Mié 06.07.2011
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CINE › ENTREVISTA A SEBASTIáN BEDNARIK, DIRECTOR DE MUNDIALITO

“Nuestra generación ya no tiene tantos complejos”

El cineasta uruguayo explica la perspectiva que tuvo para dirigir un documental sobre el torneo ganado por Uruguay en 1981, en plena dictadura. Treinta años después, dice, “no venimos tan cargados y podemos tener otra visión y expresarla”.

› Por Oscar Ranzani

El 10 de enero de 1981, el pueblo uruguayo salió a las calles a festejar el triunfo de su selección de fútbol que le había ganado a la brasileña la final del Mundialito, un certamen organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), en pleno gobierno de facto de Aparicio Méndez. Y uno de los cánticos fue el histórico: “¡Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!”. Meses atrás, en noviembre de 1980, la dictadura uruguaya había convocado a un plebiscito para conseguir una reforma constitucional que, en los hechos, buscaba legitimar su permanencia en el poder. No pudo ser: el totalitarismo fue rechazado por un contundente 57 por ciento de la ciudadanía, que votó por el No a la reforma. Antes del plebiscito, los militares creían que el Mundialito sería el momento adecuado para “festejar” el triunfo en las urnas, que lo creían garantizado. Y entonces, el campeonato que reunió a las selecciones campeonas de Uruguay, Italia, Argentina, Brasil, Alemania y la invitación especial a Holanda por la ausencia de Inglaterra, iba a ser el momento de celebrar la nefasta “fiesta de todos”. Pero el cálculo les salió mal y el autoritarismo fue vencido por la voluntad popular. A su vez, el Mundialito no sólo impidió lavarle la cara al régimen sino que fue el principio del fin de la dictadura que se quedó en el gobierno cinco años más, hasta 1985.

El cineasta uruguayo Sebastián Bednarik –que tenía cinco años cuando se produjeron los hechos–, investigó ambos acontecimientos para analizar la relación entre uno y otro. Y plasmó el resultado en el documental Mundialito, que se estrena mañana en la cartelera porteña.

A pesar de la mirada crítica que tiene sobre los eventos que involucraron a la dictadura, Mundialito no está planteado como el típico documental de denuncia sino que se caracteriza por la diversidad de opiniones que se contrastan unas con otras, quedando incluso algunas de ellas como incoherentes. Como, por ejemplo, la del ex presidente de la FIFA Joao Havelange cuando dijo a cámara: “Yo no hago política, hago deporte”, para despegarse del clima político en torno del Mundialito. Desde la narración del historiador Gerardo Caetano (que fue jugador de fútbol), pasando por los testimonios de los ex presidentes constitucionales uruguayos Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle, y del actual primer mandatario, José “Pepe” Mujica, hasta la visión de periodistas deportivos, empresarios que invirtieron dinero en la concreción del certamen, militantes políticos, ex jugadores y ex dirigentes, Mundialito tiene una estructura coral que le imprime un ritmo interesante a un hecho histórico que aún hoy es motivo de diferencias en el Uruguay. Bednarik vio en esto “una rica historia para contar cinematográficamente”, según señala en la entrevista telefónica con Página/12.

–El deporte siempre fue usado por los totalitarismos para distraer a la población. Entre los ejemplos más paradigmáticos pueden mencionarse los Juegos Olímpicos de la Alemania nazi en Berlín 1936 y el Mundial ’78 de Argentina. ¿Qué similitudes y diferencias tuvo con estos eventos la organización del Mundialito en Uruguay?

–Yo creo que hubo más diferencias que similitudes por la forma en que sucedieron los hechos. La película cuenta un poco eso: el ir y venir de los militares que, en principio, rechazaron el evento, al contrario de lo que fue Argentina ’78, donde se apropiaron del Mundial desde el inicio. En el caso de Uruguay, lo rechazaron porque lo veían como un peligro por toda la prensa que podía llegar. Cuando se fue concretando por negociaciones privadas y por ventas de derechos, vieron que iba a ser una realidad y que, además, podían utilizarlo porque pusieron la fecha del plebiscito bien cerca del momento en que se iba a realizar el Mundialito. Se decidió realizar el plebiscito el 30 de noviembre de 1980, ya a sabiendas de que el 30 de diciembre iba a ser la inauguración del Mundialito.

