Dom 30.01.2011
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CINE › EL REALIZADOR CHILENO ANDRES WOOD HABLA DE SU PELICULA SOBRE VIOLETA PARRA

“No fue reconocida como merecía”

El director de Machuca, una de las primeras películas sobre la dictadura militar chilena, está filmando Violeta se fue a los cielos, basada en el libro homónimo de Angel Parra, hijo de la artista. “Todo queda corto con Violeta”, reconoce Wood.

› Por  María Daniela Yaccar

Si se es optimista en razones místicas, el alma de Violeta Parra debería haber encontrado su sitio “adentro de una amapola o dentro de un pajarito”. La anduvo buscando, durante siete años, el cineasta trasandino Andrés Wood, y parece que finalmente la encontró. El opta por la modestia: insiste en lo “ina-

barcable” de la cantautora chilena, pero la suya tendrá el mérito de ser la primera película de ficción que intente acercarse a su vida. En rodaje por estos momentos, se titula Violeta se fue a los cielos y está basada en el libro homónimo de Angel Parra, hijo de la artista. El estreno está previsto entre mayo y septiembre. Se filmó mayormente en Chile, durante casi dos meses. También una semana en París. Tentaba darse una vuelta por el estudio porteño Makka, ubicado en Inclán al 2500, donde el rodaje llegará a su fin, para ver qué forma va tomando el alma de Violeta.

Es lunes, primer día de filmación en Buenos Aires. Y sí, la atmósfera está nerviosa. El calor abruma y a Beatriz, una extra, no le quedó otra que usar peluca. Es que su cabello colorado y corto no daba con lo que el film necesitaba a su paso por la Argentina: unos cincuenta extras haciendo de espectadores capturados por el espíritu de Parra en un programa televisivo de la década del ’60. Rodeada de peinados naturales, Beatriz repite “no puedo más” y sufre toda vez que el aire se apaga para iniciar una toma. Son las tres de la tarde y las cosas comenzaron bastante antes, entre las 6 y las 7 de la mañana, por eso se entiende que algunos extras cabeceen en la espera y abran sus ojos de repente, acordándose de que tendrán que aplaudir, “reírse grande” –así se los pide el director– y quedarse anestesiados al escuchar a Parra (la chilena Francisca Gavilán) entonando “Arauco tiene una pena”.

Según le cuenta Wood a esta cronista al final del día de trabajo, a Parra “la trataron muy bien” en este país. Además de ofrecer conciertos, expuso sus obras como artista plástica y fue invitada a la televisión en tres oportunidades. “Desarrollé una entrevista que tenía ganas de que fuera en un lugar donde se la apreciara de una manera menos cercana. Estamos tomándonos una libertad: la entrevista que funcionó fue en 1962, dicen que para Canal 13. Lo trasladamos al ’65”, explica. Al conductor del programa televisivo lo encarna Luis Machín. Además, hay otra actriz argentina involucrada en el proyecto (una coproducción de Maíz Producciones, de Argentina, y Andrés Wood Producciones, de Chile): la joven Vanesa González, que interpreta a una modelo que hace publicidades en vivo.

“Ahora ella va a recitar las décimas para una hija muerta. Ustedes van a estar pendientes de ella. Después, algunos se van a emocionar”, indica Wood a la platea, antes de que su Violeta aparezca en escena para recitar unos versos. En sus rasgos, Francisca Gavilán se parece mucho a la folklorista. La forma de los ojos y la de la boca; una imagen impregnada de un halo de tranquilidad. Una vez en su camarín, le dirá a este diario que se le parece “desde siempre, desde chica”, mientras Lupe, la asistente, le quita las extensiones. En el film hay tres Violetas, pues se retratan distintos momentos de la vida de la artista. Pero Pancha puede jactarse de ser la principal. “Para mí es muy importante, ha sido un premio. Quería quedar cuando hice el casting, quería ser yo.” Es que con la música de Violeta, que escuchaban sus padres, esta actriz de 35 años creció.

Francisca está exhausta pero concede un último esfuerzo para contar cómo compuso su personaje. Su trabajo excedió lo actoral. “Fue un proceso muy largo porque estoy desde enero con clases de guitarra y de charango. Me costó mucho porque soy zurda. Fue conocer la mano”, se explaya. Sus profesores fueron una folklorista chilena amiga de Violeta y Angel Parra, con quienes aprovechó para conversar y obtener la información que luego llevaría al cuerpo. “Pero no sé explicar cómo es ese proceso –sostiene–. Es tan raro... uno se cuestiona mucho cómo lo va a llevar, y en el fondo es como comer, como tomar agüita. Lo que me sirvió fue cantarla mucho. Me da el tono, su manera de moverse. Si la canto estoy ya preparada para actuarla.”

Tuvo suerte, Francisca, en ser la primera en liberarse. Más tarde, cuando el día de trabajo ha concluido para el equipo –quedan todavía seis más–, en el pasillo de Makka se acumulan los extras. Ellos están ansiosos por despojarse de las ropas sesentosas que mañana volverán a calzarse, ellas pasan primero por los baños para deshacerse del peinado tirante. El pasillo parece el de un boliche superpoblado. “Mirá si voy a hacer esta cola para cambiarme. Me tomo un cafecito y listo”, le cuenta una morocha a esta cronista. Beatriz por fin se saca la peluca y respira aliviada. Mientras los extras lo saludan, el director de Machuca (2004), una de las primeras películas chilenas que aludió a la dictadura militar de su país, se sienta unos minutos a conversar con Página/12.

–¿Qué aspectos de la vida de Violeta Parra retrata la película?

