Mié 26.06.2013
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CINE › EL PRODUCTOR LORENZO PERPIGNANI HABLA DE LA EXPERIENCIA DE CéSAR DEBE MORIR

“Nació del dolor de los detenidos”

El productor de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani cuenta los pormenores del rodaje del film más reciente de los directores italianos, una versión del Julio César de Shakespeare rodada con convictos de una cárcel de máxima seguridad.

› Por Oscar Ranzani

Aunque resulte difícil creerlo, los legendarios Paolo y Vittorio Taviani no tenían todo hecho en sus extensas y destacadas carreras cinematográficas. Si es cierto que la realidad influye para la construcción de una ficción, el caso de su último largometraje, César debe morir –que se estrenará el jueves 4 de julio– es paradigmático en ese sentido. Los hermanos Taviani descubrieron casi por casualidad que en la cárcel de alta seguridad de Rebibbia, en Roma, hay una compañía teatral que realiza puestas con actuaciones de los prisioneros. Y ambos se emocionaron cuando presenciaron el espectáculo El infierno de Dante en esa unidad carcelaria. Fue tanto el impacto que decidieron filmar Julio César, una de las obras cumbre de William Shakespeare, con esa misma compañía. Se trata de una experiencia cinematográfica tan original como exquisita, ganadora del Oso de Oro de la Berlinale 2012. Estos prestigiosos directores italianos lograron realizar el film con presos pesados –y no precisamente por su tamaño–, muchos de ellos criminales, convictos por tráfico de drogas, por robo a mano armada, y en muchos casos miembros de la camorra. Por lo tanto, César debe morir termina siendo una representación de la tragedia shakespeariana interpretada por personas que han experimentado la tragedia en carne propia.

A fines del año pasado se llevó a cabo el 2º Festival de Cine Italiano de Buenos Aires. En el marco de la muestra, vino el coproductor de César debe morir, Lorenzo Perpignani, que narró a Página/12 no sólo los pormenores de un rodaje fuera de lo común, sino también la génesis del proyecto. “Los Taviani quedaron muy conmovidos cuando fueron a ver la obra, por la fuerza de estos actores. Y empezaron a madurar por dentro esta idea de contar la vida de un detenido que no sólo tiene que hablar sobre su pena y los errores de su vida, sino que también puede tener una nueva vida, una vida en relación al arte, por ejemplo”, explicó el productor. “Si bien son personas que hicieron cosas graves, de todos modos están buscando cambiarse a sí mismos desde adentro. Entonces, para los directores la atracción nació en cuanto a estas ganas de cambiar por dentro que tienen estos presos. Y una persona que viene de esa experiencia de vida permite ver cómo se relaciona con Shakespeare.”

–¿Por qué decidieron representar Julio César?

–Era una de las piezas teatrales que la compañía estaba haciendo. Ellos fueron a ver la otra obra, pero cuando se pusieron a hablar con los miembros de esta compañía se dieron cuenta de que, a su vez, hacían otros espectáculos de diferentes autores. Y una era Julio César, que también es una gran metáfora sobre organizaciones criminales y sobre el asesinato de un jefe.

–¿Cuáles fueron las dificultades en términos de producción de acceder a la cárcel durante tanto tiempo?

–Obviamente hacía falta obtener el permiso con tiempo. No estamos hablando de prisioneros comunes, sino de una sección de la cárcel de alta seguridad. Entonces, las reglas son más duras que para un prisionero común. Hacer entrar a un equipo cinematográfico a una sección de alta seguridad no es algo normal. El cine tiene sus propias reglas, que son muy estrictas: dirigir a un actor, hacer un primer plano, el silencio para poder hacer tomas de sonido con el micrófono, la iluminación. Y todas esas cosas en una cárcel de alta seguridad no son normales. Por ejemplo, hay algunos prisioneros que tienen la hora libre y tal vez uno está filmando otra cosa. Y, entonces, uno tiene que estar todo el tiempo moviéndose para adaptarse al lugar y a la situación. También, los guardias empezaron a comportarse de un modo más flexible, ya que ellos estaban haciendo este trabajo ahí. Claro que siempre con control, porque la policía tiene la obligación de que no se escape ningún detenido.

