CINE › LEONARDO SBARAGLIA HABLA DE SU PROTAGóNICO EN SIN RETORNO, DE MIGUEL COHAN
Después de haber triunfado en España, el actor de Plata quemada y Las viudas de los jueves vuelve una vez más al cine argentino con el debut del asistente de dirección de Marcelo Piñeyro. “Su guión fue de lo mejor que he leído”, confiesa Sbaraglia.
› Por Oscar Ranzani
Fue de los últimos argentinos que emigraron del país antes de que la crisis económica estallara. Después de actuar en Plata quemada (2000), con el éxito que le sonreía en cada esquina, Leonardo Sbaraglia, sin embargo, decidió armar las valijas y partir a España, con la genuina esperanza de consolidar su carrera, pero con el riesgo de empezar casi desde cero. Y lo logró: a lo largo de los años que estuvo en Madrid, el actor, que siendo adolescente se asomó a la televisión con la tira Clave de sol, filmó una veintena de largometrajes tanto con cineastas consagrados como con jóvenes talentos: desde Vicente Aranda hasta Antonio Hernández, Manuel Huerga y Juan Carlos Fresnadillo. Cuando retornó a la Argentina, hace ya un par de años, lo hizo porque nunca pensó en un exilio definitivo. Después de protagonizar El corredor nocturno, dirigido por Gerardo Herrero, Sbaraglia se encontró con su gran amigo Marcelo Piñeyro, un director que lo conoce profundamente, ya que trabajaron juntos en Tango feroz, Caballos salvajes, Cenizas del paraíso y Plata quemada, lista que se completa con Las viudas de los jueves (2009), la película que lo instaló de nuevo en la Argentina. Puede asegurarse que el retorno de Sbaraglia fue a lo grande en un país que no lo olvidó: en teatro está presentado Contrapunto, junto a Pepe Soriano, con dirección de Agustín Alezzo (luego de haberse estrenado en Buenos Aires el año pasado, actualmente están de gira por el interior del país); y en televisión se lo vio hace unos días interpretar a Francisco Canaro en el ciclo Lo que el tiempo nos dejó (Telefe). Y en cine se lo podrá ver nuevamente a partir de este jueves en Sin retorno, ópera prima de Miguel Cohan (no confundir con su homónimo Miguel Kohan, el realizador del documental Café de los Maestros), a quien Sbaraglia conoce desde hace tiempo, ya que Cohan fue el asistente de dirección de Piñeyro en cuatro de sus largometrajes.
Sin retorno es un thriller con un ritmo intenso: no da tregua al espectador que, a lo largo de la trama, seguramente se cuestionará dilemas morales junto al protagonista. Sbaraglia compone a Federico Samaniego, un humorista ventrílocuo al que la realidad deja de sonreírle cuando atropella a un ciclista en la calle. Al ciclista no le pasa nada, pero comienza a increparlo y, entonces, Samaniego, al ver que está vivito y coleando, decide partir con su coche azul. Al rato, Matías Fustiniano (Marín Slipak), un joven de 22 años, viene de una fiesta con un amigo y atropella al mismo ciclista hiriéndolo mortalmente. El joven no ayuda al accidentado, huye con su auto (también azul) y su amigo le sugiere que les diga a sus padres que le robaron el vehículo. Ciertas coincidencias fortuitas, pero también encubrimientos y deficiencias judiciales, hacen que todo el peso de la ley caiga sobre Samaniego, un inocente. En ese reclamo de justicia, el abanderado es el padre del accidentado (Federico Luppi), quien comienza a aparecer en los medios que se trepan a la mentira construida por la familia Fustiniano. Y el destino terminará cruzando la vida de este veterano con la de los dos protagonistas de los accidentes.
“Me gustó mucho el guión en general –confiesa Sbaraglia–. A medida que lo iba leyendo, me fue atrapando, me impactó y me dolió. Son esos guiones que te van lastimando y cuestionando.” El actor reconoce que la contundencia que tiene el guión no es algo tan común que le haya sucedido en otras ocasiones: “Como guión fue lo mejor que leí”, confiesa Sbaraglia, al tiempo que recalca que su personaje, Federico Samaniego, le pareció “muy atractivo dentro de esa historia”.
–Los puede tocar muy de cerca no solo como un tema de los accidentes automovilísticos. Más bien ese tema es una excusa para hablar de otros muchos asuntos y cosas. La película tampoco dice cuáles son esas cosas. Sin retorno habla concretamente de ese accidente, pero fundamentalmente de las consecuencias y de las reacciones que esto tiene en las personas involucradas. Todas las personas que están en la película, los medios o la Justicia están involucrados. Lo interesante es ver cuál es la primera reacción que se tiene frente a un hecho extremo: ¿la de protegerse uno mismo cuidando el culo, a pesar de que se pueden morir diez tipos atrás de uno? Y yo creo que el tema es la justicia personal.
