Vie 29.11.2013
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CINE › ENTREVISTA AL EXPERIMENTADO DIRECTOR PORTUGUES JOÃO CANIJO

Sobre el trabajo del actor en el cine

A su regreso del Festival de Mar del Plata, el director de Sangre de mi sangre hizo escala en Buenos Aires, donde está dando un seminario de dirección de actores. “El talento pasa por la generosidad y la capacidad de entrega”, afirma.

› Por Ezequiel Boetti

El doblete Mar del Plata-Buenos Aires se está volviendo una sana costumbre de estas fechas. Así, si el año pasado Sandrine Bonnaire aprovechó su paso por el festival costero para presentar una retrospectiva de su obra en la Capital, el 2013 encontró a Pierre Etaix recorriendo la Ruta 2 para presentar algunas proyecciones del ciclo sobre su obra programado en la Lugones. John Landis y su mujer, la vestuarista y directora de arte Deborah Nadoolman Landis, hicieron lo propio, en este caso para dar sendas charlas públicas en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc). El combo se completa con el realizador y guionista portugués João Canijo, quien durante la última semana integró el jurado de la Competencia Latinoamericana y ahora está en la ciudad dictando un seminario de dirección de actores en la Universidad del Cine.

Difícilmente el realizador de la insoslayable Sangre de mi sangre haya sido elegido por casualidad o conveniencia. Al fin y al cabo, su carrera está atravesada por un interés germinal hacia el oficio actoral. “Desde siempre me interesó la actuación. Incluso cuando era muy chico tuve la iniciativa de dedicarme a eso, pero rápidamente me di cuenta de que era muy malo. A partir de ahí sentí que las partes fundamentales de una película eran la forma fílmica, la dirección y el trabajo con los actores”, reconoce ante Página/12 el otrora asistente de dirección de su compatriota Manoel de Oliveira y los alemanes Wim Wenders y Werner Schroeter. La atención a las particularidades de la interpretación terminó de explotar en 2011, cuando filmó el documental Trabajo de actriz, trabajo de actor, en el que retrata las discusiones durante el proceso creativo de un grupo de diez artistas. Todo parece indicar que su obra seguirá en esa línea. En su último film, E o amor, que se exhibió en Mar del Plata, acentuó la búsqueda de un registro interpretativo verista aplicando otra vez un método que él denomina “de contagio”. Sobre eso y mucho más habla a continuación el portugués.

–¿Qué aspecto en particular le interesa de la actuación?

–Aristóteles decía que las palabras habladas son señales de las expresiones y los afectos del alma, lo que quiere decir que cada interpretación depende de cada uno y sus circunstancias. Y contra eso no se puede hacer nada. Entendí muy rápido que para poder utilizar una forma más abstracta es necesario tener una realidad muy concreta en los actores, y que si la actuación es muy genuina, sincera y real en el sentido de verdadera, es posible filmarla de la manera que uno quiera. Si es artificial, uno está muchísimo más limitado. 

–En sus películas utiliza generalmente el plano secuencia. ¿De qué manera cree que esa elección condiciona el trabajo de los actores? 

–Es la forma de filmar que condiciona menos porque les da mucho tiempo para que desarrollen sus personajes sin las restricciones de un posible corte. Pero para esto hay que tener la capacidad de darse cuenta de que los personajes pertenecen a los actores y son ellos los únicos que saben cómo interpretarlos. Como director uno debe tratar de no interferir porque la dirección es un artificio restrictivo. 

–En E o amor volvió a aplicar un método de trabajo llamado “de contagio”. ¿En qué consiste?

–Lo hago con una de mis dos actrices habituales, Anabela Moreira. Ella tiene la facultad y el talento de infiltrarse en los medios donde se va a desarrollar su personaje. En el caso particular de E o amor, ella pasó varias semanas en los puertos hablando e incluso conviviendo con las distintas mujeres a las que iba a retratar. ¿Por qué no fui yo? Porque si hubiera querido entrar en ese mundo habría necesitado al menos seis meses para ganarme su confianza. Ella, en cambio, lo logró en apenas dos meses. Cuando llegó se presentó como una actriz que estaba en pleno proceso de investigación y creación de un personaje, entonces las mujeres asumieron que eso era una ficción y dieron lo mejor de sí. Para contagiarse es necesario penetrar en el núcleo de esas personas y eso lleva tiempo. Si uno es de Buenos Aires y va a Córdoba, después de tres o cuatro semanas va a tener algunos modismos incorporados. Ahí está el contagio. 

–¿Y por dónde pasa el talento actoral en esa metodología?

–Es algo natural. Hay gente con más talento y otra con menos. Pero ese talento pasa fundamentalmente por la generosidad y la capacidad de entrega. 

–Podría pensarse que la idea de infiltrarse en los núcleos habituales de los personajes reales está relacionada con las aristas sociales de varias de sus películas. ¿Coincide?

–Las componentes sociales tienen que ver con algo que fue descubriendo con el tiempo, y es que las clases más bajas tienen menos vergüenza de sus propios sentimientos y entonces salen a la luz de una forma mucho más pura. Las clases altas, en cambio, son más aburridas y menos espontáneas. Entonces la arista social surge casi involuntariamente, porque mi interés viene de un componente humano y no desde lo estrictamente social. 

–Hace un rato mencionaba a Anabela Moreira, con quien trabajó en cuatro de sus films. ¿Qué encuentra en ella? 

–Es loca y tiene una capacidad de sacrificio y entrega total que no tiene casi nadie. También está Rita Blanco, que trabaja conmigo hace treinta años. Ella, a diferencia de Anabela, es muy racional y capta la esencia de sus personajes de una forma muy brillante e instantánea. 

–¿Entonces su rol de director pasa por adaptarse de la mejor forma posible a esas dos metodologías distintas?

–Totalmente, adaptarse a ellas y no que ellas se amolden a lo que uno cree que debería ser el proyecto.

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