CINE › EL RECONOCIDO PRODUCTOR INTERNACIONAL LUIS MIñARRO DEBUTA COMO REALIZADOR
Familystrip es un documental que el director armó con imágenes que había registrado de sus padres conversando mientras posaban para un pintor durante varias horas. El film se exhibirá en el Festival 4+1, que aquí tiene su sede en el Malba.
› Por Oscar Ranzani
Desde México D. F.
El español Luis Miñarro es uno de los productores de cine de autor más reconocidos a nivel mundial. Sólo mencionar que algunas de las más recientes películas en las que invirtió su productora son El extraño caso de Angélica, del gran realizador portugués Manoel de Oliveira, y El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, del tailandés Apichatpong Weerasethakul –ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2010 por este largometraje–, da una idea del gusto de Miñarro a la hora de elegir dónde invertir dinero. Pero Miñarro vino a México a presentar su ópera prima como director: Familystrip se proyectará en el Festival 4+1, organizado por la Fundación Mapfre simultáneamente en cinco ciudades. En Buenos Aires la sede es el Malba y el film de Miñarro se exhibirá mañana a las 14.
Miñarro decidió calzarse la cámara al hombro casi sin premeditarlo. Cuando sus padres, nonagenarios, iban a cumplir 65 años de casados, el productor quiso homenajearlos. Y se le ocurrió convocar a un artista plástico para que realizara una pintura de él y sus padres. El trabajo demoró siete sesiones de cuatro horas cada una, en las que los tres tenían que posar. Mientras eso sucedía, su madre y su padre contaban jugosas anécdotas de sus vidas que iban desde lo más íntimo –incluso sexuales– hasta las experiencias personales de jóvenes en una España en guerra, la vida en el período franquista, pasando por cómo se conocieron, ella, andaluza, y él, catalán. Todos fueron grabados por la cámara. Miñarro había pensado en un registro íntimo, pero con los años decidió elaborar un documental y mostrarlo en público como una especie de doble homenaje: a sus padres, ya fallecidos, y al pintor, que se suicidó. Ese documental es Familystrip.
El film también permite mostrar a través de una historia familiar parte de la historia de España, como una especie de viaje desde la memoria familiar hasta la colectiva. Pero Miñarro sostiene que eso surgió de una forma espontánea. “La pretensión era que ellos fueran largando cosas, pero, en el fondo, tuvieron una vida tan traumática –aunque no hubo rencor en sus pensamientos– que de una forma indirecta pasa que entre las cuatro paredes de una casa está toda la memoria de un país. No hace falta ni escarbar tumbas ni irse muy lejos”, comenta el productor y ahora cineasta en diálogo con Página/12. Y también afirma que la de sus padres “es una generación de la que no quedan representantes y está ahí implícita toda la memoria histórica”.
–¿Qué lo motivó a dirigir después de tantos años como productor?
–Me daba miedo dirigir. Habiendo sido básicamente productor tengo mucho respeto por el cine. Y sé que en el cine se han hecho cosas tan importantes que pensaba en qué iba a aportar yo. Siempre he tenido ese pensamiento. De repente, gracias a esta película, he perdido ese miedo. Y me he dado cuenta de que en el fondo el cine es útil y que también tiene esta gran capacidad de ser utilizado por cada uno de nosotros. Porque, a veces, las historias están en los sitios más sencillos, como pueden ser las cuatro paredes de una casa.
–¿Cómo se combinan en el trabajo cotidiano del productor el objetivo comercial de un film con la necesidad de dar a conocer una obra artística que tal vez no sea masiva?
–Mi trabajo me cuesta. Pero de entrada, con ninguna de las películas que he producido he pretendido tener un resultado económico, porque si no simplemente no las hubiera hecho. De las veinticuatro películas que he producido y coproducido, no podía plantearme tener después un retorno económico. Partiendo de esa base, pienso que hay que poner el tiempo y la energía en hacer lo que me gusta.
–A Manoel de Oliveira es casi obvio cómo lo conoció: tiene más de un siglo de vida y una frondosa carrera. Pero, ¿cómo descubrió a Apichatpong Weerasethakul?
–Lo descubrí en Cannes dos años de antes de que rodara El hombre que podía recordar sus vidas pasadas. Y lo conocí por las ventajas que ofrecen los festivales. Conocía también su obra cinematográfica. Me identificaba con lo que había hecho antes y siempre me había interesado. En el encuentro que tuve con él, me explicó que su próximo proyecto iba a ser sobre la transmigración de las almas. Y ese tema es algo que a mí me interesa. Estoy cercano a esa corriente de opinión y pienso que nuestra energía, de alguna forma, permanece y se transforma de diversas maneras. Probablemente vivamos varias existencias sin tener conocimiento de ello. Apichatpong me explicó el contenido y me fascinó. Entonces, hablé con su productor inglés y, a partir de ese momento, empezamos a organizar la financiación para poder hacerla.
–¿Cómo fueron esa experiencia y la de De Oliveira?
–Muy distintas. La de Apichatpong era una película que, en ese momento, sólo podíamos abordarla en coproducción, que es una de las ventajas que tiene, porque es la suma de pequeñas ayudas o fondos que cada uno de nosotros como productores puede encontrar. Con esa especie de cómputo de cinco coproductores, conseguimos la financiación suficiente para llevar a cabo el proyecto. En cambio, el caso de De Oliveira es distinto porque ya es un realizador mucho más conocido, con una carrera muy establecida, y al que también admiro porque me gustan mucho sus películas. Es un gran innovador y cuando ya no esté aquí se le reconocerá su aporte al cine. Al tener la oportunidad de trabajar con él no dudé en el empeño.
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