–No me refiero a la justicia personal como de mano propia, sino a la justicia en algo que va más allá, que tiene que ver con un asunto de la sensibilidad, de la ética personal, de la entidad moral de cada uno y de cómo usarla frente a cosas que muchas veces no están escritas. La ley no sirve para nada si no hay un entendimiento de esa ley. La película no apunta a que digamos: “Tenemos que ser más íntegros”. Se interroga acerca de cómo se recupera un padre de la muerte de un hijo, cómo se le quitan los cuatro años que pasó un tipo en la cárcel, cómo se le quita el peso a un chico que mató a alguien. Entonces, la película plantea todas estas preguntas sin dar una respuesta, sin decir: “Esta es la solución”. Simplemente invita al espectador a ponerse en el espejo y ni siquiera como una reflexión, sino como una emoción, con una sensación que atrapa.
–Una cosa interesante que decía Federico Luppi el otro día era que desde la Justicia o desde los medios muchas veces no es que se busque la verdad, sino que se busca un culpable, una expiación. Y en ese sentido, yo pregunto también en cuanto a los medios cuál es la política: ¿encontrar la verdad o encontrar el negocio? Muchas veces hay gente muy valiosa dentro de los medios que pueden acercarse o intentar desde su integridad buscar la verdad o algo que se acerque a la misma. Pero está claro que como sistema es bastante sórdido, en el sentido capitalista de la palabra; es decir, en el sentido de cómo seguir vendiendo a costa de lo que sea.
–En principio, no. Por supuesto, debe tener influencias técnicas, y en relación con el cariño y el respeto que tiene Marcelo por los actores y cómo los cuida. Pero estéticamente y narrativamente, Miguel tenía su propio plan. Se trató de un plan muy concreto de cómo narrar. Consiste en que el espectador asista a las escenas una vez empezadas. Y que salga de esas escenas antes de que terminen. Es una sensación de que pasa, pasa, pasa, y se va encadenando de una manera temporal muy original. El espectador asiste a una parte y eso le da mucho realismo al asunto. Quizá por haber trabajado profesionalmente tanto antes de ser director, da la sensación de que Miguel hubiera dirigido muchas películas antes que ésta. Realmente daba la sensación de estar con un director que estaba haciendo su cuarta película, por su nivel de claridad y de precisión de lo que quería.
–No me gustaría pensar que no voy a volver a trabajar en España, después de todo lo que trabajé allá y las relaciones que tengo. Yo tengo muchos amigos, como Fresnadillo, que justamente viene a quedarse unos días en casa. Pero también Rodrigo Cortés, Gonzalo López Gallego, Antonio Hernández y, en los últimos años, Gerardo Herrero. En ese sentido, hay relaciones importantes que he hecho, tanto personales como profesionales. Y eso no se va a acabar. Lo que pasa es que en los últimos años estuve mucho en la Argentina queriendo volver justamente a instalarme profesionalmente acá y volver a conocer gente. Y yo anhelaba eso también. Sentía que, de alguna manera, me lo estaba perdiendo. Y por suerte, la decisión fue muy buena y estoy muy contento de estar trabajando en la Argentina.
–Fue fundamental por las ganas de compartir la crianza de mi hija en el lugar donde uno se siente más cómodo. Quiero decir que me gusta más criarla acá porque me siento con más recursos. Acá le dan mucha importancia a la crianza de chicos. Hay muchos colegios, muchas alternativas. No es que en España no estén, pero siento que acá hay más.
–Sí, o más. En muchas cosas, siento como si no me hubiera ido nunca. Actualmente estoy haciendo gira con Contrapunto por todo el país. Y no es por mandarme la parte, pero hay mucha gente que me dice: “Qué bueno que volviste”. La gente siente mucho afecto y mucha alegría y me lo expresa. Y a mí me hace mucho bien, porque uno trabaja para el público y también vive del público.
–Sí. Primero porque fue la cuarta película que hice con Marcelo (Piñeyro), donde ya tanto él como yo habíamos llegado a una confianza realmente muy grande trabajando juntos. Y él me escribió ese personaje para mí, como un acto de esperanza. Era un personaje muy difícil y me ofreció la alternativa de trabajar mucho y desarrollarme para poder hacerlo. Mucho trabajo implicó hacer ese personaje, que fue una capitalización enorme en lo que me ocurrió después.
–Mucha precisión de parte del director, del guión. La precisión hace que uno imagine más preciso: que uno pueda tener las antenas abiertas en cuanto a lo que se quiere contar. Y no solamente en cierta manera de mirada, sino en muchos ámbitos como, por ejemplo, poder reflexionar sobre el personaje desde otros puntos vista: cómo es la clase social de ese personaje, cómo es su historia. Todas cosas que a uno lo puedan ayudar a encuadrar mejor y más precisamente esa identidad que tiene que contar.
–Quizá fueron demasiadas responsabilidades para un chico de 17, 18, 20 años. Y más en esta profesión en la que la imagen es tan importante. No me refiero a la imagen física, sino a tener que estar de una manera frente a alguien que te mira, frente a una foto o a un periodista. Entonces, hay muchas cosas que te pueden quitar libertad. Pero bueno, fui aprendiendo con los años a encontrar una medida en relación con esta profesión. Una medida que me va bien, con la cual funciono bien. Y hay un aprendizaje que hay que seguir teniendo: de uno frente a la profesión.
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