CINE › BALANCE PARA EL ARGENTINO DE TEATRO, UN CLáSICO CON EPICENTRO EN SANTA FE
Nació como una búsqueda vital en medio del horror de las inundaciones de 2003, hoy es un encuentro imperdible, que apunta no a la agenda sobrecargada, sino a una reflexión profunda en las charlas y luego de las obras, que llegan de todo el país.
› Por María Daniela Yaccar
Desde Santa Fe
Siempre ante una catástrofe el ser humano necesita motivos para seguir viviendo. En 2003 la ciudad de Santa Fe experimentó uno de los momentos más difíciles de su historia: una terrible inundación que este año los diarios locales y nacionales recordaron por dos motivos. Por un lado, porque son evidentes sus similitudes con lo ocurrido en La Plata el 2 y 3 de abril y, por el otro, porque se cumplieron exactamente diez años de la tragedia. En ese contexto, en el que muchísimas familias acababan de perderlo todo y la gestión de Reutemann esquivaba las graves consecuencias del desborde del Salado, nacía El Argentino, un festival de teatro que fue una pulsión de vida en el medio del caos.
Los que lo viven desde el primer día subrayan que El Argentino fue algo así como “una flor de loto en el medio del barro”. La frase textual es del crítico rosarino Miguel Passarini quien, en una de las charlas que se dio en el marco del encuentro, sostuvo: “Buscó el encuentro de una ciudad que estaba desencontrada”. Una vez que apareció El Argentino de Teatro, en 2004 –a un año de la inundación–, le siguieron el de Danza y el de Literatura. Todos los eventos comparten el mismo espíritu: hacer un muestreo de lo mejor del arte nacional. El Argentino de Teatro es organizado por la Secretaría de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), a cargo de Luis Novara, con apoyo del Instituto Nacional del Teatro, del Gobierno de la Ciudad y el Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Argentina (Critea).
En esta Santa Fe de fines de 2013 la inundación es un mal recuerdo y un pedido de justicia que cobra vida cada martes con La Marcha de las Antorchas. El Argentino, ya instalado en la idiosincrasia local, es un festival muy tranquilo, acorde al ritmo de vida santafesino; no tiene la cargadísima programación de otros. Cada día hubo una charla o entrevista abierta y dos obras. Para el que viaja eso es una ventaja, porque ofrece la posibilidad de conectarse con lo que el lugar tiene para ofrecer. Como la confitería típica Las Delicias, la cerveza local o los ricos alfajores (aunque un vendedor de discos, enojado con las ventas “inmerecidas” de Abel Pintos, dijera que lo de los alfajores es un invento porque la ciudad no tiene, en realidad, nada para ofrecer; luego mostraría la hilacha al contar que era rosarino). El domingo, último día del festival, se veían grupos familiares en reposeras al costado de la laguna Setúbal; una pareja celebraba la victoria de un día de pesca; el arco iris bordeaba el célebre Puente Colgante y algunos padecían la décima derrota consecutiva de Colón de Santa Fe en bares y estaciones de servicio.
El clima no acompañó. Sin embargo, no fue un impedimento. Llovía desde el jueves. El domingo a la noche se largó con todo, después de una tarde esquizofrénica en la que llovía y salía el sol. A pesar del alerta meteorológico, el público colmó la capacidad de la sala Marechal del exuberante Teatro Municipal 1º de Mayo, en San Martín y Juan de Garay. En esa misma esquina se vio una de las postales más sintéticas de El Argentino, cuando el sábado se armó una larguísima cola para ¡BarrancAbajo!, versión libre del cordobés Edgardo Dib del clásico de Florencio Sánchez. Notable versión, una belleza; de las obras más destacadas que se vieron en los cinco días de El Argentino. Pasan esas cosas en los festivales en las provincias, que grafican la demanda que hay de teatro: filas que parecen las de las puertas de los bancos, públicos efusivos, agradecidos, que aplauden de pie.
En la ciudad en la que ocurrió uno de los hitos de la historia argentina (la firma de la Constitución de 1853, en el Convento de San Francisco), se realiza un encuentro que revaloriza el teatro argentino. Esa es una de sus particularidades: intenta ser un espejo de los escenarios del país. Hubo elencos de Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, Paraná, Mendoza y Chaco. Y otra de sus particularidades es que la organización corre por cuenta de una institución universitaria, una de las más importantes de una provincia que es polo educativo. Lo curioso es que no se haya dedicado especial atención al teatro santafesino dentro de la programación, defecto que fue puesto sobre la mesa por los periodistas de Critea, en una charla que brindaron en el Foro Cultural de la UNL, la otra sede del encuentro. Los críticos insistieron en la necesidad de una muestra paralela de producciones locales. Santa Fe tiene con qué: es una ciudad rica en teatro independiente, con una tradición que se arrastra desde 1950 y es, también, cuna de autores.
“Estos festivales hacen que, durante una semana, se respire teatro en la ciudad”, sostuvo el director de El Argentino, Jorge Ricci, en charla con Página/12. El teatro fue una ceremonia que se vivió sólo de noche. Otra de las obras más aplaudidas fue El crítico, del dramaturgo español Juan Mayorga, con dirección de Guillermo Heras y actuaciones de Pompeyo Audivert y Horacio Peña, que plantea un encuentro problemático entre un crítico y un actor de teatro. La comedia de la UNL ofreció un estreno, una alocada puesta inspirada en Ricardo III, con delirios tales como la incorporación de una canción de Café Tacvba a la historia de William Shakespeare. La compañía ELE TE, de Chaco, presentó una divertida versión de Quienay?, de Raúl Kreig, la historia de cinco mujeres del campo santafesino –Choni, Chuchi, Chola, Chela y Chita–, y sus miedos, sus deseos y la presencia de sus muertos. Más allá de cualquier juicio de valor respecto de la programación, que tuvo sus altibajos, la conclusión es que El Argentino apostó a obras más profundas que efectistas. Se apuntó a un espectador activo, con ganas de seguir reflexionando tras la función, y hubo lugar para todo: para un teatro político, para la comedia y la experimentación.
Párrafo aparte merece la presentación del libro II Inventario del teatro independiente de Santa Fe (Ediciones UNL), de Roberto Schneider y Verónica Bucci, que fue una de las actividades inaugurales. Schneider es un crítico local, prosecretario de redacción de El Litoral y un personaje central de la cultura santafesina. En la calle lo reconocen porque tiene un programa de televisión. Es un hombre que usa camisas y zapatos extravagantes, de un humor envidiable y con un papel fundamental en la realización de El Argentino. En el prólogo, Norma Cabrera lo denomina El Villano. Es uno de los pocos que ejercen la crítica en Santa Fe, por eso en la charla de Critea sostuvo que su poder le daba miedo. “Este libro no aborda sólo cuatro décadas de teatro, es la historia de una pasión. Soy un apasionado, eso es para mí el teatro. Eso es para mí la vida”, deslizó Schneider en un acto al que asistieron periodistas, funcionarios y artistas. Se estima que cerca de cuatro mil personas se hicieron presentes en los distintos espectáculos de El Argentino.
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