CINE › “BUENAS NOCHES... Y BUENA SUERTE”, SEGUNDA PELICULA DE GEORGE CLOONEY COMO DIRECTOR
El galán más progre de la industria cinematográfica vuelve a hacer pie en el mundo de la televisión estadounidense, esta vez de los años ’50. Lo hace con un rigor y una lucidez inusuales en Hollywood.
› Por Horacio Bernades
La pinta de galán, el carácter de estrella progre, el compromiso con ideas de las que en Estados Unidos se conocen como liberals, podrían llevar a pensar en
George Clooney como un nuevo Robert Redford. Ambos nacieron como sex symbols y no han dejado de serlo. Sin embargo, en el curso de sus respectivas carreras tuvieron la suficiente ambición como para construir importantes caminos paralelos, en carácter de realizadores, productores y hasta promotores de cierto cine de calidad que, sin pretender romper con Hollywood, aspira a no perder la dignidad. Pero todo posible parecido tiende a pulverizarse a la hora de comparar el resultado de sus esfuerzos. Mientras que Redford jamás ha ido más allá de los límites del mainstream, Buenas noches... y buena suerte, opus dos de Clooney como realizador, lo confirma como un cineasta de una claridad de concepción, un rigor y una lucidez que inevitablemente lo colocan en un lugar lejano a Holly-wood. Un lugar hecho de inteligencia, sagacidad y consistencia.
Como sucedía en Confesiones de una mente peligrosa, en esta séxtuple nominada al Oscar (por película, director, guión y actor, entre otros rubros) Clooney vuelve a hacer pie en el mundo de la televisión estadounidense. Mundo que conoce de primera mano, ya que su padre trabajó largos años como periodista en el medio. Otra vez su película gira alrededor de un personaje real. Si antes fue el increíble Chuck Barris, inventor de la TV basura y presunto asesino al servicio de la CIA durante los ’60, ahora Clooney se retrotrae una década y focaliza en Ed Murrow, incorruptible columnista de la televisión en blanco y negro. Es en blanco y negro (un blanco y negro trabajado por el notable Robert Elswit con todo el brillo y los matices del de aquel entonces) como Clooney narra el enfrentamiento de Murrow con un peso pesado. Fue nada menos que el senador McCarthy a quien este hombre seco, estoico y tajante eligió como contrincante, cuando el Comité de Actividades Antinorteamericanas parecía dueño y señor de la opinión pública, a comienzos de los ’50. Y fue McCarthy a quien Murrow ayudó a tirar del ring... antes de ser arrojado él mismo del cuadrilátero televisivo.
Poniéndose por completo al servicio de sus personajes, con inusual lucidez Clooney construye toda la película en sintonía con la personalidad de Murrow, en quien David Strathairn (uno de los mejores secundarios de Hollywood) lisa y llanamente se convierte, en una actuación que debería valerle olímpicamente el Oscar. Si no tuviera frente a sí, claro, a un Philip Seymour Hoffman que, en el film homónimo, compone a un Capote mucho más a la medida del gusto de la Academia. Si Confesiones de una mente peligrosa era una película tan esquizofrénica, fabuladora y exuberante como el personaje central, Buenas noches... resulta tan económica, directa y concentrada como los editoriales de Murrow. Nada de andar perdiendo el tiempo en narrar la intimidad de Murrow o sus adláteres. Nada de darle a McCarthy un cuerpo o rostro que no sean el del metraje documental, levantado de los propios archivos televisivos. Straight to the point, como se dice en inglés: directo al grano, y sumergiendo por completo al espectador en ese mundo.
El grano es aquí en buena medida el grano de la voz. De la voz de Murrow, editorializando desde su programa See it Now y abriendo la boca sólo cuando es necesario, durante las reuniones de sumario en las que todos opinan, empezando por el productor y compinche Fred Friendly (el propio Clooney, tan conciso como todos los demás). El grano de la voz persecutoria de McCarthy, levantando acusaciones carentes de toda prueba desde las sesiones filmadas del Congreso. De la voz susurrada de Sig
Mickelson, número 2 y correa de transmisión de la CBS (sibilino Jeff Daniels) y de la voz, breve pero cortante, de William Paley, directivo de la cadena (un Frank Langella tan temible como siempre). Si Buenas noches... es sin duda una película aleccionadora, no debe ese carácter a ningún mensaje, explicitación ni subrayado, sino a la simple conducta de unos personajes que levantan la apuesta de programa en programa, aun sabiendo lo que les va en ello.
Maravillas de la condensación, Clooney y su coguionista Grant Heslov (que suma además las funciones de coproductor y actor) ciñen un buen par de años en apenas 93 minutos. Tal como están las cosas y las duraciones promedio, ese gesto los diferencia de Hollywood tanto como su negación al más mínimo desborde épico, sensiblero o demagógico. El temple de Clooney es cool, de tal manera que elige siempre antes el toque humorístico que el melodramático. Obsérvese en este sentido el recitado poético al que un secuaz somete a McCarthy. O el momento en que Murrow relojea una sesión de investigación a su enemigo, en medio de una estúpida entrevista. Con una Dianne Reeves que “hace” de Sarah Vaughan en el estudio de al lado, Clooney construye un apretado grupo de personajes que no se niegan a la inteligencia, la honestidad o la valentía. No se los crea por ello monolíticos o sobrehumanos: basta ver cómo se derrumba hacia adentro Murrow luego de cada filípica, para comprender hasta qué punto el tipo es perfectamente consciente de todo lo que va a perder, por culpa de su maldito civismo.
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