Mié 26.04.2006
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CINE › BACKSTAGE DE RODAJE: ANA KATZ Y DANIEL HENDLER FILMAN “LA NOVIA ERRANTE”

Notas acerca de la ruptura amorosa

Ana Katz dirige y protagoniza La novia errante, la película que filma por estos días en Mar de las Pampas y en la que imagina una ruptura posible con su novio en la realidad y la ficción, el uruguayo Daniel Hendler.

› Por Julian Gorodischer
Desde Mar de las Pampas

La que se cuenta es una separación posible: una mujer viaja en pareja a pasar unos días de vacaciones a la localidad costera de Mar de las Pampas hasta que una discusión trivial provoca el abandono del marido. Ana Katz es la directora y protagonista de este relato llamado La novia errante, que decidió filmar en la pequeña ciudad apodada slowly city, donde los médanos y el bosque lentifican la vida cotidiana: allí existe un proyecto de atrasar por ley una hora el reloj para vivir más tranquilos y, en la noche cerradísima, no se escucha más que el oleaje agitado del mar. En ese lugar, la directora y actriz se recluyó durante un mes con un pequeño equipo, que incluye a su pareja en la realidad y la ficción (el uruguayo Daniel Hendler) para actuar y dirigir su ruptura amorosa en contraste con la plenitud de su vida afectiva: él acaba de proponerle casamiento. Ahora, la misma pareja que convive en plenitud es la que ficcionaliza su declive.

La novia dejada de la película se llama Inés y comienza una vida solitaria en el lugar en el que quedó varada: ocupa sus días asistiendo a obras de títeres para adultos, fiestas pueblerinas, locutorios que deberían comunicarla con su amor perdido y calles oscuras. Se la invita a que comente, en compañía del propio Hendler, este divorcio de la ficción... ¿Algo en común con experiencias anteriores que llevaron al extremo fantasías de pareja o crisis conyugales en las películas Ojos bien cerrados, con Tom Cruise y Nicole Kidman, o Maridos y esposas, con Woody Allen y Mia Farrow?

–¿Jugando con fuego?

Ana Katz: –Es como si el amor fuese una estructura contundente cubierta por un velo muy fino que, si se descubre, puede hacer que todo se termine, se corte, y dé lugar al horror. Una cortina se corre y puede dar lugar al abismo; una pelea banal de una pareja, en un ómnibus, descubre una zona pantanosa que provoca el corte, el cambio. El amor puede virar a la extrañeza y el caos.

Entre las teorías sobre el divorcio que sostiene Ana Katz hay una en la que el ex cónyuge abandona su sistema habitual de toma de decisiones y circuitos visitados. Como observadora meticulosa de rituales de divorciados e ideóloga de esta Inés olvidada en medio de la nada, la directora cuenta que “los que se separan empiezan a hacer programas extraños: se amargan tanto que pueden proponer un plan a una vecina de edificio que ni siquiera conocían –dice–. Si fuera sólo en términos de desesperación, no me interesaría. Es sólo un punto de origen en el que aparece un nuevo orden, un nuevo caos”. En La novia errante todos miran al que no los está mirando. Ana Katz se regodea en “lo que no puede ser”: un tirador de arco y flecha (Carlos Portaluppi) se obsesiona con Inés (la propia Katz) en la misma medida en la que ella añora a su ex novio (Hendler). Si su película anterior, El juego de la silla, era un claustrofóbico cuadro de pequeñas locuras de familia disfuncional, La novia... es la huida hacia el horizonte infinito de la playa y el océano, opuestos a la actitud de la novia obsesionada que sólo tiene intención de llamar desde el locutorio a su ex. Trabajar con sus zonas más íntimas (la pareja real puesta en situación de ficción) fue un desafío a su propia tolerancia emocional.

–¿Por qué poner en crisis su propia relación?

A.K.: –En realidad, estamos pasando por un momento bastante opuesto; quizá por eso puedo zambullirme en la pesadilla posible. Tiene algo de placentero la opción de abrir una fantasía pesadillesca, entender que de última no es tan grave: es atravesar o indagar en zonas que en la realidad resultan aterradoras. Tengo una tendencia a ver las cosas con bastante dramatismo, pero a la vez nunca termino de tomármelo en serio. Cuando me siento angustiada, algo normal, enseguida me río.

Hendler, dirigido por Katz, es un personaje barbudo, entregado a colores específicos que –dice– no había trabajado hasta el momento. “Sacó cosas mías que no son las que estaban más a la vista –comenta–. Tengo que olvidarme de la relación que nos une y mirar a la directora.” Ella, en tanto, quiso mostrarlo en tonos más opacos de los acostumbrados. “Conocerlo –sigue– fue un arma a favor; trabajás con recursos no probados. Quedé contentísima con la escena que hicimos en el ómnibus: yo quería que tuviera un aspecto de cavernícola, que no se le suele fomentar. Le pedí que tuviera los pelos revueltos, un buzo, aspecto de dormido. Yo me acordaba del personaje del jeque blanco, de Fellini.”

A.K.: –Su personaje es de las personas que van a una reunión y llama la atención con su presencia: una chica podría decir que le encanta y la otra que no le gusta para nada. Podría haberse transformado en el Che Guevara, pero no se transforma.

Daniel Hendler: –El tiene un proyecto de irse afuera por un año y ella no está contemplada en ese proyecto. Para él es un detalle.

A.K.: –La discusión arranca por una cuestión de miradas, de por qué la mantienen más o menos tiempo. No hay un planteo concreto sobre algo. Ella dice: Vos creés que una pareja son dos personas que están puestas una al lado de la otra y nada más; él quiere dormir. Ella tiene una tendencia a perderse en el otro más allá de lo que suceda.

–¿Prefieren narrar un amor contrariado a una historia feliz?

A.K.: –Aun si el romance funciona bárbaro, la escena amorosa también es aterradora porque en cualquier momento puede cambiar. No concibo a la pareja comiendo malvaviscos junto a la chimenea. En La novia..., romanticismo hay un montón, pero no se concreta en la relación. La postal invierte su valor romántico.

D.H.: –Pero éste no es el fin de semana de extrañeza en algún lugar; es algo muy reconocible para la mujer.

A.K.: –Es una historia romántica, no escéptica, sobre la posibilidad de vivir en pareja. Sólo que ellos dos no llegaron al momento de poder lograrlo. No tiene un tinte posmoderno; ella sueña con estar de novia.

–¿Alguna conexión con otras películas de ruptura como Ojos bien cerrados o Vida en pareja?

A.K.: –Vida en pareja construye las escenas dramáticas desde afuera para adentro, sin indagar en el conflicto de una pareja puntual. No me cierra que ese tipo que falta al parto sea el mismo de su fiesta de casamiento.

Los dos tienen movimientos más lentos que un mes atrás; están influidos por el remanso que conlleva pasar un tiempo afuera de la ciudad. Se entregan a la rutina de filmar un derrotero de novia dejada y tienen algunas cosas claras, sobre todo en el catálogo de lo que no querrían incluir en la película. Hendler filma el making off, que será incluido como un extra en el DVD de La novia errante, luchando entre la familiaridad del exceso de confianza de un “equipo/familia” y la intención de rigor documental.

D.H.: –A veces me cuesta que me tomen en serio como el tipo que va a hacer el making off. Capto los momentos de boludeo..., los bajo y pienso: es poco serio.

A.K.: –Tiendo a evitar lo genérico: no me gusta que aparezca la manera común de contar tal cosa. Me interesa el humor siempre desde una seriedad muy comprometida con lo que se está contando. Y, para filmar una ruptura, me resisto a agregar un plano que explique de más.

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