CINE › LUCIANO QUILICI Y SU óPERA PRIMA, LOS QUIERO A TODOS, QUE SE ESTRENA ESTE JUEVES
En el film, adaptación de una obra teatral propia, el joven director pone el foco sobre un grupo de amigos en cuyos diálogos e intercambios de opiniones puede rastrearse el pragmatismo de los ’90. Que, según Quilici, no se ha diluido demasiado.
Nacido hace cuarenta años en la Argentina, Luciano Quilici pasó su infancia exiliado con su familia en Italia y volvió al país en su adolescencia. Desde entonces, estudió puesta en escena, dirección de actores y fue asistente de diversos directores de teatro, hasta que él mismo debutó en ese rol... a los diecienueve años. Y hace tres, estrenó Los quiero a todos, una historia en la que seis amigos de treinta y pico de años se juntan un domingo en una casa de campo a comer un asado: allí surgen todas las conversaciones propias de una generación y una clase social –la burguesía– totalmente alejada de lo que fue, por ejemplo, la de los ’70. Si bien algunas conversaciones son frívolas, los diálogos permiten entrever la esencia de conflictos que muestran la desilusión de los protagonistas por su presente, combinando, a la vez, un tono trágico y cómico. Con el tiempo, la pieza teatral se convirtió en película: Quilici estrena este jueves su ópera prima, que tiene el mismo título que la obra.
Quilici reconoce que si bien él viene del teatro, escribió algo “que ya era una película”. Pero como no conocía los mecanismos del mundo cinematográfico, trató de hacer una obra de teatro. “Y en cuanto se estrenó, el día de la primera función me di cuenta de que quería hacer una película”, cuenta en diálogo con Página/12. Es que el director la veía en la sala y decía: “Esto fue escrito para otro lenguaje”. Por eso sostiene que no hubo un gran trabajo de adaptación al lenguaje cinematográfico, ya que “en el guion de la obra las locaciones eran cinematográficas y los diálogos también”. No sólo eso: hoy recuerda la pieza teatral como “un ensayo general de la película”.
–Sí, de una clase social: de la burguesía acomodada de Buenos Aires o de las ciudadaes grandes y de cómo vive esa gente que tiene todo lo que el sistema te dice que hay que tener para ser feliz, pero las cosas no le cierran; es decir, a fin de mes las cosas le cierran, pero no de otra manera.
–Todo está inspirado en vivencias propias. Algunas cosas están exageradas, otras están achicadas, otras, imaginadas, otras son de gente que pertenece casi a mi riñón, pero la película es muy cercana a mí.
–Para mí es una película política.
–Porque nosotros crecimos escuchando sobre una juventud revolucionaria, idealista, que dio su vida por un proyecto que funcionó o no, pero no importa. Y, de alguna manera, la película es una crítica a la juventud de mi generación: una juventud edulcorada, muy liviana con sus decisiones, muy liviana con la militancia, con los amores y mucho más ocupada de los objetos importados y de los autos.
–Hay que hilar muy fino para decir que la clase media de Buenos Aires ha cambiado. Yo creo que los ’90 fueron una exageración de ese espíritu. Pero hoy por hoy no creo que las cosas sean muy distintas en la burguesía de Buenos Aires. Creo que ésta sigue teniendo los mismos anhelos que en los ’90 y el mismo discurso contradictorio de esos años. La película hace un intento de reflexionar sobre eso desde otro lugar. Yo tomé la decisión clara de no hablar de la dictadura, de los desaparecidos ni del exilio. Pero no hablar de eso no quiere decir que no nos haya pasado. Y no hablar de eso no necesariamente quiere decir ser frívolo. Podés no hablar de eso y seguir siendo político.
–Tiene que ver con una idea mía de lo que el cine tiene que ser. Yo sólo discuto mucho con la idea del cine independiente. Me parece que el cine independiente sin público no existiría y tengo la sensación de que hay cierta densidad del cine independiente que no es necesaria para hacer una película profunda. Entonces, traté que aparecieran momentos de comedia y de baile para que uno pueda decir: “Es una película que ‘dice cosas’, que habla de algo, no es una pavada desde que empieza hasta que termina, pero también es divertida”. Traté de ir mechando y eso funciona. Me parece que la gente se ríe de a ratos.
–En ese sentido, la película es honesta. Cuando uno escribe un guion, hace un recorte. Uno va a un asado y la gente habla un ratito de Cristina, un ratito de coger, otro de Boca y River, otro de los chicos, y un ratito de lo que se compró. Por ahí, yo exageré algunos temas y achiqué otros. Pero son conversaciones que he escuchado. Lo que pasa es que cuando las ven condensadas en una película, te dicen: “Eh, pará, la gente no habla así”. Sí, la gente habla así. Lo que sucede es que las películas no duran 24 horas. Duran 70, 80 minutos y son un recorte de esos diálogos.
–Sí, aparece bastante. Hay un momento en que la película se pone sexual. Cuando se habla de ese tema con tanta liviandad o casi con procacidad, en general, es como un telón para ocultar otras cosas. Cuando el sexo aparece de una manera casi procaz es casi como para hablar de cómo te sentís, cómo estás. Y en la película aparece un poco de esa manera, con amigos que dicen cosas muy guarangas por momentos, pero nadie cuenta cómo está.
–Sin un presente consolidado, sin un espíritu claro. No es importante si tienen trabajo o si van a tener una buena jubilación: la burguesía se las arregla siempre, es siempre muy privilegiada en este sistema. La idea es que llegaron a los treinta y pico sin un presente claro, sin la satisfacción de ser alguien.
–Hay como cierta idea de “sálvese quien pueda” o de cierto egoísmo. Tiene que ver con cierta superficialidad a la hora de ayudar. Es difícil encontrar hoy un tipo que se siente con vos cuatro horas a escucharte (digo, un amigo), a charlar y a ver qué necesitás. La gente no tiene tiempo, está como apurada. Te llaman por teléfono y te dicen: “Che, cualquier cosa que necesites, avisame”. Pero no lo sentís muy real. Me parece que pasa eso por ese motivo.
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