–El libro de Angel es el andamiaje. Evidentemente todo queda corto con Violeta. Uno piensa que llegó a algo y no, tenía cuatro alternativas más. Abre una puerta y se abre otra. Decidimos fragmentar la historia, contar episodios: la entrevista, su proceso de recopilación del folklore y su mundo interior. Su música, su plástica, su vida misma constituyen un material muy noble de esculpir. Puede ser duro, difícil, que no les guste a muchos, inabarcable en una película, pero es un privilegio. Hay episodios de su infancia, su madurez, sus amores, su obra, y ese último momento en que ella construye la carpa, con el sueño de hacer una universidad del folklore. Ahí es donde muere.

–Las biografías dicen que estaba desilusionada con el trato del público chileno.

–Fue reconocida pero no como se lo merecía. Se impuso tareas titánicas que efectivamente eran difíciles de cumplir. Por ejemplo, esta carpa quedaba en un lugar alejado, no había locomoción ni buses. Entonces sentía que no tenía el apoyo que tenía que tener. Pero es muy complejo decir qué la lleva a matarse. No me atrevo a tener una razón particular de su muerte. Decepciones de amor, la sensación del no reconocimiento, del cansancio; cosas que les pasan a los grandes artistas, esa sensación de no llegar. Para ellos, la vida es mucho más que una canción. Quería lograr la perfección, pese a que voló muy alto.

–¿Conversó mucho con Angel Parra para llevar a cabo el film?

–Sí. Me contó anécdotas y más que eso. Aportó un libro, ni más ni menos. Y un acompañar la película hasta ahora. Es una película muy colectiva y a la vez muy personal.

–¿Qué imágenes buscó en París? ¿Y qué lo trajo a Buenos Aires?

–París fue un lugar importante para Violeta por muchas razones. Como suele ocurrir, en vida fue tomada en cuenta más afuera que adentro. Y también porque desarrolla parte de su trabajo plástico de forma muy interesante. Tuvo una exposición emblemática en el Museo de Arte Decorativo del Louvre. Tengo entendido que es la única artista chilena que ha hecho eso. Era una artista completa, especial, genuina y propia, y a la vez muy universal. Finalmente, llegué a Buenos Aires pensando que acá podía haber imágenes en movimiento de Violeta. En Chile no había casi nada. Pero acá tampoco tenían.

–¿Qué piensa de eso?

–En Chile no existía la capacidad de grabación, a no ser que fuera hecho en fílmico. Pero además, cuando se empezó a grabar, se reciclaba o se botaba. La desi-dia y el desorden hacen que uno vaya perdiendo memoria. Para nosotros es fuerte: perdemos memoria patrimonial por los terremotos o porque los archivos importantes fueron quemados por los militares.

–Usted era muy chico cuando murió Violeta. ¿Qué significó ella para las generaciones posteriores?

–Tenía un año cuando ella murió, en 1967. Dejó un gran legado que es tomado por muchos músicos, particularmente por su hijo y por Víctor Jara. Acá también. Hay todo un sueño de ella que se quiebra con las dictaduras militares. Nuestros partidos de izquierda la encontraron muy avanzada. Sus canciones, algunas muy políticas, pasan a ser muy modernas, incluso hoy. Ella habla de los mineros: con todo lo que vivimos el año pasado, esa canción parece escrita para eso. También habla del conflicto mapuche. Sin ser un ente que vivía para la política, era muy política. Violeta está presente en muchas generaciones y me interesa ayudar a extender ese contacto.

–Por la relevancia de Violeta, esta película podría repetir el éxito de Machuca: una buena respuesta a nivel internacional, ¿no?

–No sé. Es tan difícil el tema de las expectativas con las pobres películas, hay tantos factores externos que deciden eso. Por ahora, me haría feliz que mucha gente la vea. A esta altura estamos gozando los procesos. Me gustaría que haya curiosidad por Violeta.

–Hasta el momento se viene abocando a realidades bien próximas, propias de su país.

–Por ahora sí. Aquí hicimos un cambio, porque hemos hecho películas de personas anónimas, relacionadas con contextos. Hoy estamos con una persona que, sin ser una heroína, es un personaje.

–¿Y cómo abordaron su aspecto de “persona”? ¿Por ejemplo, su carácter?

–Leyendo sus entrevistas y escuchándola por radio vi que era muy elocuente y pícara. Pasaba del humor a la tristeza. En la escena que filmamos acá el público está conectado con una décima, declamando. Por eso era tan importante elegir a la actriz: si uno toma la decisión equivocada ahí no hay forma de levantar la película. Me encantó el casting de Francisca. No sólo a mí, al equipo entero. Y más la actitud frente al trabajo. Se estuvo preparando largamente. Son tantas las variables de una película, que tener sólida a la actriz principal es muy agradable.

–¿Por qué le gusta tanto abordar el pasado?

–Me encanta, aunque puedo entender una película que no tenga ese primer objetivo. La gracia del cine es que cumple beneficios públicos, más allá de la película misma. Uno es la memoria, sin dudas. Me interesa un cine político, en el sentido más amplio de la palabra: hablar de mi país y la sociedad. Machuca fue la primera película en tocar la dictadura militar. Había mucho pudor para tocar el tema, una autocensura de los realizadores y una sensación de que a la gente no le interesaba. Hacer cine es muy complicado en todas partes, y más sabiendo que a la gente no le interesa. En sociedades pequeñas y con mucho por desarrollar como la chilena, hacer una película que toque a la gente es importante. Machuca fue importante. Ahora es parte de la enseñanza en muchos colegios. En Francia también. Y yo nunca pretendí hacer eso. Seguramente, como Violeta volvió al currículum escolar, se va a ver esta película.

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