CINE › SE ANUNCIARON LAS GANADORAS DE LA COMPETENCIA OFICIAL
El polémico film israelí Policeman, de Nadav Lapid, se alzó con los dos premios principales en la sección internacional. La Argentina consagró a Papirosen, de Gastón Solnicki, y al director Luis Ortega, por Dromómanos.
› Por Diego Brodersen
Todo tiene un final, como reza la canción. Como todos los años, fueron once días de fiesta para la cinefilia local, once jornadas marcadas por películas que, salvo honrosas excepciones, estarán ausentes de las pantallas porteñas durante los otros 355 días de este bisiesto 2012. Según la gacetilla oficial, esta 14ª edición habrá alcanzado hoy unas 230.000 entradas vendidas, aproximadamente un diez por ciento más que en la entrega anterior. Pero esos números oficiales (siempre demasiado redondos) son un dato frío que no hace a la esencia de este acontecimiento instalado en el corazón de la cultura de la ciudad. Con la mayoría de los invitados extranjeros y las películas regresando a sus lugares de origen, es hora de intentar un balance que dé cuenta de algunas generalidades. Imposible abarcar la totalidad, unas 450 obras entre largos y cortometrajes, ya que no hay uno, sino muchos festivales posibles, signados por la elección de unos u otros títulos.
Los premios de las principales competencias, anunciados en conferencia de prensa y ratificados en una ceremonia oficial en el C. C. Recoleta, dieron cuenta del gusto de cada uno de los jurados, en líneas generales en sintonía con los consensos de la crítica especializada (el paladar del público es tal vez más escurridizo). La gran ganadora de la selección internacional fue Policeman, polémico film israelí de Nadav Lapid que describe, en paralelo, a un grupo de policías de élite encargado de eliminar posibles amenazas terroristas y a un cuarteto de jóvenes judíos dispuestos a todo con tal de atraer la atención sobre la situación política y social en Israel. Es poco común que un solo título se lleve tanto el premio a Mejor película como el de Mejor Director; usualmente los jurados, divididos en sus opiniones, deciden entregar el último al que consideran el segundo mejor largometraje. No fue éste el caso, lo cual habla de la fuerte preferencia por Policeman, que será estrenado en la Argentina por la distribuidora Z Films.
El resto del palmarés incluye a la argentina Germania, ópera prima de Maximiliano Schonfeld que resultó ganadora del Premio especial del jurado, y La araña vampiro, de Gabriel Medina, galardonada con la distinción a Mejor Película Argentina en la competencia internacional. El actor Martín Piroyansky, protagonista de este último film, fue elegido Mejor Actor, y la joven Zoé Heran, quien apenas está ingresando en la pubertad, recibió el premio a Mejor Actriz por Tomboy (que también recibió los premios Fipresci y Signis). Tal vez el gran perdedor en esta sección haya sido el film francés Naná, de Valérie Massadian, para este cronista uno de los mejores largometrajes en concurso, que se quedó con las manos vacías. Un dato curioso: ninguno de los tres largos nacionales de la Selección oficial internacional transcurre en Buenos Aires, no tanto un ataque súbito de federalismo como un buen indicio de cierta necesidad de explorar otras historias en otros parajes.
Muchos films de la competencia nacional tuvieron también como trasfondo el mal llamado “interior del país”, pero el premio mayor de la Selección oficial argentina fue para el documental Papirosen, de Gastón Solnicki, rodado en varias ciudades del mundo, un film que Horacio Bernades consignó en estas páginas como uno de los puntos altos de esa competencia. La Mención Especial fue para otro documental, lo cual podría estar hablando de la fortaleza artística del cine basado en el registro de la realidad por sobre las ficciones. Se trata de La chica del sur, el complejo y sensible film de José Luis García, realizado en tres países. Finalmente, Luis Ortega fue ungido como Mejor Director por Dromómanos.
Más allá de las competencias, usualmente centro de atracción y tracción para el resto, en esta edición fue notoria la falta de una retrospectiva fuerte, de esas que llaman la atención de cualquier cinéfilo de ley. Las razones para esta ausencia pueden ser muchas, pero es posible que la tardía aprobación del presupuesto sea uno de los principales responsables: los programadores no pudieron trabajar con la antelación necesaria para llevar a cabo el laborioso proceso de ubicar copias y derechohabientes, indispensables para llevar a buen puerto un programa de esas características. A cambio, el Bafici ofreció focos breves que permitieron conocer a realizadores como el portugués Joao Canijo, el documentalista y crítico de cine finlandés Peter von Bagh o la austríaca Ruth Beckermann, virtualmente desconocidos aquí y dueños de obras relevantes. Esa fue, es y seguramente será una de las principales metas del Bafici: hacer visibles películas que nunca formarán parte de las corrientes principales de exhibición cinematográfica.
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