CINE › “LIFTING DE CORAZON”
› Por Horacio Bernades
Aunque el título haga sospechar un Subiela auténtico, Lifting de corazón lo muestra en pleno proceso de “normalización” cinematográfica. Si bien no es la primera vez que el realizador de El lado oscuro del corazón intenta sofrenar arrebatos retórico-imaginativos, en aras de recuperar un público en fuga (Despabílate, amor había sido un primer intento en este sentido), la sucesión de fracasos en la última década debe haber convencido a Subiela, y a sus ocasionales productores, de la necesidad de un urgente lifting cinematográfico. La operación consistiría en eliminar las molestas arrugas del realismo mágico, produciendo en su lugar un producto que luzca como nuevo, aun sin serlo. Tercera película del autor que contiene en el título una mención al órgano bombeador, Lifting del corazón es el resultado de esa cirugía.
Coproducción con capitales mayoritariamente españoles e intervención de una coguionista (posiblemente destinada a oficiar de contralor), Lifting... presenta un elenco binacional, transcurre alternativamente en Andalucía y Buenos Aires e incluye a un español deslumbrado con el tango. Típico drama “de infidelidad” encaminado a una conclusión derrotista, el opus 10 de Eliseo Subiela está protagonizado por un cirujano plástico, el doctor Antonio Ruiz (el sevillano Pep Munné, visto en La puta y la ballena), que baja a la capital argentina en ocasión de un congreso de su especialidad. No hay demasiadas sorpresas a partir del momento en que Delia, asistente personal en Buenos Aires (Moro Anghileri, la bella de Sábado, Buena Vida Delivery y Ronda nocturna) lo va a buscar a Ezeiza. Profesional consagrado, feliz padre de familia y con un muy buen pasar, se trata de reeditar la vieja fábula del hombre cuya infatuación amorosa amenaza con poner en riesgo lo que hasta entonces parecía inconmovible.
La fantasía erótica con una mujer investida de sexualidad absoluta no es nueva en el cine del autor, y la diferencia pasa en tal caso por lo que va del push up de Sandra Ballesteros a la delicadísima Moro Anghileri, dueña de una sexualidad más parecida a la de una geisha que a la de una prostituta. Anghileri ilumina una película en la que todo luce preformateado, ya se trate de tangos for export (con Gabriel Mores aderezando hasta la indigestión sonora temazos varios de su abuelo Mariano), encamadas pretendidamente febriles y hesitaciones morales del protagonista. Además del inevitable impromptu cómico aportado por el taxista de Alfredo Casero, cuyo carácter de licenciado en letras no le impide cantar a voz en cuello hits del propio actor, mientras exhibe una ubicuidad digna de Dios (personaje que tiende a aparecer seguido en el cine del autor). Pudo haberle ido peor a la siempre magnífica María Barranco, a quien le toca aquí un papel que en el cine de Subiela suele resultar ingrato: el de esposa. De lo conocido se extrañan vuelos, frases e intenciones evangelizadoras. Reaparece, eso sí, el castigo al transgresor sexual, con el protagonista reincorporado al redil familiar y relamiendo su derrota, hasta el límite mismo del masoquismo.
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