CINE › CIERRE DEL FESTIVAL DE BERLIN
Con chances para la argentina El custodio, la favorita es la última de Altman, de 81 años.
Llegó la hora de la verdad. Hoy por la noche la Berlinale tendrá su gala de clausura –con la proyección de la versión restaurada de Pat Garrett y Billy the Kid (1973), el western rabiosamente otoñal de ese renegado de Hollywood que fue Sam Peckinpah– y se conocerán los premios de la competencia oficial. A diferencia de años anteriores, no habrá conferencia de prensa previa con el anuncio de los ganadores: tentado por la televisión (el poderoso canal 2zf, uno de los principales auspiciantes de la muestra), Berlín transmitirá la ceremonia en directo y mantendrá el suspenso hasta el último momento, como hacen Cannes y Venecia, los otros dos festivales internacionales a su misma altura.
Es difícil calibrar qué chances tiene en el palmarés la película argentina El custodio, dirigida por Rodrigo Moreno. Algunos medios especializados consideraron que el trabajo de Julio Chávez le puede valer el Oso de Plata al mejor actor, pero a decir verdad no le faltan rivales, entre ellos Jürgen Vogel, el protagonista de la alemana Der Freie Wille. Otras posibilidades son que El custodio obtenga el lauro a la mejor ópera prima o el premio Alfred Bauer por su contribución artística, el mismo que cinco años atrás significó el trampolín internacional para La ciénaga, de Lucrecia Martel. En los pasillos, sin embargo, nadie la menciona como una candidata firme al Oso de Oro, no por la calidad de la película (que es alta) sino más bien por su severidad y su ascetismo, que no son precisamente el tipo de atributos que seducen a un jurado a la hora de los grandes premios.
En el jury que preside Charlotte Rampling e integran, entre otros, el actor alemán Armin Müller-Stahl, el productor Fred Roos (un incondicional de Francis Ford Coppola) y el fotógrafo Janusz Kaminski (mano derecha de Spielberg) puede pesar fuerte para el premio principal The Prairie Home Companion, una suerte de despedida de Robert Altman, que a los 81 años narra el último programa (¿la última película?) de un veterano conductor radial especializado en el género del country & western. Aunque Sidney Lumet tiene la misma edad, su nueva película, Find Me Guilty, protagonizada por Vin Diesel, no parece poder aspirar a premios mayores, con la tediosa historia real de Jack DiNorscio, un gangster que se defendió a sí mismo en el que está considerado el juicio más largo (y la película le hace honor) de la historia estadounidense dedicado a la mafia organizada.
Otro veterano, aunque un poco más joven, el francés Claude Chabrol, tiene mucho más derecho a figurar en la lista de favoritos por su espléndida comedia política L’ivresse du pouvoir, en su séptima colaboración con Isabelle Huppert, siempre candidata al premio a la mejor actriz cada vez que protagoniza una película en competencia. De hecho, Huppert ya se llevó en dos oportunidades la Palma de Cannes (por La pianista, de Haneke, pero también por Violette Noziere, su primer trabajo con Chabrol) y dos Copas Volpi en Venecia, también por sendos films de Chabrol, Un asunto de mujeres y La ceremonia. Por lo cual no sería nada extraño que ahora complete la triple corona de los festivales en la Berlinale, de la mano de su director favorito.
Aquellos que piensan que el cine comprometido y de urgencia siempre tiene su recompensa en Berlín señalan en dirección a The Road to Guantánamo, de Michael Winterbottom, que denuncia las torturas a que son sometidos los prisioneros musulmanes en la infame prisión estadounidense, pero no se olvidan de Grbavica, de Jasmila Zbanic, sobre la dura vida de posguerra en Bosnia. Salvo Zemestan, del persa Rafi Pitts, el cine asiático, por su parte, tuvo una pobre representación en la competencia, contrariamente a lo que sucede habitualmente. Esto a su vez le despeja el camino al cine alemán, en el que puede considerarse sin temor a error como uno de sus mejores años, con cuatro films en competencia y por lo menos dos con chances para el Oso de Oro, la estupenda Sehnsucht, de Valeska Grisebach, y Réquiem, de Hans-Christian Schmid, que ayer ya obtuvo anticipadamente el premio al mejor film en concurso por parte de la crítica internacional (Fipresci).
Y si de premios se trata, no se puede descartar la última película anotada en competencia, Offside, del iraní Jafar Panahi, que clausuró ayer el concurso oficial con un toque muy futbolero, anticipando la fiebre que vivirá Alemania en junio, cuando sea anfitrión del próximo mundial. El gran director de El círculo (donde ya se pronunciaba contra la discriminación de la mujer en Irán) narra aquí el conflicto de unas adolescentes que, burlando la ley que impide a las mujeres iraníes ingresar a los estadios, se disfrazan de varones para poder presenciar la final entre Irán y Bahrein, por la clasificación al Mundial.
Descubiertas y detenidas por la policía militar, son obligadas a permanecer en una suerte de corral en lo alto del estadio, sin poder mirar el partido, lo que le lleva a Panahi –un cineasta que saca el mejor provecho de las situaciones más simples– a provocar una creciente tensión dramática entre aquello que se ve (la discusión de las chicas con los militares) y lo que se escucha (las reacciones de la tribuna durante el partido). Con humor y sensibilidad, el film no deja de hablar de una sociedad machista, gerontocrática, represiva, organizada alrededor de leyes no escritas, que sancionan a la juventud en general y a la mujer en particular. Todos tópicos que califican muy bien para el Oso de Oro.
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