CINE › JAIME ROOS Y 3 MILLONES, SU OPERA PRIMA COMO DIRECTOR DE CINE
El músico uruguayo dice sentirse “como nene con juguete nuevo”. Su film acompaña la epopeya de la selección uruguaya en el Mundial 2010. “Un Mundial es algo absolutamente psicodélico, es como el famoso Magical Mystery Tour”, subraya.
› Por Cristian Vitale
La confesión resalta. Hace un año que Jaime Roos, primus inter pares entre los músicos futboleros más futboleros del Uruguay, no va a la cancha a ver a Defensor Sporting. A ese equipo que adoró y adora dribliando con elegancia las propuestas gloriosas de los grandes. A ese que le tributó “Cometa de la Farola”, una de las canciones más bellas de su repertorio (“dale más piola que llega hasta el sol”) y en ése en que centró su ojo, su color, sus domingos. “Estuve enclaustrado”, se excusa, y esboza una leve sonrisa. No fue por desencanto –el violeta marcha segundo invicto, a cuatro puntos de Liverpool y con un partido menos–, sino por una causa de fuerza mayor. “Vi sólo dos partidos en este tiempo: Uruguay-Holanda en el Centenario, y Uruguay-Paraguay, la final de la Copa América. Después fui a un concierto, a un cine y ya está... fue todo mi esparcimiento”, redondea al teléfono con Página/12. Cuando Jaime, hombre de libre circulación por el mundo al aire libre, se encierra es porque algo intenso está por suceder ¿Qué, en este caso?: 3 Millones, su ópera prima como director de cine, esa “fuerza mayor”. “Hace un tiempo me preguntaron qué me gustaría ser aparte de músico, y dije que lamentaba no tener dos vidas más: una para ser escritor y otra para ser director de cine. Nunca imaginé que iba a terminar haciendo una película y encima con mi hijo. La vida te da sorpresas ¿no?, diría Rubén Blades, y estoy como nene con juguete nuevo. Vi a cuarenta argentinos llorar durante la avant y di con lo que pensaba: ésta no es una película camisetera, que pretende decir que nuestra camiseta es más que las demás... es un himno al fútbol, a la vida, a la familia”, sostiene.
3 Millones, que se puede ver en el Teatro Sha (Sarmiento 2255) todos los días a las 20.30 de acá hasta el miércoles, resume en 135 minutos la epopeya celeste en el Mundial de Sudáfrica. Pinta, con las “siete finales” como hilo cronológico conductor, una historia global con sus ejes, codas y variables: la relación de afecto que une al murguero-beatle más murguero-beatle del Uruguay con su hijo Yamandú (nacido en Holanda, en épocas del disco Siempre son las cuatro, y encargado de las imágenes), la convivencia cotidiana de ambos con periodistas, hinchas y jugadores uruguayos, y postales en movimiento de una sociedad cálida. Un relato unívoco, al cabo, montado sobre hechos diversos. O varios ejes subsumidos en uno mayor. “Es una película que, si estuviste ahí, resulta imposible de contar. Es más, cuando volví del mundial no pude contarle a nadie lo que había vivido, ni siquiera a la que era mi mujer entonces. No pude abrir la boca (risas). Había gente que me hablaba de tal jugador, de tal otro, que me preguntaba cómo era tal y yo contaba ‘esto es así o asá’... Fue lo único que pude hacer. Es algo absolutamente psicodélico, es como el famoso Magical Mystery Tour”, describe.
–Siempre Los Beatles sobrevolando sus obras...
–Son la Biblia.
–¿En cuánto se parece y en cuánto se diferencia hacer un documental de estas características con componer la música completa de, por ejemplo, La Margarita, la obra que musicalizó sobre textos de Mauricio Rosencof, en 1994?... La referencia es por lo conceptual de ambas expresiones.
–No difiere en nada, porque para mí hacer La Margarita, Fuera de ambiente o 3 millones es lo mismo: es hacer arte, te puede salir mal o bien. Parece una respuesta vaga pero para mí no lo es, porque La Margarita es una película sonora. Incluso, no quise hacer un clip de ese disco para promocionarlo porque no quería darle imagen... deseaba que la gente, cuando lo escuchara, tuviera un viaje sonoro y literario. Y, como en el caso de 3 Millones, también me fue muy difícil concebir ese relato, manejarlo a nivel musical. Se trata de buscar el equilibrio, el amor que querés dar, el toque de originalidad que necesita cualquier pieza de arte. Ahora, si me pedís una pintura o dirigir un ballet, sería espantoso (risas).
No es la primera vez que Roos incursiona en la materia. Ha puesto música en cuatro films (El sueño de los héroes, El amateur, Luna de Avellaneda y El viaje hacia el mar) y fue editor –y hasta director “compulsivo”– de los seis dvd que acompañan su prolífica trayectoria (unos veinte discos entre Candombe del 31 y Hermano, te estoy hablando). “Llevo cinco mil horas de edición y esos antecedentes suman tanto como haber participado en Luna de Avellaneda (a él le pertenece la interpretación de “Siga el baile”). Conocí a Campanella y, aunque hables media hora con él, ya aprendiste una tonelada de cine. Todo fue fuerte: trabajar con Renán, con Stagnaro, con Guillermo Casanova acá en Montevideo. Siempre se trató de lo mismo: lograr una música correcta para apoyar el momento correcto y producir un determinado efecto en el argumento, en el desarrollo de la película. Es más: de joven, antes de irme a Francia y Holanda, también trabajé en unas 15 o 20 obras de teatro y entonces, aunque lo propio sea la parte exclusivamente musical, aprendí a manejar climas, a ser parte de un relato, a comprender lo que quiere el director, seguirle la cabeza, entender el manejo de un argumento, un suspenso o una emoción, algo que uno aprende muy poquito cuando hace música para cine, pero que no deja de ser un factor de enseñanza.”
