Sáb 09.11.2013
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CINE › CUESTION DE TIEMPO, DIRIGIDA POR RICHARD CURTIS

Ese truco de los viajes temporales

› Por Por Ezequiel Boetti

Tim Lake tiene 21 años, momento justo para que su padre le transfiera un secreto familiar: los Lake –ellos, no ellas– pueden viajar en el tiempo con sólo concentrarse en un cuarto oscuro. Pero no a cualquier momento histórico, sino a aquellos en los que hayan estado. Lo primero que haría cualquiera es preguntarse por qué, desde cuándo, cómo es posible, qué consecuencias acarrearía la modificación de un hecho pretérito en el presente. Salvo Tim (Domhnall Gleeson), que ante la noticia corre al placar para revertir su pésima performance con una muchachita la noche anterior. Desde ese momento, inicia una cruzada (temporal) no para hacerse millonario o remendar errores, sino para conseguir novia. Mal no le va, ya que gracias al ensayo y error conquistará a Mary (Rachel McAdams). Como Bill Murray con Andie MacDowell en Hechizo del tiempo, con la diferencia que allí los desvaríos temporales disparaban cuestionamientos y una progresión psicológica, mientras que en Cuestión de tiempo se los toma con una naturalidad fabulesca. Quizá porque ni siquiera el film tiene una explicación para el fenómeno, convirtiéndolo en algo voluble y atado a las necesidades narrativas antes que a una lógica interna. La justificación, entonces, jamás llegará. Ni para Tim ni para los espectadores.

Pero esto no es tanto un defecto como el síntoma de un film liviano e incoherente, portador de una moraleja insoslayable y un romanticismo almibarado. Lejos de la vergüenza o las ínfulas de grandeza, Richard Curtis, director de Realmente amor y autor de los guiones de Un lugar llamado Notting Hill, El diario de Bridget Jones y Caballo de guerra, jamás oculta sus intenciones. Incluso hace todo lo contrario, mostrándolas con el orgullo y la honestidad de aquellos realizadores que conocen a la perfección la dinámica de los mecanismos cinematográficos necesarios para encauzar a piacere el flujo emocional de la platea. Así, Cuestión... se desplaza desde el tono de comedia inocentona y empática de la primera mitad (viajar en el tiempo para repetir una encamada) a otro más trágico, haciendo de la última media hora una reflexión superflua y seriota sobre las oportunidades y la posibilidad de alterarlas, siempre con la búsqueda simplista de lágrimas, violín y luces blandas como norte.

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