CINE › ENTREVISTA CON FERNAND MELGAR, GRAN DOCUMENTALISTA SUIZO
Nieto de anarcosindicalistas españoles y, de niño, inmigrante clandestino él mismo, Melgar llegó al festival porteño con cinco documentales que abordan injusticias varias, sobre todo aquellas que tienen que ver con las políticas de inmigración de su país.
› Por Ezequiel Boetti
Tenía apenas tres años, demasiado poco para atravesar la experiencia dolorosa del destierro. Nieto de anarcosindicalistas españoles exiliados en Marruecos durante el franquismo, Fernand Melgar llegó a Suiza junto a sus padres en 1964. Pero los permisos laborales otorgados por la ley helvética impedían la instalación de la familia completa. La disyuntiva era clara: volver y acentuar aún más los sinsabores de la lejanía, o vivir en la ilegalidad y el ocultamiento. Eligieron lo segundo. “Mi hermana y yo vivimos los primeros años escondidos en la casa. Esa historia está presente en mí, y si tengo la posibilidad de hablar sobre ese tema lo hago con mi experiencia. Hablo de mi vida y de lo que me parece injusto a mi alrededor. Hacer este tipo de films es hablar de mi propia historia”, relata el cineasta ante Página/12. Bastará asomarse a alguno de los cinco documentales que ofrece el foco del Bafici dedicado a su obra para comprobar la validez de sus dichos. Es que, como reza el catálogo del festival porteño, la temática nodal del cine de Melgar es la injusticia.
Desde los relatos iniciáticos de Collection “Premier Jour” pasando por la lucha de un transexual en Remue-Ménage o el derecho a una muerte digna en Exit, le droit de mourir, la lente de Melgar siempre apuntó directo a las minorías, procurando darles voz a aquellos que habitualmente no la tienen. “Mis documentales son trabajos de autor con un punto de vista muy claro, pero no es un cine militante”, aclara. La temática se acentúa en sus dos últimas películas, un díptico sobre la inmigración y la burocratización del sufrimiento conformado por La Forteresse y Vol spécial. La primera, premio Leopardo de Oro en la sección Cineastas del Presente en Locarno 2008, aborda la cotidianidad de un centro para quienes aguardan la aprobación –o no, tal como sucede en nueve de cada diez casos– de la solicitud de asilo, es decir cuando todavía pervive la esperanza de la permanencia. En la segunda, en cambio, el espacio geográfico es un centro donde los rechazados esperan el turno para la deportación en los temidos vuelos especiales del título. “Para los extranjeros es bastante común pensar que Suiza es un país donde todo es perfecto. Pero no para mí, que soy hijo de inmigrantes y viví la otra cara del país”, asegura el cineasta.
¿Cómo se ve, entonces, la situación actual de la inmigración en uno de los pocos países ajenos a la actual crisis económica mundial a través de los ojos de quien ya atravesó sus pesares hace casi cuatro décadas? “No cambió demasiado. El extranjero es algo muy abstracto en Suiza. Se habla de cifras, de estadísticas, pero la gente en realidad no sabe de qué se trata. El hecho de ver que los inmigrantes también son seres normales es una forma muy básica de mostrar las relaciones humanas. Voy a decir algo que es increíble, pero hubo espectadores que después de ver mis películas dijeron cosas como ‘ah, los negros piensan y tienen emociones igual que todos’. Y no lo decían con malas intenciones, sino de forma totalmente espontánea y con buenos sentimientos. Esa naturalidad era lo más chocante”, analiza.
–¿Qué relación encuentra entre política e inmigración?
–Siempre el extranjero fue estigmatizado como un “cabeza de turco”. El tema es que en Suiza las cosas no van mal y es un país próspero que les debe mucho a los extranjeros que hicieron el trabajo difícil. Encima ahora la extrema derecha está creciendo mucho, como en toda Europa, y el inmigrante está más estigmatizado. Y no sólo se habla de los que vienen de Africa, sino también de los sudamericanos. Incluso en las campañas electorales representan a los extranjeros con formas de animales. Para mí es muy importante tratar de ponerles rostros a esas personas que son una simple estadística. En Europa hay alrededor de 300 campos y hay 600 mil personas encarceladas por el solo hecho de no tener documentos. Hoy en día en ese continente hay una guerra que no tiene nombre, pero sí terrenos, deportados y muertos; una guerra organizada contra aquellos que quieren vivir en Europa. Yo trato de alertar a los espectadores sobre eso.
–Suiza es uno de los países menos afectados por la actual crisis económica europea. ¿Encuentra alguna relación con racismo?
–Las leyes para encerrar a los que no tienen papeles van a cumplir veinticinco años, y más o menos hace veinte que la extrema derecha está subiendo. Nosotros no tenemos problemas con sindicatos ni nada, pero sí una derecha cuya “inteligencia” viene de los bancos y de las altas finanzas, que actualmente están en la mira de la Justicia por la cuestión del secreto bancario y demás. Su idea es tratar de dirigir la atención de la opinión pública a la gente más precaria. No sólo los inmigrantes, sino también los inválidos y las minorías. Tratan de inventar un enemigo interior para que la gente no se interese en las cuestiones de fondo.
–Usted suele citar una frase que dice que “Suiza es una prisión cuyos habitantes son a la vez guardias y prisioneros”. ¿A qué se refiere con eso?
