CINE › FESTIVAL DERHUMALC > ENTREVISTA CON EL DOCUMENTALISTA BRASILEñO VINCENT CARELLI
Vino para presentar el documental Corumbiara en el marco del Festival DerHumALC, pero Carelli habla también del proyecto “Video en las aldeas”, que consiste en la capacitación de indígenas para que puedan producir su propio material audiovisual.
› Por Oscar Ranzani
La vida del cineasta brasileño Vincent Carelli encaja perfectamente en el argumento de una película. Tal vez por esa humildad que demuestra habitualmente decidió no autorretratarse en la pantalla grande y su trabajo fue mucho más solidario y eficaz: desde hace cuarenta años es indigenista. De visita en la Argentina para presentar el documental Corumbiara en el marco del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos DerHumALC (hoy a las 17, en la Embajada de Brasil, Cerrito 1350), Carelli se convirtió en indigenista con tan solo dieciséis años. Todo comenzó cuando conoció a un misionero francés que trabajaba con las comunidades de pueblos originarios. Y reconoce que fue una experiencia de vida tan fuerte que no quiso abandonarla nunca más. “Los dieciséis años son una edad de crisis existencial”, dice Carelli, un tanto en broma y otro en serio. “Desde que fui a la Amazonia y conviví con un grupo aislado, cambió mi vida”, agrega. Y no hay motivos para no creerle: se lo nota entusiasmado cuando lo recuerda. “Ser indigenista significa estar comprometido con la lucha de los indígenas por sus derechos. Empecé simplemente viviendo con ellos dos años. Era un grupo muy aislado en la selva, en el sudeste de Pará. Estos indios estaban muy abandonados. Viviendo ahí, había epidemias como la de la malaria. Inmediatamente, empecé a darles medicinas y a hacer algo para que mejorasen”, relata el mentor del proyecto “Video en las aldeas”.
Después de esos dos años de convivencia en medio de la selva, Carelli fue a estudiar a Brasilia y se convirtió en un “indigenista oficial” del gobierno. “Fue un desastre –confiesa–, porque cuando los intereses de los indígenas no se corresponden con los intereses del Estado, como pasa en la mayoría de las veces, lo dejan a uno en una situación incómoda.” Esa experiencia “oficial” le marcó un nuevo rumbo después de que, en plena dictadura, un coronel le dijo: “Tú no vas a trabajar con los indígenas con los cuales vives. Yo pregunté por qué y me dijo: ‘Porque tú eres amigo de estos indios’. Ese fue el primer diálogo con el jefe militar. Y ahí estaba la cuestión: si era amigo de los indígenas no podía representar al gobierno”. Desde entonces, comenzó a militar en lo que se conoce como indigenismo alternativo. “Era una época en que la sociedad brasileña se organizaba contra la dictadura. Y nosotros creamos una ONG para hacer la subversión indigenista. Nunca más fui indigenista oficial”, dice Carelli. Es que el cineasta considera que la relación del Estado brasileño con los indígenas fue muy perversa y cargada de autoritarismo. Aunque después aclara que todo comenzó a cambiar ocho años atrás, cuando comenzó la gestión presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva. “Hubo un cambio radical en la política cultural. Con Gilberto Gil se modificó radicalmente la postura política: el Ministerio de Cultura no podía ser exclusivamente para atender a la clase artística de la elite del país, sino que el derecho a la cultura debía ser para todos los ciudadanos brasileños. Entonces, empezaron programas de inclusión de poblaciones, como el de la cultura hip hop, los afrodescendientes, los indígenas y la cultura popular de la zona rural. Todo eso fue incluido en un gran programa de inversiones. Y recién después de dieciocho años de trabajo empezamos a recibir dinero del Ministerio de Cultura. Y ‘Video en las aldeas’ fue un proyecto que inspiró este cambio y esta nueva línea de financiación”, comenta Carelli.
“Video en las aldeas” nació hace 25 años y consistió, desde un principio, en la capacitación de indígenas para que pudieran producir su propio material audiovisual. Carelli reconoce que este proyecto fue una consecuencia de haberse hecho indigenista. “En cierto punto, pensé en dar una contribución original para el indigenismo. Y la cuestión de la comunicación era muy importante, porque los indígenas son muy diversos culturalmente y están muy aislados geográficamente.” Entonces, Carelli entendió que un sistema de intercambio de imágenes propias sería muy importante para ellos, ya que podría convertirse en un instrumento de intercambio y de reflexión de las propias comunidades. “El proyecto fue experimental: consistía en filmar y mostrarles las imágenes inmediatamente. Es decir, había que pensar qué filmar y para qué filmar. Desde la primera experiencia, el gran interés de los indígenas fue cultural –recuerda Carelli–: no estaban interesados en discutir problemas coyunturales. Y era muy interesante.” “Empezamos con un proyecto de capacitación para que ellos pudieran hacer sus películas. Y se tornó en una escuela de cine para pueblos indígenas”, relata el ideólogo.
Justo cuando comenzaba con “Video en las aldeas”, Carelli se enteró de una matanza de doce indígenas de la etnia Akunsu que, según comenta, habían provocado los hacendados de tierras en 1984. Y esa es la génesis de Corumbiara. “La matanza ocurrió porque era una zona virgen que fue vendida por el gobierno militar a empresarios de San Pablo, en el sur de Rondonia. Era una política militar de ocupación de la Amazonia por parte de grandes terratenientes.” En su investigación, Carelli descubrió que las empresas que hicieron la demarcación de las tierras habían encontrado a indígenas, pero “se callaron la boca”. “Entonces –continúa–, los hacendados tomaron posesión y empezaron a vender la madera. Y ahí, los indígenas comenzaron a resistir. Los hacendados decidieron matar a los indígenas que estaban en esas tierras. Había una ley que decía que para recibir inversiones del gobierno tenías que tener un documento que diera cuenta de la no presencia de indígenas en esas tierras. Y los mataron porque querían limpiar la zona.”
Corumbiara es una verdadera experiencia audiovisual y, a la vez, antropológica, porque está filmado todo el proceso de autoconocimiento del equipo de trabajo de Carelli con los sobrevivientes. Sin hablar el mismo idioma, se produce un acercamiento entre los hombres de ciudad y los indígenas en un plano largo que es el corazón del documental. Y a medida que avanza Corumbiara, Carelli pone en primer plano el afianzamiento de ese vínculo que le permitió contar los hechos. El documental contiene material audiovisual de diferentes etapas de filmación: desde los ’80, pasando por los ’90, cuando tuvieron que conseguir una autorización judicial para entrar en esas tierras, ya que los terratenientes les impedían el acceso, hasta llegar a 2006, que le da cierre a la película. Carelli dice que la masacre se conocía antes de que estrenara su documental. “Fue denunciada en la prensa en el ’85, pero no pasó nada. Ni siquiera hubo una investigación. Yo entrevisté a autoridades policiales y todos me decían que no había pasado nada. La lógica era: si no hay cuerpos, no hay crimen. Si no hay crimen, no hay investigación”, recuerda Carelli que le decían. Ese comentario puede asociarse con el término “desaparecido”, que la Argentina tan bien conoce.
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