CINE › “HOSTEL”, SEGUNDO LARGOMETRAJE DE ELI ROTH
El director, un nuevo especialista en el cine de terror, amaga más de lo que cumple, en un film de todos modos provocativo.
› Por Horacio Bernades
Segundo opus de un nuevo especialista en cine de terror llamado Eli Roth (la primera fue Cabin Fever, de 2002), Hostel venía rodeada de un aura de película extrema, que supuestamente se animaba a mostrar mucho de lo que el cine “normal” considera que no se debe. Tratándose de una película en la cual la tortura ocupa un lugar central (y con un afiche publicitario que muestra un taladro eléctrico a punto de insertarse en el labio de alguien), la cosa parecía de temer. Pero a la hora de los bifes, Hostel se comporta como esos tipos que en una pelea callejera se la pasan diciendo “Agarremén que lo mato” y si alguien los suelta no matan a nadie. Con lo cual se termina perdiéndosele el respeto, cuando ya resulta evidente que arruga, en el mismo terreno en que planteó el desafío. Esto no quiere decir que la película sea enteramente desechable, porque hay cosas que Mr. Roth sí hace bien.
Una de las cosas que Roth (34 años) hace bien es pensar la situación de base de su película, provocativa por partida doble. En primer lugar, por la forma en que invierte un sueño típicamente (norte)americano, el del mundo Playboy, y lo redirige hacia el terreno de la pesadilla. De vacaciones en Europa, dos mochileros yanquis (a los que se les suma un sueco) llegan a Amsterdam. Andan en busca de lo que 9 de cada 10 jóvenes, de cualquier origen, suelen buscar cuando salen de viaje: joda & mujeres. En discotecas primero, en la zona roja después, algunos ganan, mientras un tercero duda. Hasta que en una pensión dan con un tipo con una marca encima del ojo izquierdo que les pasa el dato de que “la posta” no hay que buscarla en Amsterdam sino en Eslovaquia. Allí parecerían estar las mejores mujeres, y las más fáciles del mundo entero. Allá van Paxton, Josh y Oli, en un tren que parecería el equivalente moderno del carromato que llevaba al protagonista de Nosferatu hasta el castillo del vampiro.
Sí, deberían haber desconfiado de aquella marca sobre el ojo, y el hombre de negocios que en el tren le pone la manito sobre el muslo a Josh funciona como una segunda advertencia. Pero no habría cine de terror sin protagonistas ilusos, y es así como nuestros amigos llegan a cierta pensión eslovaca, el hostel del título. La conserje (que por cierto no está nada mal) les anuncia que deberán compartir habitación. ¿Con mochileros sucios y desgreñados? No, con una rubia y una morocha que parecen escapadas de las páginas de Playboy, pero en versión eslava. La proximidad de Eslovaquia con los Cárpatos, el fantasma de lo ruso como tierra enemiga, son elementos que Roth maneja con tanta inteligencia como sugerencia. Cuando Oli desaparece, yendo a parar a un Museo de la Tortura, se inicia el movimiento central de Hostel, en el que el paraíso prometido desemboca sin intermediaciones en un infierno de catacumbas roñosas y tremebundas. En los pasillos se oyen los alaridos de los condenados, figuras oscuras los atraviesan y por entre las puertas entornadas se adivinan atrocidades, que pronto Paxton y Josh sufrirán en carne propia.
Otra magnífica y terrible idea de Roth –heredera directa del clásico clase-B The Most Dangerous Game– es la de haber imaginado ese museo como variante de un club de caza. Club en el que las presas son humanas y los cazadores, hombres de negocios en busca de diversión hard. No es sólo en el terreno del guión donde este muchacho se destaca: sabe narrar con fluidez y convicción, materializando un mundo de veras pesadillesco. Pero es en ese punto, a la hora de concretar las amenazas, que Roth se choca con los límites de lo que la comercialización les impone a las películas, obligándose a sí mismo a no mostrar nunca lo que se pasó media película insinuando. Como quien tira la pelota al lateral, echa mano entonces de un repertorio de planos detalle en los que la carne deja de ser carne para volverse cosa indiscernible, de taladros que se desenchufan en el momento de entrar en acción, de torturadores tan torpes como un Clouseau de delantal ensangrentado. Como resultado de todo esto, lo que debió haber sido espantoso se torna vergonzante.
Perdida la línea, se suceden risibles escapatorias en auto, atropellamientos mal filmados y digresiones que no vienen al caso, como cierto apedreo final de una gavilla de chicos de la calle. Una lástima, esto de servir la mesa y ofrecer como plato principal, en lugar del plato de carne prometida, un soso panaché de verdurita.
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