–¿La pregunta que atraviesa el documental es qué tipo de relación existió entre la organización del plebiscito y la del Mundialito?

–Esa es una de las preguntas y la más fácil de contestar. Otras preguntas que se hace la película tienen que ver con el presente; es decir, todo el tema de por qué para nosotros el Mundialito no está dentro de las glorias deportivas cuando, en realidad, fue una gloria totalmente legítima y que, por el lado deportivo, vinieron las mejores selecciones de ese entonces. Otra pregunta es cómo actuamos los civiles en determinados contextos políticos. A la dictadura uruguaya siempre se la menciona como cívico-militar. En Uruguay se produjo el golpe de Estado pero siguió el mismo presidente durante tres años más. Entonces, el documental también plantea eso que es algo muy particular del Uruguay. Se hace preguntas como, por ejemplo, qué pasó con el empresariado durante la dictadura.

–¿Antes que formular una hipótesis al respecto buscó confrontar discursos e incoherencias? Usted lo definió en una oportunidad como una especie de careo...

–Si bien nosotros tenemos un punto de vista y partimos de una investigación con algunas hipótesis, pero también con algunas conclusiones, tratamos de que todo eso estuviera sutilmente en la película, que no fuera una bajada de línea. No buscamos reforzar lo que nosotros pensábamos con el discurso de los entrevistados. Sinceramente, tratamos de ser lo menos hijos de puta posible porque la edición es un arma muy potente. En una entrevista de una o dos horas se les puede hacer decir a las personas lo que uno quiera. Eso usted lo debe saber también porque en la edición de una entrevista periodística puede suceder. Por ejemplo, yo no estoy para nada de acuerdo con lo que dice Sanguinetti pero, sin embargo, en la película lo dice y a la gente le queda claro lo que él piensa. El piensa que no tuvo nada que ver el tema político con el deportivo.

–Es llamativo el testimonio de Sanguinetti cuando señala que la dictadura uruguaya tenía miedo de organizar el Mundialito. En principio, uno puede suponer lo contrario, teniendo en cuenta que podía producirse una “fiesta popular” un mes después del plebiscito, cuyo resultado los militares creían que iba a ser a su favor.

–El historiador Gerardo Caetano dice que los militares no contaban con que iban a perder ese plebiscito porque, de hecho, no había antecedentes históricos de una dictadura que propusiera un plebiscito y lo perdiera. Hasta el día de hoy se bromea sobre cómo no hicieron un fraude. De hecho, por parte de la resistencia clandestina ya había un montón de propaganda anunciando que había habido fraude porque también la poca oposición que había (o bastante pero oculta) pensaba que seguro habría fraude. No lo hubo y, en realidad, ésa fue una de las pocas cosas que hicieron bien los militares. Se trabajó con la Corte Electoral de forma totalmente limpia, porque pensaban que iban a ganar, estaban convencidos de que Uruguay estaba mejor y que esto iba a ser aprobado por toda la sociedad.

–Mundialito no está planteado como el típico documental de denuncia. ¿Por qué lo abordó de esa manera?

–Diría que es un tema generacional. Por lo menos en Uruguay, no es común que las generaciones que no estuvieron tan vinculadas a la dictadura, hablen de la dictadura.

–¿Con la expresión “vinculadas con la dictadura” se refiere a una cuestión de tiempo?

–Exacto. Cuando terminó la dictadura en 1985 yo tenía diez años. Si bien está seguramente en mi ADN porque nací en el ‘75, es algo que está mucho más a nivel inconsciente. Todo el equipo de la película es más o menos de mi generación; el montajista es más joven que yo. Entonces, no venimos tan cargados y podemos tener otra visión y expresarla. No tenemos tantos complejos ni responsabilidades como alguien que, de repente, se comió la dictadura de joven. De hecho, casi todos los directores que trabajaron sobre el tema han estado involucrados. Hasta hay presos políticos y exiliados que han hecho películas. En este caso, nosotros lo vivimos de otra forma y eso hace que también lo contemos de otra forma.

