CINE › FRANCA GONZáLEZ, DIRECTORA DE LINIERS, EL TRAZO SIMPLE DE LAS COSAS
La documentalista y el historietista convivieron en Canadá gracias a una beca y a ella se le ocurrió hacer una película sobre el creador de “Macanudo”. “Logra comunicar cosas que a los demás seres humanos nos cuesta un montón”, explica.
› Por Oscar Ranzani
Hasta no hace mucho tiempo existía un convenio entre la Secretaría de Cultura de la Nación y el Consejo de Artes y Letras de Quebec (Canadá), a través del cual se seleccionaban dos artistas argentinos de distintas disciplinas para participar de una beca en el Hemisferio Norte. Una de las condiciones de la beca consistía en que los dos seleccionados –que no debían conocerse previamente– debían compartir la misma casa en Montreal y convivir allí dos meses y medio, durante el transcurso de sus procesos creativos. Esa beca la ganaron el historietista Liniers y la documentalista Franca González. Cada uno realizó su trabajo, pero González decidió ir más lejos y pensó en dirigir un documental sobre el creador de “Macanudo”. Pero no le resultó sencillo: si bien en Canadá registró momentos de aquella experiencia, cuando retornó a la Argentina, Liniers no quiso que se filmaran experiencias cotidianas que pudieran “desnudar” sus misterios creativos en la intimidad con su pluma. La apuesta fue, entonces, registrarlo en espacios públicos como, por ejemplo, en una plaza dibujando un mural o en la Feria del Libro presentando sus trabajos. Más allá del inconveniente, González siguió adelante con el proyecto y el resultado es el documental Liniers, el trazo simple de las cosas –que se estrena el jueves 3 de junio–, donde aborda momentos y pensamientos del historietista desde un aspecto más público y alejándose por completo de la clásica biografía audiovisual.
“Sentí que era muy excepcional que una persona que hace documentales tuviera el acceso a vivir la intimidad con alguien que podía llegar a ser el protagonista de su película –recuerda González–. El acercamiento con la gente siempre pasa por un montón de filtros y de cuestiones que, justamente, ponen en jaque la intimidad. ¿Cuánto puede uno mostrar del otro? ¿Qué puede mostrar del otro? ¿Hasta qué punto es válido mostrar eso del otro? ¿Qué pasa a puertas cerradas? Hay una cierta tendencia a hacer documentales de observación, a poner la cámara y dejar que todo suceda adelante. ¿Y cuánto de eso también es manipulado?”, se pregunta González, y agrega que le interesaba “dejar que la cámara registrara ciertas instancias de convivencia e intimidad tan extrañas con un desconocido. Había muchos condimentos muy ricos para experimentar y así surgió la idea”.
–Fundamentalmente, su obra. La forma que tiene Liniers de encuadrar sus dibujos es absolutamente cinematográfica. Muchas veces son como secuencias de tomas, casi como si sus dibujitos fueran un storyboard. También, de algún modo, él también documenta la realidad. Y se trata de la realidad de situaciones muy simples que nos pasan a todos en la vida cotidiana y que nadie registra porque resultan demasiado obvias, simples o naif. Liniers hace una recopilación de todo eso y lo documenta en sus dibujos.
–Eso me obligó a concentrarme mucho más en su trabajo y a buscar otros caminos. Siento que un documental sobre los personajes que uno elige se logra cuando uno consigue descubrir el alma de ese personaje. Y con Liniers me pasó que su alma aparece más en sus dibujos que en la representación que él hace de sí mismo.
–Pasó por varios cambios. Tuve la idea de hacer el documental cuando Liniers todavía no estaba acá, porque se quedó como seis o siete meses más en Montreal. Escribí el proyecto, lo presenté y lo que menos me esperaba era que a su regreso él no iba a querer continuar. Eso provocó que me lo replanteara. En la idea original había un Liniers mucho más participativo de ciertos juegos o de cierta cuestión más libre, íntima, y de volcarnos a ciertas experimentaciones con las formas. Pero había tanta resistencia de su parte que busqué otros caminos.
–Los dibujos son de Liniers, y la gente está acostumbrada a leerlo en un plano fijo y a tomarse el tiempo necesario para reflexionar sobre cositas que te dejan pensando. Transportar eso al lenguaje audiovisual implicaba ponerlo en movimiento e incorporar una banda sonora. Y yo no quería jugarles sucio a sus lectores ni tampoco a mí misma. Pretendía que esa transición fuera como si uno no se diera cuenta de que las cosas cambian de lenguaje. Entonces, les planteé el tema a varios animadores. Pero necesitaba que Liniers tuviera mucha confianza en la persona que iba a tocar sus dibujos. Y durante la presentación de un libro de Liniers estaba Pablo Goitisolo, que había hecho unas pequeñísimas animaciones para él. En un primer momento, estuvo la posibilidad de hacer una coproducción en la parte de animación con el Office National Du Film du Canadá. Y si bien hubiese sido muy interesante, era todo un riesgo proponerle a una persona de otra cultura e idioma que entendiera el sentido de Liniers y que no se alterara la transformación a la animación. Goitisolo hizo un trabajo de hormiga, porque realmente se hizo la animación cuadro a cuadro, como las primeras de Disney.
–En principio, no creo que lo que hace Liniers sea humor. Es un tipo que, a través de sus trazos, logra comunicar cosas que a los demás seres humanos nos cuesta un montón. Y logra que uno se sienta reflejado. Creo que lo más valioso de Liniers no es la búsqueda de la carcajada en el otro, sino la de tocarle un poco el alma.
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