CINE › ENTREVISTA A MAXIMILIANO PELOSI, DIRECTOR DE UNA FAMILIA GAY
El realizador no quiso hacer una película sólo de celebración por el avance en materia de derechos; en el film actualmente en cartel hay lugar para las dudas y los planteos, como el que considera al casamiento una institución heterosexual.
› Por Ezequiel Boetti
“El día que lo conocí me imaginé que íbamos a terminar los dos viejitos jugando a las cartas, pero jamás se me ocurrió que en las manos íbamos a poder tener alianzas”, dice Maximiliano Pelosi al comienzo de Una familia gay. La confesión tiene un disparador concreto: él y su pareja tienen, desde la sanción de la ley de matrimonio igualitario, la oportunidad de dar el sí ante un juez de paz. El problema es que no saben si quieren. “En un principio pensaba hacer un documental sobre el matrimonio de mis padres, o más bien del divorcio, porque después de 25 años ninguno de los hijos sabemos por qué se separaron, y todavía hoy no se hablan cuando se ven. Pero cuando empecé a preguntarme por qué quería hacerlo, me di cuenta de que era porque ahora me podía casar y, como repito la gestos físicos de ellos, tenía miedo de terminar como ellos”, afirma el realizador ante Página/12. A partir de esa duda, comienza un largo recorrido (que incluye un amplio abanico ideológico de testimonios que abarca desde parejas homosexuales hasta curas) en el que se propone deconstruir las acepciones de dos términos tensionados durante los últimos años, como son los de matrimonio y familia. El resultado de la experiencia emocional y física es el nudo central de su segundo film, que se verá desde hoy en la cartelera comercial después de su paso por varios festivales, entre ellos el último Bafici. “Yo me asumí como gay a los 17, y en ese momento pensaba que no me iba a poder casar, ni tener hijos. Era un paria dentro de una familia en la que crecían los nacimientos, casamientos y bautismos, todos dentro de una estructura muy cristiana”, recuerda Pelosi.
–¿Hubo una mejora en la aceptación social de las parejas homosexuales desde la sanción de la ley?
–Creo que en el fondo nadie esperaba que se aprobara. Muchos pensábamos que iba a ser un puntapié inicial para una discusión que llevaría años y, quizá, con el tiempo, iba a salir, pero finalmente terminamos brindando en el Congreso, todos felices y contentos. Ahora... yo no sé fácticamente cuál es la mejora. Particularmente hay casos en la que sirvió, como el del viudo americano que está acá y gracias a eso pudo firmar todos los papeles en la embajada. No le reconocen el matrimonio en Estados Unidos, ni puede cobrar la pensión, pero al menos pudo mandar el cadáver para allá. Eso para mí es importante. Creo que para muchas personas cambió el paradigma, pero no sé cuánto. En mi caso siento menos miedo de ir con mi pareja de la mano por la calle. Es el inicio de un cambio cultural.
–En ese sentido, cuando se estrenó Otro entre otros decía que notaba un cambio y sentía que a estas películas se las recibía de forma distinta.
–La visibilidad es mucho mayor. De hecho llegó hasta Farsantes, un programa del prime time. Igual da bronca que la historia de amor terminara mal, más allá del contrato o lo que sea. En la película se dice que uno aprende a enamorarse con los relatos de Hollywood y las telenovelas, y ahí el gay siempre fue el maricón afeminado o el que terminaba muerto.
–Usted dice que su familia es católica, conservadora y burguesa, y la religión es un tema que atraviesa sus dos films. ¿Cómo cree que se manifiesta esa formación?
–Hoy ya no creo en el catolicismo, pero es inevitable estar atravesado por eso. Cuando egresó mi sobrina, fui a una misa y me asustó que me salieran las respuestas a los dichos del cura. Me dio un pavor interno muy grande. Evidentemente uno está condicionado por la cultura en la que es criado, y a mí cuando era chico me llevaban a misa todos los domingos. Incluso en un momento pensé que por ser gay tenía que ordenarme porque era la cruz que tenía que cargar. Una locura. Sé que estoy trasvasado por la religión porque estoy criado de esa manera. Es una cultura muy fuerte.
–Si bien el film nace de esa duda personal sobre si quiere casarse o no, también pone en discusión la acepción de familia. ¿Por qué decidió incluir eso?
–Porque creo que en algún punto el casamiento es la base de la familia. No creo que la familia tenga que tener hijos, pero se supone que es un pacto que generan ambas partes a partir del cual empiezan a fundar una especie de familia. Pero cuando tenés una pareja homosexual, no está considerada la familia ahí. De hecho, un tema que abordo en mis dos películas es la viudez gay. Es algo de lo que no se habla, como que no existe ni está socialmente reconocida. No hay una noción de eso y a mí me resulta muy difícil creer que la vida puede existir sin familia.
–En un momento usted dice que lamenta mucho no poder disfrutar a la familia de su pareja, quien todavía no lo blanqueó. ¿Cómo se vive con esa sensación?
–Llega un momento en el que lo bloqueás y listo. Decís: “Bueno, esto es lo que tengo, lo quiero o no”. Todavía hay personas que no saben que tienen familiares gays, entonces te das cuenta de que, más allá de la ley, no todo está bien. A veces vas por la calle agarrado de la mano con tu pareja y te putean. En la película muestro el caso de dos mujeres que tienen un hijo y no pueden inscribirlo con los dos nombres. O sea, no todo es color de rosa. La ley sigue las costumbres de la sociedad, pero al mismo tiempo no puede hacer que se superen todos los prejuicios.
–Uno de los entrevistados dice que el matrimonio es una institución creada para una sociedad heterosexual, y que el casamiento gay implica imitar esa costumbre de la misma sociedad que los ha rechazado durante años. ¿Coincide?
–Creo que esa afirmación es real, que muchos no se quieren casar. Pero él lo dice por algo muy particular: su pareja había estado casada con una mujer e insistió para casarse porque quería igualar su relación actual con la anterior. Creo que el matrimonio es una institución un poco arcaica porque no contempla todas las realidades que existen. De hecho, ahora se discute la reforma del Código Civil, idea que surgió en medio del rodaje. Ahí decidí incluir a mi hermana abogada, leyendo los artículos en discusión para ver qué se podía decir de eso. Lo que sí da el matrimonio igualitario es la idea de igualdad, que para mí no cambió mucho en estos tres años, pero tarde o temprano tendrá que hacerlo. Va a ser imposible que en un colegio católico los chicos no se enteren de que dos personas del mismo sexo se pueden casar.
–La película muestra varias parejas con un integrante queriendo casarse y el otro no. ¿Buscó reflejar una situación cotidiana?
–Sí, el puntapié de la película es mi pregunta sobre si me quiero casar o no, y me parece interesante que a otros les pase lo mismo. Si no, hubiera sido una película militante sobre el matrimonio igualitario. De hecho, Otro entre otros es una película más en esa línea. Esta, en cambio, es mucho más personal. Durante una ronda de preguntas con el público en el Bafici, uno de los espectadores dijo que le había gustado porque, además del cuerpo, también se desnudaba el alma.
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