Mié 15.02.2006
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CINE › “THE ROAD TO GUANTANAMO”, DE MICHAEL WINTERBOTTOM, EN BERLIN

La crónica urgente de un mal viaje

El director británico presentó en la competencia oficial otra invectiva contra la política intervencionista de Bush.

Por Luciano Monteagudo
Desde Berlin


Tres inviernos después de haberse llevado el Oso de Oro a la mejor película por In This World, el via crucis de dos refugiados afganos que conmovió a la Berlinale en el mismo momento en que se llevaban a cabo en todo el mundo las marchas masivas contra la invasión estadounidense en Irak, el director británico Michael Winterbottom volvió ayer a la competencia oficial de Berlín con The Road to Guantánamo, otra invectiva contra la política de intervención de Bush en la región. Basado en una historia real, el ecléctico realizador de Código 46 y 24 Hour Party People narra aquí el camino de cinco amigos adolescentes británicos, de origen paquistaní, que durante un viaje a Karachi, en septiembre de 2001, terminan como prisioneros de las fuerzas de la Alianza del Norte, en Afganistán, para luego pasar a ser considerados prisioneros de guerra por el ejército de ocupación norteamericano, con un pasaje garantizado a la infame prisión militar de Guantánamo.

La idea de los muchachos era simple: acompañar a uno de ellos a su boda con una chica paquistaní, que siguiendo las tradiciones le había encontrado su madre. Una vez en Karachi, deciden cruzar la frontera hacia Afganistán, un poco impulsados por la arenga de un imán, pero otro tanto en busca de una aventura de la que nunca llegan a imaginar sus consecuencias. Después de un viaje cada vez más azaroso, en el que los amigos se van dispersando, tres de ellos terminan atrapados entre dos fuegos: por un lado, los talibanes; por el otro, los bombardeos norteamericanos. Para cuando quieran recapacitar, se encontrarán atados, encapuchados y torturados por oficiales estadounidenses y británicos (más agentes de la CIA y el MI5), que pretenden que esos chicos paquibritánicos confiesen nada menos que el escondite de Osama bin Laden.

“De lo único que estamos seguros es de que son malas personas (‘bad people’) y de que los vamos a detener por todos los medios que sean necesarios”, dice George W. Bush en la primera imagen de la película, ante la mirada cómplice de Tony Blair. El nuevo film de Winterbottom, concebido en principio para la televisión europea, utiliza mucho material de archivo, con el que va pautando el contexto que enmarca su historia. A esos noticieros, The Road to Guantánamo les suma a su vez el testimonio directo de los auténticos implicados, que van narrando a cámara sus desventuras como si estuvieran frente a un jurado, exponiendo su verdad. Y finalmente el tercer eslabón que Winterbo-

ttom agrega a su engranaje narrativo es la reconstrucción ficcional de ese calvario, que duró casi tres años, hasta que finalmente los tres muchachos fueron liberados, después de haber estado presos sin cargos formales y de haber sufrido todo tipo de torturas.

“Todavía quedan más de 500 detenidos en Guantánamo, en las mismas condiciones”, informa la película en su epílogo, a modo de agit prop. En la multitudinaria conferencia de prensa que siguió a la proyección, Winterbottom –acompañado tanto por sus actores como por quienes los inspiraron– se manifestó contra “esa insistencia de Bush y de Blair de hablar de una guerra entre el Bien y el Mal, son términos absolutos que llevan a engaño y que son completamente equivocados”. Más allá de su encendida denuncia, con la que es imposible no estar de acuerdo, el problema con The Road to Guantánamo no es tanto su formato televisivo, sino más bien el mismo dilema al que se enfrentaba por ejemplo Fahrenheit 9/11, de Michael Moore: es una película que parece predicar para los convencidos.

En un extremo completamente diferente, el film iraní Zemestan (“Invierno”), de Rafi Pitts, también en competencia, prefiere en cambio un tono de voz, un registro mucho más tenue, pero no por ello deja de ser, a su manera, también un film político. Un hombre sin trabajo decide, en su desesperación, dejar a su familia para ir en busca de nuevos horizontes; a su vez, llega a su pueblo otro hombre, mecánico desempleado. Para cuando el primero decida volver, tan vencido como cuando partió, el segundo estará también él a punto de emprender un viaje que no hace sino conducir a la desesperanza. La angustiante circularidad de Invierno (consustancial al cine iraní, como lo prueba literalmente El círculo, de Jafar Panahi) logra que el film exprese una realidad muy concreta, pero también que su parábola –la de dos hombres que son todos los hombres– sea universal.

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