CINE › RICARDO DARIN Y SEBASTIAN BORENSZTEIN HABLAN DE UN CUENTO CHINO
El actor y el director aseguran que la película, que se estrenará el próximo jueves, les brindó la “oportunidad de hacer una comedia de situaciones”, en la que pudieron “disfrutar de un estilo de humor distinto al acostumbrado en cine”.
› Por Oscar Ranzani
Nació con el humor en la sangre, como sólo pueden venir a este mundo unos pocos privilegiados. Sebastián Borensztein recuerda que desde niño vivió en una familia donde el humor siempre estuvo presente, hasta en lo más cotidiano. Es más: la mirada graciosa e irónica sobre la realidad fue un modelo de educación que recibió desde la cuna. Porque, al fin y al cabo, tener sentido del humor es una manera de mirar la vida. Por eso asegura que su padre, el gran Tato Bores, tenía un punto de vista muy particular sobre el mundo. “El viejo nos enseñó a mirar desde ese lado. Nos mostró una cerradura por la cual, indefectiblemente, todos terminamos mirando. Entonces, es un humor intrínseco a la familia”, explica. Casi como si se tratara de una cuestión genética, Borensztein no duda en afirmar que cree en el humor como una herramienta para estimular el pensamiento. “No podría decir otra cosa viniendo de donde vengo. El humor penetra lo que otros discursos encuentran blindado. Por eso, a los políticos les jode el humor político. Que vos te rías de algo te lo hace inolvidable. El humor es un calador muy importante, es muy corrosivo cuando está bien dirigido, bien apuntado, cuando tiene cierta fineza, y cuando entiende que el receptor no es un imbécil, sino que es un tipo capaz de decodificar”, explica en la entrevista con Página/12. A su lado sonríe Ricardo Darín, protagonista de Un cuento chino, la tercera película de Borensztein, que se estrenará el próximo jueves en la cartelera porteña.
¿Y Un cuento chino es una película con humor? Sí y no. En la superficie tiene momentos graciosos, pero a partir de situaciones dramáticas o tensas que están por debajo. El protagonista es Roberto (Darín), un tipo de pocas pulgas que vive prácticamente atrincherado detrás del mostrador de su ferretería. Roberto casi no tiene contacto con el mundo exterior, un poco por su personalidad y otro poco por un pasado dramático, imposible de olvidar, como ex combatiente de Malvinas. Hasta que un día ve que un taxista arroja del auto a un joven chino que no sabe hablar castellano y que llegó a Buenos Aires en busca de su tío, ya que acaba de padecer una tragedia familiar. A partir de allí, la película muestra la lucha cotidiana de Roberto por ayudar a que Jun (Ignacio Huang) encuentre a su familiar. Pero, a la vez, que todo llegue a buen puerto será también un oasis para la conciencia de Roberto, que no ve la manera de quitárselo de encima. Porque Roberto, entre otras características, no habla chino, pero siente culpa de dejarlo a la deriva en una ciudad indiferente, que no se caracteriza por el buen trato al extranjero.
Borensztein reconoce que le resulta difícil definir un género preciso para Un cuento chino. “Son dos tragedias que cuando chocan producen una comedia”, se anima a describir. “El personaje de Ricardo Darín trae a cuestas una tragedia y el personaje del chino, también. Al encontrarse explotan en una situación de comedia que no es la típica comedia de gags que se suceden, ni mucho menos lo que se genera a partir de ese encuentro.” Para Borensztein, el humor está en la mirada del espectador. “Vos ves al tipo padeciendo como un animal y puede resultarte gracioso, divertido por el padecimiento, no por la búsqueda del humor, ni del chiste.” También duda de catalogar a Un cuento chino como una comedia dramática. “Es una comedia con una tragedia debajo, con algo de oscuridad y, de alguna manera, también con una mirada optimista.” Darín agrega que participar en este largometraje “era una buena oportunidad de hacer una comedia de situaciones, en donde podamos disfrutar de un estilo de humor distinto al acostumbrado en cine.” “Es ese humor que no nos hace reír por gags puestos con fórceps o empujados. Es un humor que se desprende de las situaciones que no necesariamente tienen que ser graciosas. A veces nos reímos de cosas que son trágicas. Pero es producto de cómo somos y de cómo funcionan las cosas. Nos ponemos nerviosos y nos reímos. Pero es un estilo de humor que particularmente me gusta”, explica el actor más requerido por los cineastas argentinos.
