de vida o muerte y ponen todo lo que pueden en el personaje: esta cualidad después desaparece y se convierten en normales y civilizados”. Miguel Rep parodió esa apoteosis de la juventud universal en una sola persona, en una historieta publicada en 1989 en Página/12: “Pensar que hoy tendría 58 años... ¡Gracias Porsche!”, ironizó en las viñetas de El recepcionista de arriba.

Por qué vigente

Algo, o casi todo, de Dean, sobrevive en Leo Di Caprio, en el Ethan Hawke de Reality Bites, un poco menos en su doble de teleserie Jared Leto, mucho más en el River Phoenix de Mi mundo privado (de Gus Van Sant), y más aún en el look campechano sensible de los chicos de Brokeback Mountain: patillas, jopo, camisas ceñidas, pantalones de jean apretadísimos y sugestiva relación entre varones. Para Dean y sus seguidores podría valer la sentencia de Nicholas Ray, su director: “Sabía que era el actor ideal para encarnar a Jim Stark. La intensidad de sus deseos y sus miedos podía darle una apariencia arrogante, pero escondía una vulnerabilidad desesperada que conmovía, incluso aterrorizaba”.

Según el director francés François Truffaut, “la técnica interpretativa de James Dean inaugura un nuevo estilo en Hollywood, contradice cincuenta años de cine, abofetea la tradición psicológica”. Lo que a primera mirada podría interpretarse como la mera interpretación, un culto al realismo hiperbolado que se alimentaba en su propia biografía, una recreación exagerada de sí mismo, sigue siendo visto por sus colegas como una compleja habilidad que merece una teoría. “Yo en aquel tiempo –dice Dennis Hopper– pensaba que él era el mejor actor del mundo. La primera vez que lo vi trabajar quedé estupefacto. Yo estaba empapado en la escuela de actuación inglesa, donde se hacía lectura de líneas, gestos, todo estaba preconcebido, sabía exactamente lo que iba a hacer. Fue la primera vez que veía a alguien improvisar, crear cosas que no estaban escritas en el libreto. Tienes que verdaderamente mirar, beber, fumar, y estar realmente en el momento, minuto a minuto, y nunca tienes que tener ideas preconcebidas sobre nada, ni siquiera sobre cómo tiene que desarrollarse la escena.”

Bastó que lo hiciera en tres películas para merecer la eternidad, inventando la belleza publicitaria a la que todos tienden: “Tengo 24 años –se autodefinió–, un metro setenta y cinco, ojos azules insoportablemente claros, según dicen las chicas. ¿Hace falta decir algo más?”.

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