CINE › JOSE LUIS GARCIA
En su debut como realizador, García siguió los caminos del hombre que dejó constancia gráfica de la Guerra de la Triple Alianza, dueño de una historia que exigía ser filmada.
› Por Horacio Bernades
“Este documental reúne por lo menos tres de las cosas que más me fascinan”, dice José Luis García, que primero se hizo un nombre en el ambiente del cine como director de fotografía y ahora, con Cándido López, los campos de batalla, debuta como realizador. Y enumera: “Los viajes, la fotografía y la historia”. Como el título lo indica, lo que hizo García –un muchacho alto y flaco, cuyo aspecto recuerda a la vez a su tocayo Charly y al Spinetta de los ’70– fue seguir la huella de Cándido López, el genial pintor porteño que, hacia mediados del siglo XIX, participó de la Guerra de la Triple Alianza, en la que los ejércitos de Argentina, Uruguay y Brasil se unieron para terminar con el Paraguay de Francisco Solano López.
El documental de José Luis García (Buenos Aires, 1965) había causado una fuerte impresión durante su presentación, como parte de la competencia oficial, en el último Bafici, en abril del año pasado. Casi un año calendario debió esperar su director –y los productores, Ana Aizemberg y Zarlek Producciones– para ver estrenada la película que al cabo de ese festival se alzó con el premio del público. No es tanto, si se tiene en cuenta que Luis Ortega sigue esperando pista para el estreno de Monobloc, otra de las competidoras del año pasado. En dos salas se exhibirá, a partir de mañana, Cándido López, los campos de batalla, documental que tiene tanto de road movie como de crónica histórica. Y hasta de relato de aventuras, con García como una suerte de nuevo capitán Willard, remontando el Paraná hasta llegar a Cerro Corá, donde el fantasma del mariscal Solano López parece esperarlo, un poco a la manera del coronel Kurtz en Apocalypse Now.
¿El horror, el horror? Sin duda, tratándose de una guerra de cinco años, al cabo de la cual se ha llegado a la aniquilación, ya no sólo del ejército enemigo, sino de casi el conjunto de su población masculina. “La razón del fin de la guerra es que prácticamente no queda vivo un solo paraguayo que tenga más de 10 años”, afirmó el mismísimo presidente de la Argentina, don Domingo Faustino Sarmiento, reconociendo sin mosquearse el genocidio tripartito. Narrando varias capas de relato a la vez, al tiempo que sigue la sombra de Cándido López (e intenta reproducir el encuadre de sus legendarias escenas de batalla, subido a una escalerita cámara en mano), José Luis García conjura también, a lo largo de su viaje, el fantasma de una nación derrotada para siempre, casi perdida al costado de la historia. Una nación que había intentado la vía de un desarrollo industrial autónomo, algo que se volvió intolerable para Gran Bretaña y sus gobiernos títeres del Cono Sur.
–¿Cómo fue que dio con Cándido López, qué fue lo que lo fascinó de él?
–Tengo un vago recuerdo de haber visto reproducciones de sus cuadros cuando estudiaba pintura, hace muchos años. Volví a ver sus reproducciones cuando me encontré con un libro sobre la guerra, un tema que me había quedado picando cuando mi padre me habló de Solano López como “el malo de la película”, en tiempos de dictadura militar, cuando el episodio no se enseñaba en los colegios. Y ese libro me llevó a otro libro y éste a otro, y resultó que no había libro sobre la Guerra de la Triple Alianza que no estuviera ilustrado con reproducciones de Cándido López. Ahí fue que éste saltó a primer plano. Porque la había retratado prácticamente como un fotógrafo, que era mi profesión, y porque empecé a imaginar cuáles podían haber sido las razones que llevaran a un tipo con esa sensibilidad a enrolarse en una guerra. Entonces empecé a investigar sobre su vida.
–Y fue allí que intervino el azar, tal como usted lo cuenta en el documental.
–Exacto. En medio de esa investigación, créase o no, entro un día a una casa de fotocopias y me encuentro con un señor mayor, que discute con un empleado los colores exactos de una reproducción de... Cándido López. Ese señor resultó ser su nieto y se encontraba en ese momento en plena investigación sobre la vida y la obra de su antepasado. Nos hicimos amigos y este hombre me contó un montón de cosas sobre la vida de aquel tipo nacido en Buenos Aires en 1840, que llevó una vida de bohemio, de artista viajero, antes de enrolarse en la guerra. Cándido López fue un pionero de la fotografía, se casó con una mujer con la que tendría doce hijos y, aunque perdió el brazo derecho en combate (él es el famoso “Manco de Curupaytí”), terminó autoeducando a su mano izquierda, hasta pintar con ella toda esa serie de obras asombrosas que hoy en día conocemos.
–Como para no entusiasmarse con el personaje...
–Claro, a esa altura mi interés por la guerra había pasado a segundo plano; el personaje me había atrapado y empecé a escribir un tratamiento para una película de ficción. Pero como los campos de batalla habían influido tanto su obra –y su vida– me parecía importante recorrerlos. Como a su vez el nieto de Cándido quería emprender ese viaje junto con un historiador paraguayo llamado Batalla, me sumé a ellos, y lo que primero iba a ser un viaje de investigación terminó resultando la película misma.
–Una película que si por algo se destaca es por constituirse en la crónica misma de ese viaje, dando por resultado un documental que no sólo es en primera persona sino también en estricto presente. De tal manera que la sensación que vive el espectador es la de ser un viajero él también...
–Yo decidí transmitir la información de la manera en que la fui recibiendo en el curso del viaje. Esto es: de manera fragmentaria, desordenada, como un rompecabezas que se va armando en el curso mismo del recorrido. No es que hay un saber anterior, completo y totalizado, sobre los hechos que se narran, sino que ese saber se va constituyendo en la medida misma en que la narración avanza. De tal manera que, según creo, la película se parece más a una crónica (crónica de viaje, crónica histórica) que a un documental en el sentido History Channel o National Geographic del término.
–En ese viaje usted cuenta con una suerte de libro de bitácora que es también casi un storyboard, el guión ilustrado de la película.
–Sí, se podría pensar que de esa manera funciona el libro de reproducciones de Cándido López que yo llevo todo el tiempo bajo el brazo, y que me sirve como guía para buscar los emplazamientos desde los que él pintó sus paisajes de batallas.
–Pero allí, lo que usted encuentra es la erosión misma de la historia, que vació y cambió para siempre esos paisajes.
–Efectivamente, y lo quise mostrar así porque me parece que es como una metáfora perfecta de lo que sucede con las guerras, y específicamente con esta guerra, que fue un verdadero genocidio. Una guerra es una forma de vaciar, de despoblar, y es por eso que también se va despoblando nuestro equipo de rodaje a medida que nos acercamos, histórica y geográficamente, al fin de la guerra. Mi director de fotografía, Marcelo Iaccarino, se tiene que volver por trabajo a Buenos Aires y otros técnicos también van partiendo. Es casi como si fuéramos el ejército paraguayo, cada vez más diezmado.
–Lo cual tiñe al documental de una fuerte melancolía, un sentimiento de pérdida que se impregna en el espectador.
–Esa era la idea: algo se perdió para siempre al cabo de esa guerra. En la medida en que se trató de una guerra imperial contra un país latinoamericano que intentó un desarrollo autónomo, es como si esa guerra se siguiera perdiendo hoy.
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