CINE › “LA PANTERA ROSA”, CON STEVE MARTIN COMO CLOUSEAU
La nueva resucitación del personaje que hizo famoso Peter Sellers lucha contra su fantasma y logra salir parcialmente airosa, imitando algunos de sus gags. Por su parte
› Por Horacio Bernades
Tal vez la mayor novedad de esta enésima operación de resucitación del felino más sobreexplotado de la historia del cine consista en que no es ya su creador, Blake Edwards, el responsable de la autofagocitación. Ahora, el octogenario Edwards se limita a cobrar los derechos desde su silla de ruedas, mientras las responsabilidades de dirección recaen en un señor Shawn Levy, cuyos créditos anteriores incluyen comedias tan poco ilustres como Más barato por docena o Recién casados. Se trata, claro, de una resucitación imposible, en tanto lo que se intenta es darle nueva vida a Jacques Clouseau, el inspector de la Sureté a quien encarnó para siempre el irreemplazable Peter Sellers.
Hace lo que puede Steve Martin, imitando al dedillo cada gesto, cada hesitación, cada tropezón de Sellers, como si ese emprendimiento pudiera llevarlo al éxito. Aún luchando contra ese fantasma, lo suyo es mucho más admisible que ciertos intentos miméticos de un tal Ted Wass (el Clouseau de La maldición de la Pantera Rosa, de 1983) o los del inenarrable Roberto Benigni, haciendo de Clouseau Jr. en El hijo de la Pantera Rosa, de 1993. Más admisible incluso que los de un Sellers de ultratumba, a quien –en uno de los más bochornosos operativos cinematográficos de que se tenga memoria– Mr. Edwards había intentado conjurar en 1982, después de muerto, como quien juega el juego de la copa usando metraje de archivo, en La huella de la Pantera Rosa. Destinados al fracaso están el pobre Kevin Kline, en la piel del no menos inolvidable inspector Dreyfuss de Herbert Lom, y Jean Reno, que con expresión triste y resignada recibe a Clouseau a puro golpe de karate, como si Kato fuera también resucitable.
“Están todos muertos”, es la sensación que invade al espectador de esta novena Pantera Rosa, a la que parece no quedarle ni la mínima fuerza vital como para inventar al menos algún título que no sea el de la original. Y sin embargo, en medio de tanta fúnebre melancolía, La Pantera Rosa no es el desastre al que estaba destinada, por obra y milagro de unos gags que todavía funcionan, aunque sean mera emulación. Es imposible no reírse cuando el Clouseau de Martin se apoya sobre un globo terráqueo y lo desprende, echándolo a rodar por todo París (cita casi literal de la primera Pantera). O cuando entra a una casa buscando al asesino de un tal Pierre Fouquet... y se encuentra con Pierre Fouquet.
Con la morochaza Beyoncé Knowles intentando hacer olvidar nada menos que a la Cardinale, desde ya que no habrá un solo espectador a quien le importe la trama de la película, por llamar de alguna manera a lo que es un mero soporte para los gags, con Clouseau por protagonista absoluto y Steve Martin en la autoría. Pero es justamente allí donde esta Pantera Rosa les es fiel a sus antepasadas, que nunca fueron otra cosa que eso: un entramado de gags, insertados en medio de un soporte llamado metraje. Gags que algunas veces fueron geniales, otras patéticos, en ocasiones simplemente risibles. Ese es el caso esta vez, y es por ello que La Pantera Rosa de Steve Martin se ve con agrado, no poco cariño y ocasionales risas, cuando todo estaba servido para el velorio. Eso sí: entiérrenla de una vez, si no quieren que lo que supo ser una serie cómica termine convertida en una de zombies, echando un inconfundible olor a podrido en cada fotograma.
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