–¿Quiénes son sus modelos en el rubro?
–Bueno, para enumerar a todos necesitaría una guía telefónica universal (risas), pero si me enfoco en 3 Millones, diría que el central es Kusturica y Fellini, por asociación natural. También me gusta mucho Sofía Coppola..., siento que hay una lejana influencia de ella en el uso de escenas aparentemente muertas, que supuestamente no tienen que ver con lo que está pasando, pero que sin embargo son complementarias para potenciar otras donde sí pasan cosas. Me refiero, en el caso puntual de mi película, a cierto sudafricano hablando de algo, secuencias de truco y asado, de baile, en fin. Ah, y amo a David Lynch. Yo soy cinéfilo desde que tengo memoria.
–De ahí a animarse a encarar una road movie con ribetes ciclópeos hay un trecho...
–Cierto. Con ser cinéfilo no alcanza para hacer una película, pero sí te da una serie de pautas que ayudan. En el momento de editar el material, a pesar de que estaba en la duda de si tirarme al agua o no, no solamente por el temor a hacer el ridículo sino porque sé que, cuando me tiro al agua, estoy un año adentro, el material me gustó tanto que me pareció que valía la pena hacer la película. Haciendo 3 Millones me di cuenta de una serie de leyes que desconocía, pero que, precisamente por ser un cinéfilo, intuía. Yo quise contar una historia, no hacer un documental periodístico.
–Está hablando de un límite, una frontera, un componente ficcional.
–Es que yo le digo ficción verídica a 3 Millones. Es una historia en la que van pasando cosas maravillosas, con un suspenso constante. Hay suspenso porque me ocupé de que en el relato y en el hilo conductor no faltara ese ingrediente, para mantener a toda la gente en vilo pese a que todo el mundo ya conocía el final. A ver: todo el mundo conocía el final de Titanic y es la película más vista de la historia, y para lograr un efecto similar tuve que sacrificar muchas cosas interesantes para que no se empantanara la historia, que debía ser más importante que el tono documental o algunos datos que hubo que dejar por el camino.
–¿Cuáles?
–Un segmento de tres minutos hechos con el maestro Tabárez que tuve que tirar. Estaba buenísimo, pero cuando estás contando una historia no te podés detener en un personaje, eso no puede pasar. Lo que tenía que decir sobre Tabárez lo dije a cuentagotas a lo largo de varias escenas: un comentario de diez segundos, otro de veinte y siempre sobre imágenes entretenidas. También tenía reportajes fantásticos a Forlán, Abreu, Lugano, cosas que hacíamos en Kimberley cuando no teníamos nada que hacer..., incluso la entrevista con Alcides Ghiggia, el autor del gol del triunfo en el Maracaná, en 1950: ¡el campeón del mundo más viejo del planeta! El fue a recibir una condecoración de FIFA y pude hacerle una nota de una hora, de la cual usé sólo un minuto, porque si no se convertía en otra cosa. En síntesis: cuando uno hace un documental en el que uno no puede producir las imágenes que quiere, sino que ya están producidas, se mete en algo complejo.
–Lo ha definido como una alfombra persa.
–Por el trabajo de edición, sí. Son centenares de puntos de vista, colores y sabores. No es ese tipo de documental en el que de repente estás estudiando la vida de los leones y filmás cómo caminan, cómo se suben arriba de un árbol o se le tiran encima a una cebra, yo qué sé... Acá hay un ritmo endiablado en el montaje, y por eso hablo de alfombra persa, porque la película dura dos horas y cuarto con un ritmo veloz que nos obligó a un trabajo de montaje y edición complicado, muy puntilloso.
–¿Y los personajes? Hay una relación con periodistas, hinchas y, sobre todo, jugadores que no es fácil de imaginar en una selección de otro país, un vínculo de distancia corta y hasta afectiva. Una circunstancia única, si se quiere.
–Yo estoy muy cercano a la celeste desde que escribí “Cuando juega Uruguay”, que siguen pasando en el Centenario cuando sale el equipo a la cancha. Y se me pone la piel de gallina como el primer día. He tenido muchos amigos en el fútbol y un día Juan Ramón Carrasco me dijo: “vos sos hombre de fútbol” y eso es un código muy claro: o sos o no sos. Tuve la oportunidad de vivir en la concentración de la selección en el Mundial de Corea-Japón, me hice amigo de algunos jugadores, pero en Sudáfrica pude comprobar el gran grupo que conformó Tabárez: un grupo unido, alegre, sin camarillas ni grupúsculos. No digo que en la película se marque el nacimiento de todo esto, pero se puede ver en cierta forma el florecimiento del proyecto Tabárez, ¿no?, porque fuimos al Mundial de casualidad y cuando llegamos nos dieron por muertos. Nos daban como últimos del grupo, afuera y adentro.
–De haber sido así, no estaríamos hablando de 3 Millones.
–(Risas.) Pero evidentemente hubo un grupo de guerreros, de marinos griegos, con tremendo temple y gran respeto y amor por lo que hace que se convirtió en protagonista principal de una película de aventuras, de una verdadera Odisea con final feliz.
–¿Y Defensor?
–Ah, claro, la otra odisea también terminó para mí (risas). Ahora voy a volver a ser una persona normal que, si tiene ganas de ir a la cancha a ver a Defensor, va y se manda sin impedimentos.
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