CINE › LA ESCALA URUGUAYA DEL CINE FEST BRASIL, ANTES DE SU DESEMBARCO EN LA ARGENTINA
Como prólogo del encuentro que tendrá lugar entre el 21 y el 27 de octubre en la Fundación Proa, el complejo Alfabeta de Pocitos es en estos días sede de una muestra que presenta once largometrajes y nueve cortos que dan cuenta de múltiples facetas.
› Por Ezequiel Boetti
Desde Montevideo
Octubre tendrá gusto a revancha para el cine brasileño. No sólo por la presencia en la cartelera comercial de Lula, el hijo de Brasil y de Santiago en la Fundación Proa, sino porque entre el 21 y el 27 de ese mes se realizará la tercera edición del Cine Fest Brasil, que contará con once largos y nueve cortos producidos durante 2009. Con el objetivo de convertirse en “una herramienta de comunicación para toda la región”, este evento busca paliar el daño que la distribución latinoamericana le asesta a su propio cine, usualmente marginado al circuito alternativo, cuando no al cable. Para eso la empresa organizadora, el Grupo Inffinito de Festivales, programó una parada previa hasta entonces inédita: Montevideo. “Estamos comenzado un trabajo en Argentina y Uruguay que creemos que puede dar muchos frutos y aproximar a los tres países. A través del cine podemos rescatar la cultura brasileña. La música, los paisajes, el turismo y las diferentes características de cada región demuestran que Brasil es muy grande. Un festival nos da la posibilidad de mostrar esas diferencias. Es un trabajo difícil, recién estamos comenzando, pero no es imposible”, explica Viviane Spinelli, una de las tres directoras y fundadoras junto con Claudia y Adriana Dutra.
La legión carioca cruzará el Río de la Plata con once largometrajes y nueve cortos filmados durante el último año. Serán los mismos que desde el viernes pasado y hasta mañana alumbran una de las salas del complejo Alfabeta de la coqueta localidad de Pocitos, en las afueras del casco histórico de la capital uruguaya, y se sumarán dos films aquí ya exhibidos en otros ciclos: Elvis e Madona y Quincas Berro d’Agua. Precedida de fuertes polémicas en el último festival de Tribeca, meca del efervescente cine indie neoyorquino, la primera es una comedia romántica que narra las desventuras amorosas de una fotógrafa lesbiana devenida repartidora de pizzas y una peluquera transexual y performer maltratada por su ex novio, un actor porno. Más tradicional es la propuesta Sérgio Machado, una comedia de enredos donde Paulo José, actor popular en Brasil, personifica a un padre de familia modélico hastiado de la rutina que decide mudarse y cambiar su identidad.
Los tres documentales son la oferta más atractiva, tanto por variedad temática como por lo dificultoso que resulta acceder a este material por fuera de estos eventos. Beyond Ipanema–Las oleadas brasileñas en la música global pone el foco en el análisis del fenómeno del título mediante testimonios de productores, DJ y músicos de la talla de Caetano Veloso, Tom Zé y Gilberto Gil, entre otros. Algo parecido hacen los directores, productores y guionistas Tatiana Issa y Raphael Alvarez en Dzi Croquettes. Estrenada con relativo éxito en su país en julio tras un buen recorrido por festivales, la pareja recupera la trayectoria de un grupo de actores y bailarines que resistieron a la dictadura de los ’70 desde la perspicacia y sagacidad de la contracultura.
El terceto se completa con Tamboro, de Sergio Bernades. Saber que el director pasó quince años de su vida recorriendo aquellos lugares ajenos a la postal turística y que falleció en 2007 antes de concluir la edición le adicionan épica y heroísmo a una obra de por sí faraónica, magnánima, que además adquiere una relevancia particular según el lente con que se lo analice. Si se opta por una perspectiva política, Tamboro es el reverso de ese panegírico oficialista que es Lula, el hijo del Brasil. Si en el proselitismo fílmico perpetrado por Fábio Barreto la pobreza es estilizada y pictórica, y la sufren seres coloridos, caricaturescos y absolutamente adimensionales, Bernades retrata la miseria y el olvido sin tapujos, como una entidad de carne y hueso: duelen los reclamos a la clase política, la pérdida de memoria, la falta de conciencia de que ellos también son parte –quieren serlo– de la séptima economía del mundo. También admite un ojo si se quiere apolítico, estrictamente apegado a valores cinematográficos. Por más que el abuso innecesario de recursos visuales símil primeros videoclips de MTV empalague, la deforestación en manos de grandes empresas, el Amazonas profundo tajeado por innumerables cascadas y las favelas monocromáticas filmadas en majestuosas tomas aéreas bien sirven para un goce sensorial absoluto. Más aún cuando tiene en la proyección HD a un aliado fundamental, con su calidad visual y sonora inmejorables.
