Mar 05.02.2013
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CINE › STEVEN SPIELBERG HABLA DE LINCOLN, QUE SE ESTRENA AQUí ESTE JUEVES

“Lo que más me interesaba de Lincoln era su carácter mítico”

El director de La lista de Schindler dice que su película “tiene que ver con los ideales, la consecuencia con ellos y la manera de llevarlos a la práctica”. Pero reconoce que Lincoln “era un político y la política no es el reino de la pureza”.

› Por Nick Halloway

Cuando tenía cinco años, Steven Spielberg visitó por primera vez el monumento a Abraham Lincoln, ubicado en Washington. Se sintió abrumado por el tamaño, la altura, las dimensiones de ese monumento “más grande que la vida”. Pero al acercarse un poco, el rostro, la expresión de ese hombre le generaron fascinación. No es difícil ver en esa anécdota no sólo la matriz sino el espíritu mismo de Lincoln, película nº 28 del autor de La lista de Schindler, que recibió doce nominaciones para los Oscar y se estrenará este jueves en Buenos Aires. En Lincoln –basada en el libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, publicado por la historiadora Doris Kearns Goodwin a mediados de la década pasada– Spielberg logra bajar del monumento al padre de la patria. Pero no para consumar esa ilusión pequeñoburguesa que es “mostrar el rostro humano” del gran hombre, sino para exhibirlo en pleno ejercicio de su condición de hombre político.

Con Daniel Day-Lewis transmutado en el hombre de la barba candado (y nominado por quinta vez al Oscar), Spielberg se concentra en los cuatro meses que van de enero a abril de 1865. Cuatro meses en los que Lincoln, sus asesores y los miembros de su gabinete buscan la forma de poner fin a la Guerra Civil, a la vez que intentan imponer la enmienda que permita abolir de una vez la esclavitud. Mientras tanto, en su hogar el presidente intenta consolar a su esposa (interpretada por Sally Field, nominada por tercera vez en su carrera), que tras haber perdido dos hijos no puede terminar de elaborar el duelo. Lincoln no es un biopic de uno de los “padres de la Nación”, sino un film sobre el ejercicio de la política, que sin la menor ingenuidad Spielberg muestra no tan distinta de la de hoy en día. Con guión escrito por el dramaturgo Tony Kushner (que ya había escrito para Spielberg el de Munich), en el vasto elenco de Lincoln aparecen también Tommy Lee Jones (también nominado, como Mejor Actor Secundario), David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt y un renacido y notable James Spader.

–¿Qué le interesaba de la figura de Lincoln?

–Su carácter mítico, dicho esto tanto en el buen como en el mal sentido. Quiero decir: siempre me fascinó ese carácter, el del hombre que abolió la esclavitud, esa práctica aberrante que los Estados Unidos en su conjunto sostuvieron durante más de dos siglos. Pero por otra parte, cuando uno toma los libros de Historia y comienza a leer, comienza a adentrarse en el conocimiento del personaje y comprende hasta qué punto ese personaje real, de carne y hueso, dio lugar a un mito, dicho ahora en el sentido del estereotipo. La estatua, en lugar del hombre, digamos. De hecho, el primer recuerdo de Lincoln que tengo es el de su estatua, que cuando la vi, a los cinco años, me resultó abrumadora, de tan gigantesca. Pero cuando me acerqué, para mirarla más de cerca, quedé cautivado por el rostro de ese hombre. Es un recuerdo imborrable para mí, que me dejó haciéndome preguntas sobre ese hombre, sentado en la silla.

–¿Leyó mucho sobre él, de allí en más?

–Libros sobre Lincoln se han escrito montones, por suerte. Muchos más que películas, por cierto. Se contabilizan más de 7000 libros, y a la vez llama la atención comprobar qué pocas películas se dedicaron a su persona. Si usted quiere encontrar alguna, tiene que retroceder hasta los años ’30. Lo cual es sorprendente, teniendo en cuenta justamente su carácter de mito nacional.

–¿Qué descubrió en esas lecturas que no supiera de antes?

–En principio, una enorme cantidad de puntos de vista disímiles sobre él. A medida que leía, el mito universal daba lugar a una gran cantidad de Lincolns distintos. Una cosa que me llamó la atención sobre él fue el hecho de que habiendo jurado preservar la Unión, fue justamente bajo su mandato que la Unión se partió en dos. Por otro lado, me impresionó hasta qué punto él sintió lo que podría llamarse “el peso del poder”.

–Ese peso se siente física y psicológicamente en la película.

