CINE › DOS PUNTOS ALTOS, DE FRANCIA Y ARGENTINA, EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL
Detrás de su fachada minimalista, Nana, de Valérie Massadian, esconde otros relatos, eternos y universales, incluso legendarios. Por su parte, La araña vampiro, de Gabriel Medina, juega a ser un film de aventuras, pero es una crónica de iniciación.
› Por Diego Brodersen
Tramos finales para la Selección oficial internacional de este Bafici 2012, que con la exhibición del largometraje francés Nana alcanza uno de sus puntos más altos. El dato cholulo de esta sugestiva ópera prima tiene que ver con que su realizadora, Valérie Massadian, es la actual pareja de Pedro Costa. Pero más allá de un agradecimiento en la secuencia de títulos finales, poco y nada se parece Nana a la obra del cineasta portugués. De hecho, a juzgar por su primera creación cinematográfica, Massadian tiene voz propia. Y una que será necesario seguir de aquí en más.
Casi una miniatura por su conciso metraje y los escasos mecanismos narrativos comprometidos, el film abre con una extensa secuencia que registra la matanza de un cerdo. Lejos de la gratuidad, y sin ánimos de generar clase alguna de shock, esas imágenes que registran el paso de la vida a la muerte adquirirán una importancia mayúscula a medida que la historia se acerque a su clausura. Luego del sacrificio, una serie de bellos pero nunca preciosistas encuadres seguirá y virtualmente nunca abandonará a una niña que, a pesar de sus cuatro años, es dueña de muchos recursos.
Nana vive en el campo con su madre y cerca de la granja de su abuelo, aunque algunos de sus días y noches transcurren en la más absoluta de las soledades, librada a sus propios medios. Massadian dirige su mirada a la pequeña actriz Kelyna Lecomte, hurgando en cada uno de sus gestos, su infantil manera de pronunciar las palabras, sus movimientos y reacciones, escapándoles a la ñoñez y la sensiblería como si se tratara de ponzoña cinematográfica. La protagonista tendrá su primera dentición aún completa, pero no es éste un film infantil.
Nana es ante todo un objeto misterioso. Detrás de su fachada de ficción minimalista, de falso documental que investigase los más ínfimos detalles de las rutinas cotidianas, las imágenes esconden otros relatos, menos atados a lo fáctico, más eternos y universales, incluso legendarios. A pesar de lo antedicho, este film para nada enfático nunca pierde de vista la materialidad de lo que la cámara ha registrado. ¿Será todo una fábula, como las de Esopo, pero donde el sentido no es tan evidente ni pedagógico?
Un proceso diferente pero igualmente extrañado propone el argentino Gabriel Medina con La araña vampiro, su segundo opus luego de Los paranoicos (también presentada en competición en el Bafici hace cuatro años). Detrás de ese extraño título, que recuerda a algún film de horror de bajísimo presupuesto de los años ’30, es posible encontrar una muy particular película de aventuras, donde lo grandioso y lo extraordinario quedan reducidos a su mínimo exponente.
El punto de partida es el de un viaje al interior del país (el film fue rodado en locaciones de La Cumbrecita), no tanto como asueto ocioso sino como posible descanso terapéutico para Jerónimo (Martín Piroyansky). Resulta que el muchacho es algo fóbico y anda medicado con benzodiacepinas de toda forma y color. Sobra decir que su padre, encarnado por Alejandro Awada, desechará la excursión rápidamente como una pésima idea. Es que a poco de llegar Jerónimo es picado por una de esas arañas tamaño extra large y, más allá del diagnóstico despreocupado de una médica, la lesión no deja de crecer y tomar los más alarmantes tonos. Así comienza la búsqueda de un antídoto, empresa llena de riesgos e incidentes, que pondrá al joven en contacto con Ruiz (Jorge Sesán, a casi quince años de Pizza, birra, faso), un imposible guía de montaña, adicto al alcohol al 96 por ciento de volumen y con una valija repleta de miedos propios.
Crónica de iniciación y de crecimiento, La araña vampiro juega a ser un film de aventuras, una buddy movie, una comedia e incluso un relato fantástico, pero lo hace destilando todos sus componentes hasta quedarse con su gramaje esencial. Más allá de algún pasaje innecesariamente dilatado en su trecho central, Medina utiliza el montaje de manera metódica y encuentra en la economía de rasgos de estilo la forma más adecuada para poner en pantalla su historia, ciertamente inusual para el cine argentino.
* Nana se exhibe mañana a las 13 en Hoyts 12 y el sábado 21 a las 16.30 en Hoyts 10.
* La araña vampiro se verá mañana a las 19.30 en Hoyts 8 y el domingo 22 a las 21.30 en el Teatro 25 de Mayo.
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