CINE › “VIDA SALVAJE”, DE STEVE “SPAZ” WILLIAMS
› Por Horacio Bernades
Un grupo de animales salvajes, entre ellos un león y una jirafa, escapa del zoo de Nueva York y va a parar a Africa, tierra de sus ancestros. ¿Cómo, Madagascar de nuevo? No, no es la película de Dreamworks sino Vida salvaje, nueva animación digitalizada de Disney. Aprovechando que en cine no existe copyright, el estudio decano del rubro no demuestra el menor pudor y copia salvajemente (si se permite la expresión) lo más reciente de sus mayores competidores actuales, en un gesto que está tan lejos de la dignidad como Africa de Nueva York. De la dignidad y la autoestima, porque ir tan al pie de la competencia parece la mejor manera de confesar a los gritos (o rugidos) que se es menos que el otro.
Pero tampoco es que Vida salvaje se limite a “reciclar” Madagascar, sino que también echa mano de un tema central de varias obras propias, desde El Rey León hasta Chicken Little, pasando por Little Nemo (siempre que se considere al estudio Pixar como parte de Disney). Ese tema es el de la relación padre-hijo, con el pequeño sufriendo por no poder emular al padre, ante la ausencia de madre que es tradicional en los productos Disney. Aquí, la cría es Ryan, cachorro de león al que, cada vez que intenta rugir, le sale un maullido de minino. Criado en cautiverio, como le sucedía al pequeño Nemo, su deseo de rugir de una buena vez terminará llevándolo en viaje a las fuentes. A Africa, en una palabra. Detrás de él va su padre Sansón, y junto con Sansón un pequeño tropel que incluye a una jirafa, una ardilla, un koala y una serpiente.
Cuando se revele que tampoco Sansón hace honor a su nombre (en algún momento sus pares pasarán a llamarlo Sammy, como si fuera una mascota), le resultará más sencillo a Ryan invertir la relación padre-hijo. Enteramente digitalizada y dirigida por el debutante Steve “Spaz” Williams (que viene del área de efectos visuales del cine live action), a su carácter escandalosamente derivativo Vida salvaje le suma ese tic que recorre la animación reciente, desde Shrek hasta La era de hielo: la recurrencia al chiste verbal. Es tal el frenesí y la acumulación que en más de un momento los chistes se tapan unos a otros, encarnados más que nadie por una ardilla que es, claramente, un clon del burro de Shrek.
Recién en el momento en que la animalada llega a Africa logra Vida salvaje personalidad propia, alguna clase de singularidad. Sobre todo por la aparición de unos antílopes que, liderados por un par mesiánico, no ven la hora de pasar de presas a predadores. Cuando por una muy divertida confusión suponen que el inofensivo koala es su anhelado Mesías, Vida salvaje alcanza sus mayores clímax, que mucho tienen que ver con parodiar a Tarzán y el cine de aventuras en general. Que la cosa vaya de menor a mayor ayuda sin duda a dejar de lado el carácter de copycat que está en la base de la película, imponiendo cierta indulgencia en el balance final.
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