CINE › ENTREVISTA CON ANDREW JARECKI, DIRECTOR DE “CAPTURANDO A LOS FRIEDMAN”
El realizador decidió filmar a los Friedman como espejo de numerosas familias supuestamente bien constituidas. “Arnold Friedman –dice– tiene muchos de los rasgos y defectos del hombre americano promedio.”
› Por Julián Gorodischer
Andrew Jarecki, documentalista estadounidense, dio un golpe repentino de timón: lo hizo mientras filmaba una crónica ligera sobre animadores de fiestas infantiles (el cortometraje Just a Clown, acerca de un payaso llamado David Friedman): intuyó que ese hombre escondía un secreto familiar y se puso a investigar. Detrás del fresco de cumpleaños de niños apareció la anécdota principal de Capturando a los Friedman (documental ganador del Premio del Gran Jurado del Festival de Sundance en 2003, nominado al Oscar al Mejor Documental en 2004): un escándalo mediático y judicial acerca de un supuesto caso de pedofilia que involucraba al patriarca de un clan típico de suburbio neoyorquino (Arnold Friedman, pianista y maestro de Informática en escuelas) y a uno de sus hijos.
Jarecki se propuso no sólo rearmar el caso y sus repercusiones mediáticas y jurídicas, sino también pintar un cuadro de época (Estados Unidos de 1987, cuando estalló la noticia del supuesto abuso) acerca de un país convertido en el reino de la videocultura, donde se desplegaba una obsesión por dejar registrado cada minuto del resto de una vida a través de filmaciones caseras, como un aviso extemporáneo de lo que, trece años después, se transformaría en el boom mediático del reality show. Jarecki consiguió que los Friedman le cedieran sus abundantes registros de todo lo sucedido (cenas familiares, discusiones, el arresto y el diario de juicio) y nutrió su documental de esas imágenes, alejándolo de la crónica aséptica... “Ellos veían a miembros de la familia escapando –entendió el director–, y a otros a punto de caer, y decidieron registrar cada momento de la pesadilla como si pensaran: tal vez luego podamos entender algo de lo que está sucediendo...”
–¿Cómo convenció a la familia de que le entregara sus filmaciones caseras, que componen gran parte de la película?
–Los Friedman sintieron que haría un film limpio, bien intencionado, en el que tendrían la oportunidad de contar su versión de la historia. Esas cintas ayudarían a poder entender qué es lo que en verdad les sucedió; privilegiaron que el espectador pudiera verlo todo, incluidos los registros caseros de los arrestos y la controversia mediática que se generó en torno del caso. Sostuvieron que eran inocentes y que, si podíamos ver todas las horas de filmación de las que disponían, quedaría claro que no estaban mintiendo y que eran genuinos en sus planteos.
–¿Qué fue lo que más le impactó de la historia de los Friedman?
–Todo alrededor de este film ha tenido un fuerte impacto en mi vida. Como padre de dos niños de 9 y 13 años entendí los peligros de la pedofilia. Pero al mismo tiempo comprendí los riesgos que implica arrestar a un chico de 19 años (Jesse Friedman) por crímenes que supuestamente habría cometido su padre, a riesgo de arruinarle la vida aun si los cargos no fuesen corroborados. Eso me mostró la fragilidad de nuestra existencia.
–¿Qué expresa su film sobre la verdad judicial?
–Por supuesto que Capturando..., en algún sentido, se está refiriendo al caso judicial, pero privilegié el retrato sobre una familia y sobre las relaciones entre los miembros de una comunidad: cómo son estos vínculos entre padres e hijos, qué lazos de afecto y responsabilidad se establecen, cómo protegemos a quienes amamos.
Andrew Jarecki nunca juzga a su antihéroe: el narrador homologa las versiones sobre su inocencia y su culpabilidad, y –consultado sobre el punto– lo describe como un espejo de muchos otros. “Arnold Friedman –dice– tiene muchos de los rasgos y los defectos del hombre americano promedio: es un padre trabajador y un intelectual. Pero además tiene una adicción, como tanta gente, y es incapaz de poner control sobre ella. Esa adicción es la que finalmente destruye su vida y la de su familia.” Es, además, un hijo pródigo de la generación criada en los ’50 bajo estrictos parámetros morales sobre la homosexualidad: reprimido, balbuceante, metido en un matrimonio forzado y sin otro destino que el delito para su deseo. “No es –sigue Jarecki– el único al que le han pasado cosas semejantes. Aunque muchas familias no sufran el problema de la pedofilia, sí pueden estar pasando por comportamientos adictivos que producen la destrucción de sus lazos familiares.” Jarecki se interna, más allá de la acusación de un delito, en el farragoso terreno de los secretos familiares, allí donde una armonía típica de clan judaico (celebración de rituales, repetición de hábitos de una generación a otra) se pone en crisis, de pronto, cuando un hecho demuestra la existencia del Misterio detrás de lo cotidiano. “Es indudable que Arnold Friedman –asume Jarecki– tiene muchos secretos, y que algunos de ellos son socialmente inaceptables. Nos damos cuenta de cuán difícil es guardar el secreto de una adicción (el consumo compulsivo de fotos pornográficas a cargo de Arnold) y de por qué es necesario poner esos temas en discusión.”
–¿Qué se revela detrás de su secreto?
–Elaine Friedman, esposa de Arnold, quedó tan shockeada luego de enterarse de su secreto que jamás pudo volver a confiar en él. Quedó en una posición de incapacidad total de reunir y contener a su familia. Ella no sabía en quién o en qué cosas creer. Esta falta de confianza surge por la existencia de secretos entre quienes amamos y es la clave para entender el desmantelamiento de esta familia.
–¿Cómo incide en esta historia el judaísmo de los Friedman?
–No creo que el judaísmo sea una parte fundamental de sus vidas. Son judíos, pero como tantos inmigrantes judíos a Estados Unidos, practicaban su religión sólo mínimamente. Es importante, sin embargo, que el suburbio en el que vivían los Friedman (Great Neck, Long Island) sea un barrio mayoritariamente judío, porque luego éstos estuvieron especialmente enojados con los Friedman, porque sentían que los hacían quedar mal en su reputación como judíos. Por eso la comunidad no los defendió.
–¿En qué aspectos su film reacciona contra el documental clásico?
–Disfruto viendo documentales clásicos y, en muchos aspectos, este film es un documental tradicional. Pero creímos que era importante integrar películas caseras de forma natural, así como agregamos música orquestal, porque complementaban la belleza de esta historia.
–¿Siente que, con este film, hizo un aporte a la transformación del género?
–Para mí, cada documental debería tener su propia forma: el viejo estilo del documental (cabezas parlantes y registros de filmaciones antiguas) está siendo reemplazado por una amalgama de estilos. La innovación es importante, y cada film dice al cineasta qué es lo mejor para sí. Lo fundamental es no construir un modo artificial de contar la historia: se trata de escuchar a tu objeto y de tratar de encontrar la estructura más orgánica posible para narrarlo de la manera más emocional.
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