Mié 19.02.2014
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CINE › JAVIER DI PASQUO, DIRECTOR DE DE TRAPITO A BACHILLER

Para construir conocimiento

El documental hace foco sobre la experiencia de Gonzalo, un joven que decidió estudiar para salir de la calle, donde se ganaba la vida cuidando autos. En un sentido más amplio, el film habla sobre cómo funciona y cuál es el valor de la educación popular comunitaria.

› Por Oscar Ranzani

Gonzalo es un joven que nació en un ambiente complicado y con sólo 13 años su hogar fue la calle. Durante su adolescencia, tuvo problemas con la policía y bajones anímicos, producto de lo que le tocó vivir y de sus experiencias con las drogas. Y la única manera que encontró de ganarse la vida fue como limpiador de coches. Gonzalo es alguien que el lenguaje popular identifica como “trapito”. Hasta que conoció el Bachillerato Popular Maderera Córdoba, que le permitió que su vida tuviera un giro muy favorable. Si antes era consciente de que ni siquiera podía tener una novia porque no era dueño de ningún espacio adonde invitarla y no tenía nada para ofrecerle, al entrar al bachillerato, Gonzalo pudo plantearse objetivos y vislumbrar un futuro, algo que antes tenía vedado porque lo importante era el presente, la urgencia del día a día. Allí conoció a un grupo de compañeros y entendió el sentido de lo comunitario, ganarse unos pesos para tener una pieza propia y también... tener novia. Esta es la historia que cuenta De trapito a bachiller, documental de Javier di Pasquo que se estrena mañana en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont.

Si bien De trapito... enfoca sobre la experiencia de Gonzalo –y en menor medida, de otros jóvenes–, el núcleo del documental es algo más colectivo: el valor de la educación popular comunitaria y cómo es su sistema de funcionamiento. Editor en Crónica TV desde hace veinte años, Javier di Pasquo conoció a Gonzalo cuando pensaba en su segundo documental (el primero fue El yugo, sobre el acoso laboral, que no se estrenó comercialmente). Di Pasquo empezó a investigar sobre algo que le hacía ruido en su cabeza: el aprendizaje solidario colectivo. Así se contactó con cooperativas escolares. Después, se interesó en el trabajo de una cooperativa de educadores y administradores populares. “Ahí conocí por primera vez lo que era la educación popular, que utiliza la pedagogía de Paulo Freire, que habla de construir el conocimiento entre estudiantes y profesores, señala que hay que darles voz a quienes no la tienen. Entonces, fui al Bachillerato Popular Maderera Córdoba y ya con estos conocimientos nuevos me parecía que era una cuestión muy poderosa de contar, porque es una experiencia novedosa que se está multiplicando y cumple –y cumplía en aquel momento– en paliar una deficiencia del Estado en recuperar, contener o dar educación a miles de personas que no pudieron terminar el secundario por distintos factores sociales”, explica el realizador, que siguió durante tres años el proceso de aprendizaje de Gonzalo y sus compañeros hasta el momento de recibirse. Para ello estuvo junto al grupo con su cámara, previo pedido de permiso para no intimidar. Di Pasquo recuerda que fue aula por aula presentándose: “Me abrieron las puertas y ahí estaba Gonza”.

–¿Por qué decidió centrarse básicamente en la historia de Gonzalo?

–Su historia es la más extrema. Entre las que identifiqué, era una historia a todo o nada, porque si Gonzalo no hubiese tenido el bachillerato en ese momento, supongo que habría tenido un destino trágico. El partía de la nada. Y a partir de ahí, trató de integrarse a un estamento social que es la escuela y también hacerse ciudadano. Pensé que esa historia iba a traccionar todo lo que yo quería contar sobre el bachillerato. Y en el documental también muestro que es posible la integración heterogénea. Cada uno puede aportar desde su lugar y es posible la convivencia.

–¿Cómo surgió el Bachillerato Popular Maderera Córdoba?

–Surgió a partir de la crisis del 2001 y en comunión con las empresas recuperadas. Las empresas recuperadas sintieron que tenían que volcar a la sociedad su experiencia en cierto aspecto. Entonces, la Maderera Córdoba fue vaciada por los dueños y los trabajadores la recuperaron. Y ahí cedieron un espacio para el bachillerato popular. No recuerdo exactamente en qué fecha empezó, creo que en 2004, pero hay otros bachilleratos que son anteriores. Es una cooperativa de educadores e investigadores populares que están en varios bachilleratos de Capital y Gran Buenos Aires. Y siempre con esa metodología de enseñanza, con la consigna de que el estudiante se apropie del espacio y, a partir de ahí, construya conocimiento que sirva para luchar, en palabras de ellos.

–Una de las experiencias interesantes del bachillerato es que quienes concurren no sólo deben estudiar, sino también aprender el sentido democrático de una asamblea. ¿Cree que no sólo se instruye, sino también se enseña a ser ciudadano?

–Sí, ahí se aprende a tener un nuevo concepto sobre autoridad, porque la autoridad está en ellos, en los mismos estudiantes que deciden en asamblea. Es una instancia participativa que les da voz a aquellos que fueron silenciados por medio de la discriminación educativa o de otro tipo. O que no han podido acceder a la educación por distintos problemas evaluativos. Y creo que ahí se aprende que la autoridad está en un colectivo. No es uno que manda y otros que obedecen. Eso me pareció revolucionario. Y si se trasladara a distintos lugares de estamentos sociales, todo sería muy distinto. Sería revolucionario si esta enseñanza pudiera multiplicarse.

–¿Por eso se habla de espacio político-educativo en el documental?

–Claro, ellos lo consideran así porque están integrados a su grupo social. Si hay que pedir sueldos para los profesores, va todo el grupo: son estudiantes y profesores que reclaman por eso. Cuando hubo que pedir becas para los estudiantes, también las solicitaron los profesores. Y si había que pedir para un compañero que fue de-salojado (en esa oportunidad había compañeros del bachillerato que vivían en casas tomadas), también iban a apoyarlo. Es una solidaridad que se expresa políticamente.

–Algo que llama la atención del relato de Gonzalo es la necesidad de vislumbrar un futuro para su vida, difícil de encontrar en las personas en situación de calle, que sólo tienen tiempo de pensar en su propia supervivencia.

–Sí, lo sorprendente de Gonzalo es que pudo postergar un poco lo urgente por lo importante. Lo urgente era tener el pucho, las monedas, pero él vio un poco más allá y supo qué era lo importante para sí. Cuando probó esa instancia se dio cuenta de que era gratificante porque ahí conoció el amor, chicas, se integró como cualquier joven que quiere vivir su vida plenamente. Y esa red que él construyó en el bachillerato también lo ayudó a tener su propia habitación.

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