CINE › VIOLETA SE FUE A LOS CIELOS, DE ANDRéS WOOD, SOBRE VIDA, OBRA Y LEYENDA DE VIOLETA PARRA
Advirtiendo que la autora de “Volver a los 17” no hubiera soportado la celebratoria linealidad de una biopic convencional, el realizador de Machuca optó, a la hora de traerla a la pantalla, por hacerlo de manera rapsódica.
› Por Horacio Bernades
“Escriban como quieran, usen los ritmos que les salgan, prueben instrumentos diversos, siéntense al piano y destruyan la métrica, griten en vez de cantar, soplen la guitarra y tañan la corneta, odien las matemáticas y amen los remolinos.” Mesuradamente atonal, matemática en su construcción de remolinos narrativos, menos violenta que violentada por la figura que evoca, Violeta se fue a los cielos abraza, en su forma e intención, algo de la libertad que Violeta Parra reclamaba de quienes la sucedieran. Advirtiendo seguramente que la autora de “Volver a los 17” no hubiera soportado la celebratoria linealidad de una biopic convencional (“la creación es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta”), el realizador santiaguino Andrés Wood optó, a la hora de traerla a la pantalla, por hacerlo de modo rapsódico. Wood pinta el retrato de Violeta como lo hubiera hecho Francis Bacon: de a pedazos, aunque éstos no encajen. Más aún, si no encajan, mejor: ésa sería la mejor manera de dejar testimonio de un arte y una personalidad que tienden a huir, a fugar, a contradecirse a cada paso o cada nota.
¿Quién fue, quién es Violeta Parra? Modelo para armar, telar tejido como los que ella misma hacía, la película de Wood presenta a una niña en patas, de rostro picado de viruela y boca embadurnada de moras, en medio de la aridez del norte chileno. Una nena tímida o intimidada por la figura del padre, maestro primario y músico, que cuando se le va la mano con el alcohol es capaz de armar un desastre. Una joven artista de la legua, recorriendo minas y aserraderos junto a su hermana Hilda y los respectivos maridos. Una musicóloga que recorre Atacama libreta en mano, relevando músicos populares antes de que se extingan para siempre. Una Neruda en versión femenina, celebrada por juventudes soviético-polacas. Una artista plástica que expone tapices y arpilleras en el Louvre. Una trágica, con una bebé que se le muere a la distancia. Una amante posesiva hasta el ahogo, a partir del momento en que conoce a un músico suizo que termina devolviéndola a la tragedia, antes de llegar a los 50 y tras haber intentado cumplir, por última vez, su vocación de difusora folklórica a gran escala.
Pero todo eso junto y revuelto, en el desorden de la memoria. Como en Frida, naturaleza viva –una película que parecería haber sido todo un referente–, la estructura de rompecabezas no es un capricho formal, sino la manifestación de una imposibilidad: la de darles un sentido unívoco a tantas Violetas. ¿Cómo es que la que fue una chica tímida, acomplejada por sus pozos de viruela, en cuanto ve al suizo le echa el ojo y se propone “meterlo en la cama y sacarle todo el jugo”? ¿Cómo la invitada a cantar en la embajada termina su presentación sin la menor diplomacia, escupiéndole “sordo de mierda” al embajador y, de paso, a todos los invitados? ¿Cómo puede esa mujer enterarse que se le murió una beba y seguir de gira? ¿Cómo conciliar el humanismo de “Gracias a la vida” con el protopunk de “Maldigo del alto cielo”?
Lúcidamente, Violeta se fue a los cielos no pretende homogeneizar ni conciliar nada. Por el contrario, pone al espectador frente a pedazos que no encajan, o se despegan y se salen. Tal vez a esa inestabilidad o fragilidad de la estructura se deba el ruido de goznes que funciona como leitmotiv sonoro. Ese chirriar se oye desde antes de las primeras imágenes hasta el momento mismo en que la carpa levantada en las afueras de Santiago, pensada como Universidad del Folklore, tiembla en la tormenta y parece a punto de derrumbarse. En ese momento, cuando el amante se fue para siempre y los músicos y espectadores también (espantados por la tremebunda letra de “Maldigo del alto cielo”), Violeta se mantiene en pie a pesar del alcohol, con la guitarra y la hija por únicas compañías, entre los truenos y la lluvia que entra. Habrá quien vea en ella una resistente, una mártir, una mula, una narcisista perdida o, más simplemente, una mujer que encalló y no sabe cómo salir. Al devolver todos esos reflejos, el espejo roto de Violeta se fue a los cielos alcanza una entereza que no hubiera sido posible de no mediar la presencia de la hasta aquí desconocida, de ahora en más imborrable, Francisca Gavilán. Que no sólo da vida a este puzzle humano, sino que hasta se da el gusto de relevarla en la voz, casi sin que se note.
8-VIOLETA SE FUE A LOS CIELOS
Chile/Argentina, 2011.
Dirección: Andrés Wood.
Guión: Eliseo Altunaga, Rodrigo Bazaes, Guillermo Calderón y A. Wood.
Intérpretes: Francisca Gavilán, Luis Machín, Thomas Durand.
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