Lo más destacado por el lado de la ficción es Ojos Azules. El film de José Joffily, el mismo de Dos perdidos en la noche, estrenada hace algunos años, narra la historia de un oficial de inmigraciones del aeropuerto JFK que decide celebrar su último día de servicio maltratando a los ocasionales extranjeros. Pero la agresión verbal se convierte en física, desatando la tragedia. Resulta interesante notar cómo en el proceder del protagonista sintomatiza los vientos políticos que hoy soplan en el país del Norte. Nacionalista, xenófobo, racista, prejuicioso y seguramente republicano (ver si no las fotos enmarcadas de George Bush y Donald Rumsfeld que “decoran” su oficina), el protagonista Marshall expone lo peor de un sistema demasiado apegado a ese chauvinismo enfermizo tan pos 11-9. Para colmo de males, está convencido de que ése es el camino correcto: “No nos odian, nos envidian”, dice como al pasar. Difícilmente sea producto de la casualidad que esta criatura poco consciente de lo que ocurre México abajo tenga el rostro de David Rasche, actor que supo paladear sus quince minutos de fama interpretando a un policía de similares características en la serie Martillo Hammer, comodín sabatino pre-Simpson de Telefe. El viaje-redención a tierras brasileñas a raíz del conflicto bien podría funcionar como símbolo de la expiación que se palpitaba en los albores de la era Obama, cuando el revisionismo parecía colarse en la arena política. Más allá de cierto hálito etnocentrista en la concepción de los sudamericanos (algo raro viviendo de un director proveniente de estas huestes) y una doble moral por momentos peligrosa, el film se sostiene además por una sólida narración y el buen pulso de Joffily. Su cámara inquieta, cercana y opresiva se confabula para oxigenar una narración que gira en derredor de las acciones de una oficina estatal, reino absoluto de la burocracia y despersonalización.
Las dos comedias programadas en Montevideo beben de fuentes televisivas. Tanto El Bien amado como Los Normales 2 están basadas en populares series cariocas. La primera tiene a José Wilker entre sus protagonistas y cuenta la historia de un alcalde corrupto, cuyo mayor anhelo es construir un cementerio en el pequeño pueblo que comanda. Comedia de enredos de tono chirriante, de personajes gruesos que chillan y no hablan, el film no es tanto la adaptación de un programa catódico como su transposición: filmado igual que en pantalla chica, con escenas que se resuelven en plano-contraplano, hay pocos momentos que a duras penas catalogan de simpáticos. Las pequeñas dosis de humor negro y cierta irreverencia al siempre espinoso contexto de la dictadura resultan más que bienvenidos. La segunda parte del film basado en la serie de la Rede Globo homónima, a su vez producida por la división cinematográfica de esa compañía, retoma la historia de un matrimonio estacando en la rutina.
El género dramático también tendrá su espacio. Como Ojos Azules, Tiempos de paz aborda el derrotero de los inmigrantes, pero en este caso el de un polaco que arriba a Río de Janeiro en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. Los oficiales de inmigraciones, alertados ante el posible arribo masivo de nazis encubiertos, ven sospechoso a un polaco que se dice agropecuario. Dirigido por el veterano Daniel Filho, el mismo de la exitosa Chico Xavier, que desde su estreno en abril llevó casi cuatro millones de espectadores sólo en Brasil, Tiempo de paz nunca esconde la génesis teatral de su guión, basado en la obra Nuevas Directrices en tiempos de paz, de Bosco Brasil. Resulta llamativo cómo el actor brasileño hijo de inmigrantes polacos Dan Filip Stulbach se empecina en copiar mohínes y tonos del Viktor Navorski que Tom Hanks interpretó en La terminal. Por último, Salve Geral se centra en una mujer que comienza a involucrarse en el sistema carcelario a raíz de la detención de su hijo, mientras que El narrador de historias aborda la relación entre un conflictivo chico de seis años y su psicopedagoga.
* Programación completa en www.brazilianfilmfestival.com.
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