–¿Hubo alguna traba de tipo legal para la producción del film o para filmar a los detenidos?

–No, particularmente, porque estuvimos muy atentos a respetar las reglas. Por ejemplo, cuando estábamos en los patios exteriores, al aire libre, los directores no podían filmar las torres de control donde estaban los policías por el riesgo de facilitar información que podía contribuir al escape de prisioneros.

–¿Cuáles fueron sus sensaciones al entrar a la cárcel?

–Mi sensación (y creo que también la del resto del equipo) era la de dejar lejos mi mundo personal, mis problemas, los traumas de toda mi vida y prepararme para entrar a un mundo donde los dramas son mucho más fuertes, donde uno respira el dolor y hay una fuerte empatía con el dolor. Yo decía: “Me canso por estar filmando diez horas ahí pero, ¿cuánto será el cansancio que tiene esta gente que, tal vez, está veinte años encerrada en una cárcel?”.

–¿Cómo era el trabajo cotidiano con los presos?

–Yo personalmente tuve un contacto muy fuerte con muchos de ellos. Yo era parte de la producción del film, pero como suelo hacer siempre en mis producciones, también hice algunas tomas del backstage, casi un documental sobre cómo se iba haciendo la película, e incluso agregué entrevistas a los detenidos. Para tener una verdadera entrevista hacía falta pasar un tiempo con esta gente para poder encontrar una verdadera respuesta desde su interior.

–¿Cree que César debe morir es un documental sobre la puesta de Julio César, como la definieron algunos críticos, o que se interna en el campo de la ficción?

–Esto es para mí muy importante decirlo porque sé que estoy hablando de lo que sienten los dos directores: César debe morir no es un documental. Es una proyecto que nace de una situación real. Entonces, muchas de las cosas que están dentro del guión traen una inspiración de la realidad. Pero todo el guión lo han escrito los directores desde la primera hasta la última palabra. Han hecho el guión y también lo confrontaron con los prisioneros y con el director de teatro de la compañía que trabaja hace diez años con los detenidos. La fuerza de este film radica en que toma cosas de la realidad y roza con el documental, más allá de no serlo. A veces, la gente lo ve y, por momentos, piensa que es un documental y, en otros, cree que no. Y se van confundiendo con esa idea.

–Aun sin ser un documental, ¿la película es también un relato de la vida carcelaria?

–Sí, es muy profunda porque habla de los prisioneros que se preparan para hacer una performance de actores. Y durante la historia van saliendo como erupciones de la vida privada de cada uno de ellos. De repente pasaba que un detenido le decía a otro: “Estás hablando de mí”, y se iban a las piñas. Por ejemplo, hay un momento en el film donde dos detenidos se enfrentan para resolver un problema de unos años atrás.

–¿Cree que la película reivindica la capacidad que tiene el ser humano de crear aun en las peores condiciones?

–Sí, pienso que sí. Y éste es un argumento muy singular, porque se puede decir que el detenido, más allá de que esté en las peores condiciones, todavía tiene por dentro una necesidad de vivir, porque cuando ha consumado el crimen en su cara no había una sonrisa mientras disparaba una pistola. Algo de bueno hay en todo el género humano. Entonces, siempre se encuentra un poco de luz en la oportunidad de crear. A veces, en esas situaciones se generan las obras de arte más bellas. Un cantante italiano dice: “De los diamantes no nace nada, porque el diamante es eso mismo: el final, lo consumado. De la mierda nacen las flores”. Es un film que nace del dolor de los detenidos para contar el dolor de la historia de Julio César.

–¿Para estas personas actuar es una manera de encontrar la libertad?

–Absolutamente. Por ejemplo, conozco a uno de los detenidos actores que también es un pintor que hace cuadros en la cárcel. Otro es poeta. Pienso que cuando no está la posibilidad de la libertad porque estás en la cárcel, tenés que encontrar algún modo para salvar tu mente porque estás encerrado. Y el arte puede ser uno de esos modos.

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