–Tener que conducir el país bajo una guerra civil que duró cuatro años le pesó tanto, psíquicamente hablando, que sufrió profundas depresiones. En verdad, no sé hasta qué punto mucho de lo que se describe como depresión no era, más simplemente, un profundo enfrascamiento, la intención de hallar una solución a los problemas de la guerra y la esclavitud. Y francamente me asombra que haya logrado no quebrarse y mantener la brújula bien apuntada, aunque bajo su mandato haya tenido lugar una guerra que dejó 750.000 muertos (hasta hace poco se consideraba que habían sido 600.000; las investigaciones más recientes suben la cifra hasta ese punto), habiendo perdido dos hijos y con una esposa que no pudo soportar esa pérdida.

–¿Cómo fue que de la vida de Lincoln eligió narrar apenas cuatro meses?

–Básicamente quería abordar a Lincoln en todos sus aspectos: como presidente en ejercicio y líder militar de uno de los bandos en guerra, pero también como padre y esposo. Así como hombre particularmente reflexivo y meditativo, que encarna los más altos ideales democráticos de los Estados Unidos, y trata de llevarlos adelante. Eso, sin hacer de él un héroe carente de contradicciones. Que las tuvo, como cualquiera, y la película las muestra. En cuanto al período elegido, la razón es sencilla: es el período en el que logra dar fin a la guerra y, al mismo tiempo, terminar con dos siglos y medio de un sistema económico y social basado en la esclavitud. Todo eso, mientras trata de que su mujer no se vuelva loca. Es un momento de logros francamente increíbles, alcanzados a costa de un esfuerzo gigantesco.

–Pero la concentración dramática e histórica de la película es todavía más específica que eso.

–Sí, la película se concentra en el esfuerzo de Lincoln por lograr que el Congreso apruebe la 13ª enmienda. Son dos horas y media de gestiones políticas, sumas y restas de votos, reuniones con aliados y opositores y presión sobre los indecisos, hasta llegar a esa sesión del 31 de enero de 1865.

–Algunas de esas gestiones no son precisamente límpidas, lo cual resulta sorprendentemente transgresor, en relación con una figura tenida por irreprochable.

–Lincoln era un político, y la política no es el reino de la pureza. El hace la vista gorda ante ciertas triquiñuelas que son propias de la política. Pero no comete nada que esté fuera de la ley. Lo que importa es que esas argucias se practican para alcanzar un fin noble y justo.

–En ese punto es inevitable plantear un paralelismo con la política contemporánea.

–Desde ya. Ya ve que no era muy diferente en aquellos tiempos. Pero la película muestra también el funcionamiento de un sistema democrático, que es el mismo que seguimos teniendo, ciento cincuenta años más tarde.

–¿En qué momento dio con el libro de Doris Kearn Goodwin?

–En realidad conocí a Doris antes de que escribiera el libro, y cuando me comentó dónde pensaba poner el acento me puse a esperar que lo escribiera, para poder filmarlo. La llamaba y le preguntaba: “¿Qué tal, qué hizo Lincoln hoy?”. Hasta que finalmente adquirí los derechos. De allí en más y mientras escribíamos el guión con Tony, intercambiamos con ella una cantidad monumental de mails, consultándole toda clase de cosas sobre Lincoln y la época.

–¿Cómo decidió dónde detener el cuerpo central del relato?

–Muy simplemente, una vez lograda la sanción de la Ley de Abolición sumamos ciertas escenas que nos parecía que no podían dejar de estar. Su recorrida por el campo de batalla de Petersburg y su confrontación con todos esos muertos sobre el campo, su conversación con el general Grant, su paseo en carruaje con la esposa. Todo ello nos permitía cerrar los distintos planos de Lincoln que la película aborda.

–¿Por qué no mostró el momento del asesinato?

–Porque es algo que se vio hasta el hartazgo, y además porque mostrarlo me parecía un gesto sensacionalista, perfectamente evitable. Lo que me interesaba no era el crimen en sí, sino sus repercusiones.

–La película estaba lista para estrenarse antes de las elecciones, pero usted prefirió estrenarla después. ¿Por qué?

–No quería que lo que la película muestra se relacionara directamente con el proceso eleccionario, me parece que va más allá de ello. Mucho menos, que se sospechara que había hecho la película como herramienta eleccionaria. Creo que de lo que se habla es de algo más grande que eso, que tiene que ver con los ideales, la consecuencia con ellos y la manera de llevarlos a la práctica.

–Lincoln es una película bastante infrecuente en su carrera, entre otras cosas por tratarse prácticamente de un film de cámara.

–Esta vez había que poner el acento en las palabras, más que en las imágenes, cuando en general yo hice lo contrario. Pero La lista de Schindler también era, en buena medida, un film de cámara, más hablado que visual.

–¿Qué opina sobre la reciente Abraham Lincoln, cazador de vampiros?

–No la vi, justamente para no estar obligado a responder esa pregunta.

Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.

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