CINE › ANDRéS DI TELLA, CLAUDIO CALDINI Y EL PROYECTO HACHAZOS
En el marco del DocBsAs, el dúo presentará en sociedad un híbrido entre cine, teatro, literatura y música que busca rescatar “el ilusionismo de la historia del cine” y a la vez “reconectar al espectador, que sienta que hay alguien produciendo eso”.
› Por Ezequiel Boetti
Expresiones culturales como las que prometen el cineasta Andrés Di Tella y el multifacético artista Claudio Caldini arrinconan al cronista contra las cuerdas. Porque poco se sabe acerca de Hachazos, suerte de híbrido entre cine, teatro, literatura y música que mañana desde las 21.30 funcionará como presentación estelar del séptimo día del DocBsAs, en la Sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530). “La idea es mezclar performances y proyecciones en varios formatos: fragmentos de las películas en 35 mm rescatadas por el padre de Claudio, Súper 8, video digital. Yo voy a exhibir imágenes de lo que estamos filmando actualmente. También habrá una proyección múltiple con cinco equipos controlados por él, lecturas y música en vivo”, adelanta el director de Fotografías. “Voy a usar los proyectores de Súper 8 como instrumentos musicales. Utilizo las pistas magnéticas que aún funcionan para mezclar sonidos en vivo, que además son grabaciones de música”, complementa su compañero. En plena era YouTube, Hachazos propone la recuperación de la identidad de las imágenes, su vinculación con los espectadores. “Necesitamos escapar de este océano de imágenes anónimas”, dispara Di Tella.
Luthier del séptimo arte y con más de 40 cortometrajes sobre el trajinada Súper 8, Caldini es uno de los máximos exponentes de la experimentación audiovisual nacional y del cine expandido, un movimiento surgido a comienzos de los ’70 por iniciativa de Marta Minujín (ver aparte). Este dispositivo se caracteriza por la combinación de diversos elementos sonoros y visuales para lograr “una experiencia de inmersión sensorial donde cada proyección es distinta, con una organización y configuración diferentes”, según explica el inclasificable artista, quien conoce a Di Tella desde que éste vestía guardapolvo. “Mi mamá era amiga de Minujín. Ella sabía que me gustaba el cine y me dijo que la ayudara en una película. Era una performance que ella hacía, una especie de autoentierro donde yo le tiraba tierra y otras cosas mientras ella supuestamente tomaba sol. El camarógrafo era Claudio”, rememora el mandamás de las dos ediciones bautismales del Bafici: “Me lo reencontré hace algunos años cuando participé en su grupo de estudios. Después seguí charlando con él y escribí una especie de ensayo biográfico sobre él y sus películas”, asegura.
Ese texto ya culminado, pero aún inédito, y la presentación de mañana están hermanados por el título: Hachazos. Resulta inevitable vincular ese nombre con la obra y la alimentación que sació el apetito de Caldini durante los primeros años de cinefilia. “Cuando las películas salían de circulación las vendían a las pinturerías para reciclarlas, pero antes las cortaban con un hacha para que no volvieran a proyectarse. Mi padre y mi padrino volvían a empalmarlas y las restauraban. Toda mi infancia vi esas películas en un proyector de 35 mm instalado en el taller de mi padrino”, recuerda. “Este espectáculo es una colaboración entre los dos. Incluye elementos del tipo de performance que hace Claudio y a la vez algo nuevo que ninguno de los dos hizo y que no sabemos cómo va a salir. Durante los ensayos decíamos que lo único que sí sabemos es que cuando lo hayamos hecho, vamos a saber cómo tendría que haber sido”, confiesa Di Tella.
Claudio Caldini: –La idea es utilizar los elementos electrónicos y mecánicos primitivos para generar vivencias integrantes. No sólo la proyección con comienzo y final. En este caso será en una sala tradicional como la Lugones, pero el cine expandido generalmente sale del ámbito de la sala cinematográfica.
Andrés Di Tella: –Hoy en día uno ve el Súper 8 y parte de la magia es el ruido del proyector. Eso ya mete al espectador en una atmósfera especial.
C. C.: –Es el ilusionismo de la historia del cine. El proyector estaba visible hasta que se lo ocultó para buscar una mejor imagen.
