CINE › BERLINALE > L’ENFANT D’EN HAUT EN LA COMPETENCIA
› Por Luciano Monteagudo
Como si se tratara de un viento benigno, que trae unos amables copos de nieve, sigue la buena racha en la competencia oficial. Ayer fue el turno de uno de los mejores films del concurso de esta edición número 62 de la Berlinale, que recién promedia. Se trata de L’enfant d’en haut (El chico de arriba), segundo largo de la directora franco-suiza Ursula Meier, conocida en la Argentina a través del estreno comercial de su primer film de ficción, Home (2008), protagonizado por Isabelle Huppert. Si allí, al borde de una autopista desafectada, donde solían jugar al hockey, ya había una familia atípica, pero con padre, madre y tres hijos, el núcleo familiar de L’enfant d’en haut se ha reducido al mínimo: un chico de 12 años que vive de la rapiña y una adolescente que se dice su hermana mayor y que quizá sea un poco más que eso.
Si algo salta a la vista en el cine de Meier es que confía en el espectador, que nunca lo subestima con subrayados ni explicaciones. Los hechos están allí, en la pantalla, y habrá que ir leyéndolos de a poco, incorporando la información para, paulatinamente, descubrir que uno empieza a habitar ese mundo, a compartirlo, a convivir con los personajes. Con Simon, por ejemplo, que todas las mañanas, en plenas vacaciones de invierno, sube en el funicular a la montaña, donde la gente de dinero se divierte esquiando. Impecablemente vestido, mimetizado con los colores vivos de la ropa que se usa en las alturas, pero con el rostro deliberadamente cubierto por gorro y antiparras, Simon (Kacey Mottet Klei, una revelación) saquea con habilidad y discreción todo lo que encuentra a su paso: mochilas, anteojos de sol, guantes y, sobre todo, esquíes.
Lo hace incluso por encargo: lleva consigo un catálogo de lo que le piden sus amigos y sabe elegir el producto y el momento justo para hacerlo suyo. Pero nada es gratis. Una vez abajo, todo tendrá su precio, a valores de oferta, por supuesto. Cuando un joven ayudante de cocina de uno de los restaurantes de la montaña le pregunta por qué lo hace, Simon no puede ser más franco: para comprar fideos, leche, lo que sea. Si no, él y su hermana Louise (Léa Seydoux, en su regreso al cine francófono, después de sus prestaciones para Misión Imposible 4. Protocolo fantasma y la Medianoche en París de Woody Allen) tendrán que comer los sandwiches que Simon también roba de los bolsos de los turistas.
Con una inmediatez de registro que puede llamar a confusión, el segundo largo de ficción de Meier tiene sin embargo una construcción mucho más elaborada de lo que parece. En principio, detrás de la cámara está una de las fotógrafas más destacadas del cine contemporáneo, la francesa Agnès Godard, colaboradora habitual de Claire Denis, que logra integrar al paisaje como elemento dramático, descartando la tarjeta postal, pero sin desdeñar su intrínseca belleza. Luego, el guión va tejiendo una trama hecha de sutilezas, apuntes y pequeñas revelaciones, que la puesta en escena no hace sino enriquecer, con esos dos planos –el insensible mundo del esquí arriba, el departamento gris en la ciudad abajo– que se van complementando, como piezas de un Lego. Finalmente, el espíritu que ronda en L’enfant d’en haut es el de Alain Tanner, ese maestro del cine suizo que en películas como Messidor y No Man’s Land siempre supo encontrar en la superficie pulcra y ordenada de su país las grietas por las cuales se asoman unos personajes rebeldes a pesar de sí mismos, capaces de desafiar el statu quo con su sola presencia.
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