–Es una frase de Friedrich Dürrenmatt. Nosotros vivimos en una democracia en la que todas las leyes tienen que ser votadas por el pueblo; no tenemos un Parlamento que lo haga. Las leyes de inmigración fueron populares, pero la gente no mide las consecuencias. En Vol Spécial o La Forteresse están los inmigrantes detenidos, pero también los guardias están presos dentro del sistema. Nuestra sociedad se construye su propia cárcel votando leyes sin saber las consecuencias. Hace poco votamos para ver si queríamos seis semanas de vacaciones o si seguíamos con cuatro, y la gente increíblemente eligió lo último. Allá hay una responsabilidad tan grande sobre la vida en sociedad que prefieren trabajar más para mantener el bienestar. Si se pidiera lo mismo en Francia, por ejemplo, la gente no querría seis semanas sino ocho. El documental es una manera de tener un espejo ante situaciones sobre las que no se toma conciencia de las consecuencias directas.
–Esa dualidad entre guardia y prisionero se nota sobre todo en La Forteresse. Si bien la mayoría de los inmigrantes son rechazados, también se ve que en los centros de asilo reciben un trato cordial y contención.
–Lo que pasa es que no son esos guardias los que estigmatizan. Es gente como vos y yo que tiene que aplicar las leyes de toda sociedad democrática. El tema es que cuando lo hacen generan una injusticia social. Es un sistema que va a destruir no sólo a los inmigrantes, sino también a aquellos que están a cargo de ejecutarlo.
–¿En qué momento decidió hacer películas ante esas injusticias sociales?
–Nunca me lo planteé como “voy a tratar este tema”, pero como soy hijo de inmigrantes siempre se toca con mi vida. Es muy complicado para los extranjeros. Pero no lo tengo establecido de antemano, no soy un militante que dice “voy a defender esto”.
–Usted dice que no hace un cine militante. Sin embargo, hay un posicionamiento ideológico desde el lado de las minorías. ¿No es una forma de militancia?
–No, no muestro a ninguno de los dos bandos como malos o buenos, sino que trato de explicar cómo funciona el sistema. Creo que mis películas son una especie de cine enganchado: yo doy un paso, pero requiero que se genere una reacción en el espectador. No digo “qué malo es tal” o “qué bueno es el otro”, y el cine militante sí. Soy un testigo, ésa es mi función y la de los documentales. Yo no puedo abrir las puertas, pero sí las ventanas a un mundo que habitualmente no se puede ver. Vol Spécial estuvo más de dos meses en los principales puestos de la taquilla suiza peleándoles a los tanques de Hollywood, y la anterior se dio en uno de los principales canales de televisión y generó un debate con el ministro de Justicia. Y para mí es muy bueno eso: los suizos podemos ser los peores votando ese tipo de leyes, pero también podemos confrontar con los políticos por sus acciones.
–Suena raro que se vean esas películas tan autocríticas en un país donde la derecha crece políticamente.
–Nunca dije que fuera fácil. Tuve a la derecha en la espalda. Los afiliados a esos partidos firmaron petitorios en la calle para que no se vieran mis películas. Después intentaron llevarme a los tribunales, me amenazaron de muerte y muchas cosas. Incluso sé que hoy en día la mayoría de mis llamadas quedan registradas.
–¿No le da miedo? ¿Cómo hacer para trabajar libremente sus películas sabiendo eso?
–Es que así se dan los gustos en la vida. Siempre tuvimos inmigración y asilamos a la gente que huía de las dictaduras. Mi cine es una manera de recordar que siempre fuimos una tierra para oprimidos, que inventamos la Cruz Roja, que tenemos la Convención de Ginebra, que normalmente protegemos a los que se tienen que ir de su país. Trato de recordar la obligación de defender ese ideal.
–Muchos de los inmigrantes se quiebran emocionalmente frente a cámara. ¿Tiene algún límite ético respecto de qué mostrar y qué no?
–Sí, claro, está muy presente esa cuestión. Hay muchas escenas que van mucho más lejos de lo que se ve, pero para mí es bastante natural ese límite. Siempre paro cuando siento que la emoción no sirve para la dramaturgia de la escena y que el espectador en ese momento bajaría los ojos. Se trabaja al límite, pero no trato de usar la cuestión de las lágrimas para hacer mi película más intensa, no utilizo música ni efectos, siempre es una realidad muy bruta. El suizo, como es de raíz protestante, es un pueblo que generalmente esconde sus sentimientos. Si uno quiere llorar, se esconde; no va a llorar frente a otra persona. Entonces el público mira mis películas porque tiene curiosidad por ver a aquellas personas que sí muestran sus sentimientos frente a cámara. Sé que quizá pueda sensibilizar a alguien porque toca temas muy íntimos, pero siempre intento estar a la altura de la persona que tengo enfrente, de no ir más lejos de lo que debería ir. O al menos eso intento.
* La última función de Remue-Ménage será hoy a las 11.30 en el Hoyts 7, mientras que el viernes a las 14 en el Malba será el turno de Exit, le droit de mourir. Mañana a las 17.30 en el Cosmos se verá la última proyección de La Forteresse. Por último, Vol spécial se verá hoy a las 22.15, mañana a las 14.15 y el sábado a las 22, siempre en el Hoyts 11.
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