A. D. T.: –La idea es tomar eso para darle una mayor expansión. Hay teatro, grabaciones y distintos elementos que vamos a desplegar en escena. Por eso es muy difícil de describir. Claudio habló también de “documental en vivo”, porque se trata de una especie de autobiografía en escena.
A. D. T.: –No una experiencia religiosa, sino más bien una ceremonia. Me parece que hay una concentración extrema, él entra como en trance. Es una experiencia muy poderosa. No sólo las imágenes y los sonidos, sino el hecho de que lo está proyectando en ese momento. Son las cintas originales, que no tienen copias, filmadas hace 30 años, que a veces se rompen y hay que pegarlas en el momento. Todo eso genera que todo el mundo esté pendiente. Por eso es cine en vivo, el público vive otra emoción.
C. C.: –El ocho milímetros es el cinematógrafo Lumière miniaturizado. Es el cine en su mecánica, la síntesis de la originalidad del cinematógrafo llevada al ámbito de lo íntimo. Por otro lado es una herramienta ideal para el que quiera hacer un uso más creativo, porque se puede operar sin la necesidad de otra persona. Además me gusta mucho la acción espontánea captada directamente en la cámara, hacer el montaje ahí. Y todavía hablo del cine. A veces podemos sustituirlo por el video, pero la experiencia perceptiva es diferente. Nada va a reemplazar al obturador y a la intermitencia de la imagen cinematográfica.
C. C.: –Justamente hay una especie de resurgimiento mundial del Súper 8 a partir de los últimos diez años. Había desaparecido casi por completo a mediados de los ’80, pero a partir del centenario del cinematógrafo, y sobre todo de los últimos años, creció notablemente.
A. D. T.: –La diferencia entre lo que hace Claudio y lo que hace todo el mundo es que en general se usa como formato de registro y luego se vuelca a otro digital para proyectarlo. Es más: no es fácil conseguir los proyectores. Quizá para él sea diferente, pero yo desde afuera creo que es como un gesto de resistencia, de anacronismo deliberado que tiene su propia poesía y su elocuencia. Por eso van a estar los proyectores bien a la vista del público y él adelante trabajando. Para mí eso es parte de lo emocionante del hecho, de la poesía de la situación.
C. C.: –Para mí no tiene absolutamente nada de nostálgico. Me parece que es un instrumento para generar una estética contemporánea. A veces se habla de la textura símil familiar que tiene, pero no es mi caso. No es casual que todo el movimiento de cine experimental argentino fue hecho en Súper 8. Hubo poco y nada en 16 mm u otros formatos.
C. C.: –Hablo no tanto de imagen, sino de estética. La capacidad de percepción de la imagen y el sonido ha cambiado mucho en los últimos veinte años. Se ha generado una nueva estética a partir de la manipulación de instrumentos electrónicos. La imagen fílmica monocanal parece que ya no es contemporánea. Pero sí lo es una estética donde se combinan imágenes y sonidos manipulados electrónicamente. Los proyectores Súper 8 son instrumentos electrónicos primitivos.
C. C.: –La operación es parte de la obra. Hay una teatralidad mecánica que incluye al operador. Lo digital a veces nos hace imaginar que no hay nadie detrás porque el cerebro electrónico funciona solo, y no es así. Me gusta integrar el cuerpo a la acción y que el proyectorista esté presente en la sala.
A. D. T.: –En ese sentido es donde noto cierta resistencia. Yo no hago regularmente Súper 8, pero igual trato de dejar huellas humanas en las imágenes digitales que filmo, que se note que alguien está haciendo la película. Me parece que se relaciona con una resistencia a las imágenes anónimas. Hoy en día estamos sumergidos en una marea de material sin autor. Creo que son dos formas distintas, pero en algún sentido complementarias, porque la presencia del realizador está en la imagen, en la cámara en mano, en el temblor. Todo enfatizado con los proyectores y el operador a la vista como parte integral de quien filmó esas imágenes.
A. D. T.: –Sí. Hay una frase que me gusta mucho del psicoanalista inglés Adam Phillips. El dice que el trauma es una experiencia que no podemos asimilar ni intelectual ni emocionalmente. Creo que en este momento estamos traumatizados por la proliferación de imágenes anónimas en Internet, televisión, todo. Me parece que para salir de eso es necesario reconectar al espectador, que sienta que hay alguien produciendo eso y que puede entrar en diálogo. Es una resistencia a esas imágenes traumáticas.