–¿Cuáles fueron los principales motivos del plebiscito?

–Los militares ya se veían venir que el péndulo estaba marchando hacia el otro lado. Comenzaban a caerse las dictaduras en Latinoamérica y no se querían ir. Como acá se armó la “teoría de los dos demonios”, es decir, “que había habido una guerra”, quisieron aprovechar eso para irse pero quedarse; o sea, llamar a elecciones, que hubiera un candidato único en acuerdo entre las fuerzas armadas y los políticos a los que iba de a poco a sacarles la proscripción, pero no a todos. La idea fue también eliminar el Frente Amplio, volver a los partidos tradicionales que con las fuerzas armadas iban a elegir ese candidato único. En ese momento, se especulaba que el candidato único iba a ser el Goyo Alvarez, que terminó siendo nuestro último dictador. Pero ellos querían “legalizar” porque había un reclamo de Estados Unidos, por ejemplo, de volver a legalizar los poderes y terminar con las dictaduras. Entonces, esta era una forma “elegante” de quedarse. Cuando perdieron el plebiscito fue un batacazo y lo que sucedió fue que se tardó cinco años más en llegar a la democracia porque básicamente buscaron una forma “elegante” de irse.

–¿Y hubo también un plan encubierto del gobierno de facto para la realización del Mundialito?

–Yo creo que encubierto, no. Fue una movida que solucionaron fácilmente y que consistió, en principio, en cambiar al presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol y poner a un militar que ya estaba vinculado al fútbol. Entonces, la situación era ideal, tanto para la dirigencia deportiva del Uruguay como para el Poder Ejecutivo de facto. Y luego, las comisiones estaban presididas por los presidentes de los clubes deportivos de primera, pero también tenían gente de confianza del presidente de la AUF.

–El documental se caracteriza por exponer un valioso trabajo de investigación que se sustenta en la heterogeneidad de los entrevistados. ¿Por qué decidió presentar una multiplicidad de miradas en torno de estos hechos y no ceñirse a una visión? ¿Es porque no hay unanimidad en torno de lo que pasó en 1980?

–Esa es la respuesta. Cuando hicimos la investigación nos dimos cuenta de que lo rico era que nadie nos contaba el mismo Mundialito. Pero eso no sólo nos pasó con los que están en la película: nos sigue pasando hasta el día de hoy cuando viene un espectador y nos comenta lo mismo que vio en la película pero desde un enfoque diferente. Hacer un documental es algo muy particular porque uno también tiene sus inquietudes dentro de su propia obra. Y puedo decir que otra de las razones que no tiene nada que ver con la historia es que veníamos de un documental que abordaba un personaje solo, llamado Cachila, y queríamos volver a trabajar un tema que nos permitiera realizar una estructura coral. Cuando hicimos la investigación, dijimos: “Esta historia es ideal”. De hecho, hicimos casi el doble de entrevistas que las que fueron rodadas y después se fue achicando en el montaje porque era una locura. No se iba a saber quién era quién.

–¿Qué se festejó más en Uruguay: la derrota militar en el plebiscito o la conquista del Mundialito?

–La conquista del Mundialito. Lo que propone la película es ver cuánta implicancia podía haber del plebiscito en ese festejo, porque el festejo del plebiscito no existió. No hubo festejo. Estaba totalmente prohibido festejarlo. Es más: salió un comunicado admitiendo la derrota veinticuatro horas después. Recién treinta días después, la gente se volvió a juntar.

–¿Qué significó ese triunfo deportivo en el futuro político de la dictadura uruguaya?

–Significó ese momento en el que todo el mundo se juntó en la final, cuando se comenzó a cantar: “¡Se va a acabar la dictadura militar!”. Pero no sé si hay algo que uno diga: “Este triunfo significó algo a nivel político”. En realidad, a nivel político, la significación fue ese triunfo del No que, de repente, estuvo totalmente reprimido para festejar y se festejó ahí con el triunfo de la Selección de Uruguay.

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