Vie 23.06.2006
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CINE › “EL LIBERTINO”, DE LAURENCE DUNMORE

Que vuelva el Marqués de Sade

› Por Horacio Bernades

4

EL LIBERTINO
The Libertine.
EE.UU./Gran Bretaña, 2006.


Dirección: Laurence Dunmore.

Guión: Stephen Jeffreys.

Música: Michael Nyman.

Intérpretes: Johnny Depp, Samantha Morton, John Malkovich y Kelly Reilly.

“No quiero gustarles, y no voy a hacerlo”, amenaza Johnny Depp en la apertura de El libertino. El espectador se pregunta qué clase de desagrados desplegará este buen hombre en el siguiente par de horas, para estar a la altura de semejante mojada de oreja. Durante la primera hora y pico, la clave del displacer parecería consistir en hablar demasiado. Sobre todo en relación con el título del film, que prometía otras artes de la lengua. Finalmente se intuye que lo que convertiría al protagonista en un desagradable reside tal vez en los estragos de la sífilis, que terminan haciendo de él algo parecido a un guiñapo humano, el rostro más llagado que el de Freddy Krueger. Y con cojera, ya que no cogidas.

Basada en una obra de teatro, El libertino cuenta las presuntas andanzas de John Wilmot, conde de Rochester, que en tiempos de la Restauración (segunda mitad del siglo XVII) supo ser hombre de confianza de Carlos II... hasta que la perdió. Mientras se ensaya como Pigmalión avant la lettre, intentando convertir a una actriz sin talento (Samantha Morton) en gran dama de la escena, Wilmot recibe del rey (John Malkovich, con una prótesis nasal heredada de la de Nicole Kidman en Las horas) el encargo de escribir una obra teatral que le permita congraciarse con su par francés, a quien odia. Como Wilmot odia a su vez a Carlos, le obsequiará una obrita porno, cuestión de hacerle pasar papelones. Lo cual provoca su expulsión del reino y la desventura final en el continente, sífilis incluida. Aunque apenas puede tenerse en pie, ya volverá Wilmot a Albión, tanto como para que Depp pueda disfrutar de su escena de bravura en la Cámara de los Lores, ante el posible escrutinio de la Academia de Hollywood.

Hablada de punta a punta, si El libertino parece teatral es porque lo es, gracias a un guión escrito por el autor de la obra. Tan poco activo sexualmente como para escandalizar a Sade, Casanova y Pietro Aretino, lo único que el Wilmot de Depp parecería tener inflamado es la verba. Con el inefable Michael Nyman taponando de arrestos sinfónicos la banda sonora, hay una escena en la que Laurence Dunmore, director debutante, se lanza en un travelling de 360º, como quien dice “acá estoy yo”. Pero lo verdaderamente preocupante tiene que ver con Depp. En la última parte de la película, el fetiche de Tim Burton se entrega de pies y manos a uno de esos unipersonales del narcisismo kitsch al que son tan afectos los menos respetables de sus colegas (y que hasta ahora parecían terreno felizmente vedado para él), abriendo un signo de interrogación en relación con su futuro y cerrando este Libertino tan poco divertido.

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