CINE › VARIADA OFERTA CINEMATOGRáFICA EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIáN
Misterios de Lisboa, última película del chileno Raúl Ruiz, fue presentada en la competencia oficial. También se vio I Saw the Devil, de Kim Jee-woon, aunque muchos se fueron antes porque no pudieron soportar tanta sangre. Y Santiago Segura mostró su nuevo largometraje.
› Por Horacio Bernades
Desde San Sebastián
Sol, sangre y proliferación de relatos en San Sebastián. El sol salió tras un comienzo frío y lluvioso (“sirimiri” se le llama aquí a ese fenómeno climático), de tal modo que durante el fin de semana hubo topless en la playa y barquitos cerca de la orilla. La sangre la había anunciado Página/12, en referencia al film coreano I Saw the Devil, película de asesino serial que la hace brotar en cantidad y que provocó algunas fugas en masa de la elegantísima sala del Kursaal, donde se proyectan las películas de competencia oficial. En cuanto a los relatos, no es raro que los haya multiplicado un film del chileno universal Raúl Ruiz, que si por algo se caracteriza es por hacerlos pulular en su obra. En este caso se trata de Misterios de Lisboa, última de su abundante producción (más de medio centenar de películas, en cuarenta y pico de años de carrera), cuya presentación en competencia oficial de San Sebastián representa su estreno internacional. La película más reciente de Santiago Segura y la última del británico Peter Mullan también se exhiben por estos días en competencia oficial.
Basada en una de las primeras novelas del portugués decimonónico Camilo Castelo Branco (de quien en el Bafici 2009 pudo verse la adaptación de Amor de perdiçâo), Misterios de Lisboa tiene una peculiaridad: dura cuatro horas y dieciséis minutos. Partida en dos por un intermedio como los de antes, la duración no arredró al público local, que llenó la sala en las dos funciones consecutivas del día de ayer. El carácter de film de época, de adaptación literaria y de producción de considerable tamaño semejan este film en portugués de Ruiz a su película más conocida en la Argentina, El tiempo recobrado, que se basaba sobre En busca del tiempo perdido. Originalmente un folletín, la adaptación de Carlos Saboga (que también había traspuesto Amor de perdiçâo) no trata a la novela de Castelo Branco como tal, y ésa es seguramente una de sus originalidades. No hay aquí relectura irónica, ni paródica ni autoconsciente. Protagonizada por un niño huérfano, Misterios de Lisboa abunda en identidades mudables, paternidades ocultas, perdones postreros, agonías, muertes, duelos, traslados geográficos (de Portugal a París, de París a Italia, de Italia a Brasil) y bruscos vaivenes de la fortuna, que arrojan a los personajes de un extremo al otro de la escala social.
Por descabellado que sea, Ruiz aborda el material con serena sobriedad, cámara atenta y distante, exquisito tratamiento lumínico y una intensa partitura de Jorge Arriagada, su compatriota y mano derecha. Es tan característica la proliferación de relatos (parecería que cada personaje tiene una historia para contar) como el aire fantasmal, como de entresueños, que tienen algunas escenas. Así como las frecuentes invenciones narrativas (flashbacks dentro de flashbacks, tiempos que no respetan la cronología, cuadros que cobran vida) y visuales (un sueño febril, travellings acompasados, una escena resuelta desde posición cenital). Teniendo en cuenta que la competencia oficial de San Sebastián no suele abundar en maravillas, la lógica indica que el aporte del realizador chileno debería estar entre lo mejor que se vea este año en la sección de cabecera del festival.
La sangre que I Saw the Devil desparrama a lo largo de sus dos horas veinte es la de las víctimas del asesino serial que la protagoniza. Pero también las del hombre que lo busca para vengarse. Es que el psychokiller (interpretado por Choi Min-sik, protagonista de Old Boy) no tuvo mejor idea que elegir como víctima a la prometida de un miembro del servicio secreto, y éste (Lee Byung-hun, rostro frecuente en las películas de Kim) no se anda con vueltas a la hora de ponerse en acción. Va detrás de los cuatro posibles sospechosos y, sin darles tiempo a nada, los ejecuta y ya. Salvo al verdadero culpable, al que no piensa hacérsela tan fácil: le pide a un técnico de los servicios que le diseñe una pastilla que contiene un GPS y un micrófono (!) y cuando encuentra al otro se la hace tragar, después de torturarlo un poco. ¿El objetivo de todo esto? Seguir sus pasos y poder seguir torturándolo cada tanto, antes de matarlo. Además de permitir que la película dure lo que dura, en lugar de 15 o 20 minutos. ¿Que al killer le bastaría con ir al baño para librarse de la pastilla? Es lo que sucede, pero sólo cerca del final y con el evacuador metiendo la mano en el inodoro y buscando allí la pastilla, para dársela de tragar a otro.
Refinado estilista de género, varios de cuyos films se vieron en sucesivos Bafici, Kim Jee-woon sostiene que su intención era denunciar que el que persigue a un monstruo termina convirtiéndose en otro monstruo. Algo que más de un diálogo hace explícito. En los hechos, la película oscila entre el film de venganza, el melodrama de pérdida, el gore extremo, el humor macabro, el disparate liso y llano y, cómo no, lo que se conoce como “cine de pornotortura”. Divertida por el modo en que obliga al espectador a ver lo que (se supone que) no quiere ver, I Saw the Devil termina pareciéndose demasiado a películas que se regodean en la tortura, como El juego del miedo u Hostel. Aunque en la conferencia de prensa Kim Jee-woon haya dicho que se retiró de esta última antes del final, porque “no soporté la violencia”. Vaamoos, don Kim...
Típica comedia “de capocómico” al servicio de Santiago Segura, El gran Vázquez tiene por protagonista a un personaje real de la España de los ’60, que además de admirado historietista fue un crápula completo. Comedia menor incluso para los estándares de Segura (que no tiene problemas en filmar lo que venga), turba la razón que este film modestísimo y ultralocalista sea parte de la competencia oficial de un festival internacional clase A. Da toda la sensación de que eso no hubiera sucedido si Gerardo Herrero (uno de los nombres más poderosos de la industria local) no hubiera sido uno de sus productores. El título Neds, del escocés Peter Mullan, corresponde a las iniciales en inglés de “Delincuentes sin educación”. Ubicada a comienzos de los ’70, eso es lo que termina siendo el protagonista, tras comenzar como gordito bueno en la primaria. En su primera parte, la dinámica visual y narrativa y el sentido del humor le dan frescura a este film de pandillas. A la larga, una serie de gruesos desajustes –el principal de los cuales es que resulta imposible ver en el protagonista a un despiadado gang leader– termina por hacerla naufragar.
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