CINE › DIAGNOSTICO ESPERANZA, DIRIGIDA POR CESAR GONZALEZ
› Por Emanuel Respighi
La alarma del despertador suena a las 7.30. El pibe se levanta, va al baño y se cambia como cualquiera. Agarra su mochila con la imagen del Che Guevara y sale a trabajar. El pibe es un vendedor ambulante. O eso intenta. Ofrece pares de medias. “A diez pesos los tres pares”, ofrece en el tren. Una ganga. “Tres pares a diez pesos”, convida a los transeúntes del Microcentro. Todos pasan por delante suyo como si no estuviera allí. No vende nada. Nadie lo mira a los ojos. Los “no, gracias” brillan por su ausencia. Resignado, se cruza de brazos. Sus ojos llorosos transmiten tristeza e impotencia. No sólo por la imposibilidad de ganarse su dinero. Lo que parece quebrarlo es la brutal indiferencia que encuentra. Esa es una de las situaciones que forman parte de Diagnóstico esperanza, que se proyecta en el renovado Gaumont, diariamente a las 15 y a las 21.30.
Diagnóstico... es la ópera prima del “poeta villero” César González, conocido como Camilo Blajaquis, guionista y director. Reafirmando su identidad en la pantalla grande como ya lo había hecho en sus libros (La venganza del cordero atado y Crónica de una libertad condicional), González sacude la conciencia burguesa con un retrato de la vida cotidiana en el barrio Carlos Gardel y en Fuerte Apache. Sin concesiones, mostrando la complejidad de un mundo estigmatizado por los grandes medios, tiene la virtud de no idealizar ni victimizar a sus protagonistas. Con la legitimidad de quien sabe de lo que habla, el joven director –que también hace algunas apariciones– construyó una trama que conjuga elementos ficcionales y reales sin subrayados innecesarios. Un mundo en el que el delito y la ingenuidad se dan la mano a cada paso y en cada rincón de esos asentamientos que sufren las condiciones internas y la exclusión del afuera.
Sin intermediaciones fuera de foco, rodada a una única cámara, Diagnóstico esperanza es una suma de historias entrelazadas, de vidas cargadas de sueños y desesperanzas, violencia y desprotección. Sin plantearse como un film de denuncia sino más bien como una historia en la que víctimas y victimarios son las dos caras de una misma existencia, la película se presenta más como un grito desgarrador en el seno de una sociedad adormecida por el consumismo. En momentos en los que el tener se confunde con el ser, donde el rótulo se suelta con impunidad y las responsabilidades siempre están en el afuera, Diagnóstico esperanza interpela a los espectadores en su propia conciencia. Quien quiera ver, que vea.
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