Borensztein comenta que la elección del protagónico se debió a que “Ricardo es un actorazo, definitivamente, y tiene la edad del personaje, el physique du rôle del personaje. Es un personaje que le queda perfecto”. Pero la pregunta obligada es qué buscaba en el actor chino. “Básicamente buscaba un excelente actor. Pero a la vez, en ese caso, tenía que ser alguien que diera un physique du rôle como el que da Nacho Huang, que es menudo, tiene aspecto frágil, tiene una cara muy cinematográfica; es decir, no me hubiera servido de pronto un actor chino de 2,20 metros con una espalda gigante, porque no ves un tipo desvalido con un porte semejante. Tenía que entrar en ese envase de persona más pequeña, más desprotegida.”
Una marca que ya parece distintiva en el cine de Borensztein es que las historias que construye enfocan sobre un personaje determinado y no se detiene, en cambio, en la construcción de un relato coral. “Prefiero las historias que me nacen genuinamente”, contrapone el director de La suerte está echada. “Me gusta la idea de profundizar en un personaje todo lo que puedo. Creo que en esta película fue donde más pude hacerlo, por el tipo de historia, por el tipo de contexto en el que vive, se desarrolló y creció el personaje que interpreta Ricardo. Pero la verdad es que yo escribo lo que me nace. Pero no descarto que mañana se me pueda ocurrir una historia con muchos personajes.”
–¿Creen que la película reivindica, en clave de humor por momentos, la amistad de dos culturas?
Ricardo Darín: –Más que la amistad, es el choque de dos culturas porque, en realidad, Roberto no tiene pensado hacerse amigo de nadie. Es una oportunidad para ver qué pasa cuando nosotros creemos que somos universales, sobre todo en lo gestual o en ciertas interpretaciones, y nos damos cuenta de que no es así. Sobre todo si se trata del choque de dos culturas como la oriental y la occidental. Ahí, la frontera está mucho más marcada. Pero, probablemente, lo que deje como resultado, como sensación o como sabor sea lo que usted dice. Pero me parece que no fue la intención.
Sebastián Borensztein: –Roberto no es amigo de nadie, prácticamente. Creo que lo que hay es una cierta reivindicación de la solidaridad de un desconocido que decide ayudar a otro. Pero si tengo que decirlo desde el punto de vista de la cultura en sí, señalaría primero que la película trata interculturalmente con mucho respeto a los dos personajes. Lo vería más por el lado del respeto que por el de la amistad. Y finalmente surge mínimamente una vinculación. A mí, la cultura china me atrae, me resulta muy enigmática, muy interesante, independientemente de la película.
–Darín, las pocas pulgas que tiene su personaje, ¿tienen que ver con lo que le tocó vivir? ¿Cómo definiría su psicología?
R. D.: –Es una cuestión de temperamento, sumado a que todas las experiencias que le tocaron en su vida tuvieron que haberlo marcado de una forma muy fuerte. De todos modos, eso está relacionado con el carácter que Sebastián quiso darle a este rol y era una forma de llevarlo hasta un límite visible para el choque de la comunicación con el visitante que le aparece. Seguramente, si fuera un tipo de otras características, con un temperamento más blando, más permisivo y más abierto, si se quiere, nos hubiese costado mucho más ver a ese personaje sumergido en situaciones como las que Roberto va padeciendo a lo largo del relato y que nos generan gracia.
–Si bien al principio la historia los presenta como seres diferentes, ¿qué creen que tienen en común estos dos personajes?
S. B.: –Básicamente, la necesidad de sobrevivir. Es decir, uno se viene de la China escapando de la tragedia y en busca del único pariente vivo que le queda; y el otro, después de lo que le pasó al llegar del frente de combate, busca sobrevivir encerrado ahí adentro. Los dos personajes están motivados por la necesidad de sobrevivir. Pero hay algo más metafísico en la idea, que tiene que ver con la premisa de la película: cuanto más te duermas, más duro va a ser el golpe para que te despiertes. De alguna manera, el rol del personaje del chino es ése. Roberto se fue a un extremo y la aparición del chino lo trae hacia otro extremo. Le abre un camino posible.