C. C.: –Se trata también de recuperar el carácter reflexivo de las imágenes. Si hay una mirada que se dirigió a determinado punto es porque ha producido una reflexión en quien la tomó. Tomar imágenes es algo más que un acto utilitario.
“En el cine de Caldini hay imágenes que hacen ver el mundo –y las posibilidades del cinematógrafo– de otra manera. Ponen en cuestión qué cosa es y en qué momento se produce eso que llamamos cine”, escribió Di Tella en el catálogo del DocBsAs para definir la obra de su compañero. “Hace cine solo, sin dinero, sin nadie. Ata la cámara a una soga y la revolea por encima de su cabeza, pinta o perfora el celuloide, monta la cámara encima de una bicicleta, filma sombras, crea animaciones con la luz que entra por una ventana, amplía las posibilidades del cine hasta hacer lo imposible. En las extrañas imágenes que viene filmando hace ya cuatro décadas se cifra su autobiografía. Un experimento cinematográfico que es a la vez un experimento de vida”, se lee más abajo. Cineasta autónomo, el personalismo artístico es indivisible de las vivencias que acontecen fuera de cuadro. “Charlé mucho con él y he revisitado todas sus películas, y cada cosa que filma es totalmente autobiográfica. Si bien no cuenta explícitamente su vida, las vivencias están ahí, de una forma muy intensa. Cada obra refleja un sentimiento muy íntimo de esa vivencia”, reflexiona el cineasta. “Es difícil ponerlo en palabras, si bien yo intento hacerlo en el espectáculo. Trato de decir con palabras lo que las palabras no pueden, y con las imágenes trato de mostrar algo que no puede mostrar”, concluye.
Fundador y director de las dos primeras ediciones del Bafici, ensayista y docente, Andrés Di Tella tiene una filmografía compuesta por cinco documentales, todos dotados de una fuerte carga de subjetividad y con una clara presencia del cineasta como personaje dentro de la narración. De esta forma, mientras muchos procuran transparentarse ante el dispositivo cinematográfico, Di Tella se pone en primer plano. Esas características se hacen notorias sobre todo en La televisión y yo (2003), donde la fábrica de su abuelo servía como espejo de los vaivenes de la industria nacional, y en Fotografías (2007), film centrado en los viajes de su madre, la hindú Kalama, que bien sirven para poner crisis ideas y recuerdos propios. Por eso, en la interacción con Claudio Caldini en Hachazos se harán vívidas las experiencias personales entre ambos. “Creo que en algún aspecto esta performance sigue esa línea. Si bien no son elementos para una biografía mía, a la vez hay elementos que sí corresponden a eso cuando hablo acerca de cómo conocí a Claudio y lo que significa para mí volver a conectarme con él y con el cine experimental, algo que practiqué cuando era chico y después dejé de lado. Mi propio cine me fue llevando de vuelta a ese lugar”, asegura el director y fundador en 2002 del Festival de Cine Documental de la Universidad de Princeton.
Está de cuerpo ausente, pero ellos la hacen carne con sus palabras. En la Sala Lugones sobrevolará el aire transgresor, sus ínfulas de desparpajo y la lúcida locura –inevitable recordar el Pago de la deuda externa Argentina a Andy Warhol– de Marta Minujín. Porque si Claudio Caldini es el padre del cine expandido nacional, ella bien puede ser la madre. Practicante de esta vertiente desde los ’60, fue la encargada de convocar en 1971 al por entonces joven cineasta para que fuera camarógrafo en una de las experiencias de hibridación entre teatro, cine y música más importantes: Buenos Aires Hoy Ya. “Tenía tres proyectores de Súper 8 y uno de 16 mm. Se hizo en la Escuela Panamericana de Arte e incluía acciones de actores maquillados que recitaban en voz alta mezclados en el público, a la vez que los proyectores funcionaban azarosamente sobre una pantalla ancha donde se combinaban con acciones de noticieros del ambiente artístico under de esa época. Por muchos años no se repitió esa posibilidad de proyección”, se lamenta Caldini. Sin embargo, años después volvió al ruedo con proyecciones múltiples de películas ya realizadas. “Ahora es una tendencia generalizada con la operación y edición en vivo de la tecnología digital”, asegura.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux