CINE › CANNES KEN LOACH PRESENTO SU NUEVO FILM, “THE WIND THAT SHAKES THE BARLEY”
El director inglés abrió la competencia con una obra a la altura de sus mejores trabajos. Hamaca paraguaya, sorprendente.
Ya pasó. El Código Da Vinci atravesó Cannes con la misma fuerza y –sobre todo– la misma fugacidad de un huracán. Si el primer día toda la estructura del festival se puso al servicio de la monstruosa máquina publicitaria de una película concebida como puro marketing (lo que no habla precisamente bien de la dirección de la muestra, que eligió privilegiar el impacto mediático al rigor artístico), un día después el mismo festival puso todas esas mismas energías en dar vuelta la página y dejar atrás la unánime estela de críticas negativas que cosechó la superproducción de Ron Howard basada en el best seller de Dan Brown. Así de voluble es Cannes: un día hace subir a unos a la alfombra roja que lleva al cielo –como sugiere el clásico corto de presentación del festival, adornado con la música etérea de Saint-Saëns– y al día siguiente ya los olvidó y hay otros esperando para remontar esa escalera a la fama.
La atención y los flashes de la segunda jornada de Cannes, que se convirtió en la primera de la competencia oficial, fueron para la nueva película de Ken Loach, The Wind that Shakes the Barley, un título inspirado en un poema del poeta irlandés Robert Dwyer Joyce, que habla de los vientos que agitan los campos de cebada, y que terminan forjando el espíritu de su gente. Considerado uno de los “abonados” del festival, donde lleva ganados múltiples premios (aunque no todavía la Palma de Oro), Loach se interna aquí en los comienzos del movimiento independentista en Irlanda, allá por 1920, cuando lejos de Dublín se forman las primeras facciones del Ejército Republicano Irlandés (IRA), para resistir la masiva ocupación territorial y los abusos de las tropas británicas.
Loach ya se había manifestado contra la presencia colonial inglesa en Irlanda en Agenda secreta, que en 1990 le ganó aquí en Cannes el Premio del Jurado y relanzó por entonces su carrera como cineasta. Pero si en aquella oportunidad se trataba de un film contemporáneo, casi de urgencia, aquí el director de Riff-Raff mira hacia atrás y se vuelca hacia el pasado “porque sentía la necesidad de entender cómo y por qué Irlanda terminó dividida y de qué manera se había originado el conflicto”, según declaró en la multitudinaria conferencia de prensa que siguió a la proyección.
Con la guerra por la independencia como contexto, el film de Loach se concentra en la relación de dos hermanos: Damien (Cillian Murphy), que después de profundas dudas sacrifica su carrera como médico para abrazar la causa irlandesa, y Teddy (Pádraic Delaney), que desde un comienzo se lanza a luchar contra la ocupación británica y termina enfrentado a su propio hermano, cuando adhiere a la controvertida tregua que firma Michael Collins en representación de un sector republicano, permitiendo una soberanía compartida con los ingleses.
“Al abandonar parte de su imperio, el poder colonial británico siempre se las ingenió para mantener intactos sus intereses estratégicos. Esa fue la astucia de gente como Churchill y Lloyd George”, afirmó Loach. “Cuando fueron arrinconados, cuando no estaba entre sus prioridades seguir negando la independencia, buscaron dividir el país y dieron su apoyo a aquellos en el movimiento independentista que estaban dispuestos a permitir que el poder económico siguiera en las mismas manos de siempre, aquellos con quienes pudieran seguir haciendo buenos negocios.” Según Loach, “este es un modelo de manipulación que hemos visto una y otra vez, y que seguimos viendo ahora, cuando las tropas estadounidenses y británicas ya evalúan su retirada de Irak y deben dejar el campo preparado antes de irse”.