R. D.: –No sé si tienen tantas cosas en común. Me parece que hay un dolor de distintas procedencias, un dolor muy fuerte acumulado. De alguna forma son dos sobrevivientes. Coincido con lo que dice Sebastián sobre que lo que los unifica es la supervivencia. Pero también me parece que son dos personajes fuertes. Y la fortaleza de cada uno de ellos está delineada por las culturas a las que pertenecen.
–¿Creen que hay falta de solidaridad en esta sociedad frente a situaciones como las que describe la película?
R. D.: –Es raro porque, por momentos, uno se siente habilitado a creer o a imaginar que la solidaridad no es un elemento que esté mucho en la comunidad. Pero, en otros momentos, también me parece que si digo una cosa así soy injusto. Lo que siento –y esto es una declaración de principios– es que, por lo general, la solidaridad se manifiesta mucho más en la gente más simple, de las capas inferiores, que enlos estratos medios o altos. Eso se nota claramente frente a las catástrofes naturales y frente a situaciones impensadas. Cuando hay una inundación, cuando se piden alimentos no perecederos, pañales y ropa de abrigo, generalmente la gente más humilde es la que más responde, contrariamente a lo que uno pretende, porque uno quiere que las que respondan sean las empresas, la gente que tiene guita y que se den cuenta de que pueden dar una mano importante en un momento muy duro. Sin embargo, la gente más humilde, la gente que sabe lo que es no tener, es la que responde con mayor frecuencia. Entonces sería injusto decir que la solidaridad no aparece. Creo que los latinos, en general, tenemos una cierta proclividad a darle pelota al otro. Puede ser que nuestra civilización, que es un poco inmadura, nos haga preservar todavía esa cuota, esa dosis de ingenuidad. En sociedades más desarrolladas te das cuenta de que hay cuestiones legales, mitos y trabas que hacen que si ves un tipo en la calle, digas: “No lo toques, no sabés de dónde viene ni a dónde va, no sabés qué le pasó”. Y es cierto, pero también lo es que si ves a un tipo tirado en la calle tenés que tratar de hacer algo. Hay una especie de dicotomía: somos muy buenos en algunas cosas y medio giles en otras, pero la solidaridad me parece que es de nuestros puntos más elevados.
–¿Y cree que la solidaridad de la gente humilde se debe a la necesidad de supervivencia, a valores que aprendió y que otra gente no respeta?
R. D.: –Creo que se debe a la escuela de la vida. Muchas veces te sentís trabado al pedido de solidaridad cuando, por ejemplo, se necesitan pañales o ropa de abrigo. Y vos tenés un par de suéteres, que por ahí están medio jugados y decís: “No voy a llevar esto porque me da calor”. Entonces te justificás a vos mismo porque sentiste el impulso. La gente que sabe lo que es no tener, y que sabe de verdad lo que es que el agua le llegue al cuello, sabe de la importancia de un par de medias y de medio kilo de azúcar; o sea, de un paquete empezado de azúcar. No tiene el prurito o la “vergüenza” de decir: “No voy a llevar esto porque es un papelón”. No, lo lleva, aporta con eso. Y eso es escuela de vida.
–¿Y cuál debería ser la función del artista en ese tipo de situaciones?
R. D.: –No, yo no sé, que cada uno haga lo que le parezca que tiene que hacer. Soy el menos indicado para decir qué es lo que hay que hacer. Sí tenés oportunidades como artista. Más allá de tus derechos y de tus obligaciones, como artista tenés la oportunidad de ser una especie de nexo entre un mundo y otro, entre una vereda y la otra. Entrás a llevar información de un lado a otro. A veces te ves saludablemente obligado a hacer un poco la voz de toda la gente a la que no le ponen un micrófono en la boca. Y en ese sentido, ya está sujeto a la sensibilidad de cada uno, a lo que cada uno crea de su función.
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