CINE › JOSé PEDRO CHARLO PRESENTA DOS FILMS EN BUENOS AIRES
El realizador uruguayo estrena hoy en la cartelera porteña El círculo, film que retrata a un ex preso político que, tras su liberación, se convirtió en eminente neurólogo. Pero también presenta El almanaque, mañana en el Doc Buenos Aires.
› Por Oscar Ranzani
El uruguayo José Pedro Charlo estuvo detenido nueve años en el Penal de Libertad –nombre que encierra una paradoja perversa–, durante la dictadura del país vecino. Cuando vio la luz –no solo del día, sino la de la vida nuevamente–, Charlo comenzó a cimentar una carrera cinematográfica, básicamente basada en abordajes vinculados con la memoria en torno de la etapa más oscura del Uruguay. Y sus últimas dos películas enfocan sobre experiencias de personas detenidas durante la dictadura, aunque diferentes entre sí, a pesar de que sus protagonistas tuvieron penosas reclusiones como presos políticos. Uno de ellos es Jorge Tiscornia, a quien Charlo dedica su documental El almanaque, que se exhibirá mañana a las 19.30 en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), dentro de la programación del 12º Doc Buenos Aires, y que contará con la presencia del director. El otro personaje reflejado por Charlo (en este caso, en conjunto con Aldo Garay) es Henry Engler, un hombre que pasó de estar al borde de la locura en la cárcel, durante la dictadura uruguaya, a convertirse por su fuerza de voluntad en uno de los neurólogos más respetados del mundo. El film que refleja su historia es El círculo, que se estrena hoy en la cartelera porteña.
La idea de El almanaque nació cuando Charlo leyó el libro Vivir en libertad, escrito por Tiscornia y Walter Phillips-Tréby, donde se recupera una historia que Tiscornia vivió en carne propia en el Penal de Libertad, durante la época en que fue cárcel política. Tiscornia había sido militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y pasó 4646 días –más de doce años– encarcelado. Durante su cautiverio, se dedicó a tomar registros de lo que allí sucedía. Escrito en forma de almanaque y con un código de signos, el registro de Tiscornia incluía detalles que iban desde las modificaciones del reglamento interno, pasando por cambios en las rutinas y la muerte de algunos compañeros, hasta la mención de las películas que proyectaban en el penal cada dos semanas. Pero Tiscornia escribía clandestinamente y, para no ser descubierto, guardaba los diminutos papeles en unos zuecos de presidiario ahuecados que sobrevivieron al momento de ser liberado. “El primer impacto para mí fue saber que ese registro personal estaba oculto en un objeto que producía un sonido que yo tenía en mi memoria”, comenta Charlo en la entrevista con Página/12, en referencia al recuerdo que tiene de los ruidos de esos zuecos mientras el propio cineasta estuvo preso, aunque no lo conoció personalmente a Tiscornia en la cárcel. “Eso me tocó mucho desde el punto de vista de la sensibilidad, de lo que uno vuelve a recordar. Y después me interesó muchísimo el tema de ese diario íntimo-personal que al ser concebido en forma clandestina es como una expresión muy simbólica del tiempo que se vivía”, agrega el director.
–¿La película intenta reflexionar no sólo sobre la época de la dictadura, sino también sobre la necesidad de un hombre de contar lo que estaba sucediendo?
–Claro, ese es el punto de vista central. Es el vínculo de esa actividad que tiene el contexto represivo de la cárcel, pero que está íntimamente vinculada con esa cosa innata del ser humano de dejar registro de lo que se hace. Cuando vemos las manos pintadas del hombre primitivo, en alguna medida, está asociada con esa forma. Y Tiscornia cuenta que esto lo empezó a hacer por esa necesidad básica de saber dónde estaba, porque sabía que estaba sujeto a permanentes situaciones que no sólo en lo personal se iban modificando, sino que toda la reglamentación y las condiciones de salud y sociales también se modificaban. Y con el correr del tiempo, si no hay un registro de eso en un contexto como la cárcel, lo más probable es que la memoria pierda muchísimo.
–En relación con eso, ¿esas anotaciones ayudaron a que no sólo haya memoria, sino también conocimiento a nivel social de lo sucedido durante la dictadura uruguaya?
–Ese registro tiene elementos de información que son importantes, pero sustancialmente lo que aportan es cómo era la vida cotidiana.
–Es por eso que, más que relatos políticos, fueron percepciones que tuvieron que ver con las circunstancias en que Tiscornia escribía ese almanaque, ¿no?
–Sí, totalmente. Una de las cosas que más me interesó fue que se trataba de registros realizados no por un encargo político. No era tampoco una preocupación intelectual de trabajar para el futuro, sino que fue surgiendo como una necesidad de tener referencias. Y después fue adquiriendo un sentido cada vez mayor y más profundo, en la medida en que ese registro empezó a tener un volumen cada vez más significativo. Eso le dio otra dimensión y otro valor desde el punto de vista cualitativo.
El círculo, en tanto, aborda la vida de Henry Engler desde que era un niño hasta la actualidad, en la que es un reconocido neurólogo que ha logrado investigaciones muy valiosas para el campo de la ciencia sobre el mal de Alzheimer. Engler fue también integrante del MLN-Tupamaros. Y el documental relata su captura y también su etapa de encarcelamiento: él y otros ocho dirigentes tupamaros (entre los que estaba el actual presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica) fueron considerados por la dictadura como rehenes, y por eso el grupo estuvo separado del resto de los presos. Y los militares siempre amenazaban con asesinarlos si la guerrilla continuaba con su lucha. Engler estuvo encarcelado durante trece años y sufrió trastornos psicológicos que lo pusieron al borde de la locura. En 1985, con el regreso de la democracia, no siguió militando, sino que se radicó en Suecia, donde continuó los estudios de Medicina, que había comenzado antes de caer detenido. Charlo reconoce, entonces, que “el camino de la reconstrucción personal me despertaba un enorme interés”.
–¿Cuáles entiende que son las principales relaciones entre El almanaque y El círculo, más allá de que enfocan sobre dos presos de la dictadura uruguaya?
–El vínculo tiene que ver con la referencia a historias sobre experiencias humanas en condiciones extremas. Ese es el denominador común. Y es el punto de vista con el cual me interesó trabajar en las dos. En el caso de El almanaque fue el afán de preservar la memoria y registrarla en sus detalles más mínimos. Y en El círculo, el proceso interior de reconstrucción de la personalidad que lo lleva a Engler a salir de la locura y llegar a ser lo que es este hombre en la ciencia.
–¿Y qué cree que tienen en común Tiscornia y Engler? ¿Tal vez la capacidad del hombre para superar situaciones difíciles y extremas?
–No sabría decir bien los elementos en común. Creo que son dos personas muy jugadas, muy comprometidas con lo que se plantean hacer. Me parece que ahí hay un punto en común. Después, diría que las experiencias fueron bastante distintas. El caso que aborda El círculo es una experiencia que tiene que ver con una situación bastante excepcional de nueve personas. En el caso de El almanaque es una experiencia personal que se vive en un contexto que más globalmente padeció la sociedad uruguaya. No es una situación excepcional sino que tiene que ver con lo que vivió la masa que fue reprimida. Hay un componente masivo ahí que me interesó justamente porque tiene que ver con lo que le tocó pasar al hombre común habiendo padecido la situación de cárcel o no, pero que encuentra en ese registro una empatía en cuanto a lo que le pasaba a él en ese momento.
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