Esta manera de entender el presente a partir de episodios del pasado no es nueva para Loach, que ya dio una clase magistral sobre el tema con Tierra y libertad, su lúcida visión de las divisiones del campo popular durantela Guerra Civil Española, que le valió el premio de la crítica en Cannes once años atrás. Como en aquel film, ahora en The Wind that Shakes the Barley Loach también trabaja con improvisaciones colectivas, en las que los actores discuten espontáneamente los caminos a seguir en tumultuosas asambleas, que le dan al film una verdad infrecuente en este tipo de reconstrucciones históricas. No todo el relato alcanza la misma intensidad y hay algunos tramos (sobre todo al comienzo) algo estereotipados en su representación del opresor británico, y demasiado didácticos en su recreación del nacimiento del IRA. Pero cuando Loach se interna en el conflicto de conciencia de esos dos hermanos, que deben resolver no sólo dilemas políticos sino sobre todo de orden moral (“Estudié medicina y ahora le pego un tiro en la cabeza a este hombre... Espero que Irlanda valga la pena”, se plantea Damien), su película alcanza la altura de sus mejores trabajos.
El viento de la historia también sopla fuerte en Summer Palace, el segundo de los films de competencia presentados ayer. El tercer largometraje del director chino Lou Ye –premiado anteriormente en Rotterdam por su opera prima Suzhou River– se lanza de lleno a revisar qué fue de la generación de Tiananmen, aquellos estudiantes universitarios que en 1989 pusieron en jaque al gobierno de Pekín al apropiarse de sus calles y que terminaron reprimidos, exiliados o simplemente absorbidos por una dinámica económica que barrió con todas sus utopías. Un poco a la manera de Bernardo Bertolucci, con una cámara siempre voluptuosa, Lou Ye asocia constantemente distintos planos –individual y social, privado y público– a partir de una historia de amour fou entre dos estudiantes que atraviesa toda una década de cambios políticos, que va de Tiananmen a la caída del Muro de Berlín y la recuperación de la soberanía china en Hong Kong. Su film, que estuvo a punto de ser censurado en su país y de venir a Cannes sin permiso del gobierno chino (cosa que finalmente no sucedió), es quizá demasiado ambicioso y no siempre alcanza aquello que se propone, pero tiene en la protagonista Hao Lei –de quien la cámara de Lou Ye parece enamorada– una posible candidata al premio a la mejor actriz.
Fuera de competencia, la coproducción de Lita Stantic Hamaca paraguaya, hablada completamente en guaraní y dirigida por una joven realizadora de Asunción, Paz Encina, se llevó los primeros aplausos de la sección paralela Una Cierta Mirada. “Después de El Código Da Vinci, su estrepitosa entrada en escena vino a salvar el honor cinéfilo y fue el verdadero film de apertura del festival, aquel que hizo sonar la auténtica sirena de partida que es la gran nave de Cannes”, se entusiasmó Olivier Séguret en su influyente columna del periódico Libération. Efectivamente, Hamaca paraguaya es un film a tener muy en cuenta, de una directora que puede aspirar sin complejos a la Cámara de Oro, el premio especial que Cannes les reserva a los realizadores debutantes. Compuesta apenas de siete planos fijos, la mayoría de ellos grandes planos generales, Paz Encina también es capaz de referirse a los vientos de la historia –en este caso la guerra entre Paraguay y Bolivia, en 1935– pero con una mirada lateral, en escorzo: la de un viejo matrimonio que espera inútilmente el regreso de su único hijo del campo de batalla.
La naturaleza desencadenada –una sinfonía de sonidos de la selva, un cielo que amenaza con una tormenta que tampoco llega, como ese hijo ausente– dialoga con un discurso que hace de la voz en off uno de los usos más singulares que le haya dedicado el cine hasta ahora, una voz ambigua, que parece al mismo tiempo puro presente y a su vez la reflexión que se hace sobre los hechos del pasado. Un guión quizá demasiado literario a veces amenaza con imponerse por sobre la puesta en escena, pero el sorprendente film de Encina se sobrepone a ese peligro y consigue convertirse en una obra finalmente homogénea, de una rara, angustiante belleza.
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