CINE › CINE EN TV THE DEEP BLUE SEA, DE TERENCE DAVIS, POR ISAT
La historia de amour fou concebida por el dramaturgo Terence Rattingan fue trasladada a la pantalla con un crucial cambio de punto de vista: el film es narrado por su protagonista, una mujer casada con un juez que es flechada por un piloto de avión.
› Por Horacio Bernades
Amour fou: dícese de la forma de amor que, en lugar de seguir los dictados de la razón, los contradice, haciendo todo aquello que la sensatez desaconseja. Una historia de amour fou es The Deep Blue Sea, escrita por el renombrado dramaturgo británico Terence Rattigan a comienzos de los años ’50 y puesta con frecuencia en escena a partir de ese momento. En ella, una mujer cambia el amor gris que la liga a su marido, juez añoso, por el amor loco que la flecha (sin flechazo no hay amor loco) a un joven ex piloto de la Royal Air Force. Tres años atrás, en ocasión del centenario del nacimiento de Sir Rattigan y como parte de una serie de homenajes, se le encargó a Terence Davies, realizador de El largo día acaba y Del tiempo y la ciudad, entre otras, trasladar al cine una obra del autor. Tras revisar el repertorio entero de Rattigan, varias veces llevado al cine (recordar The Browning Version, Mesas separadas, The Winslow Boy), Davies optó por The Deep Blue Sea.
Estrenado en 2011, el opus siete del cineasta de Liverpool ganó, entre otros premios, el de la crítica internacional, otorgado en el Festival de San Sebastián. Por aquí, ni noticias. No hasta ahora, al menos: el canal Isat lo pone en pantalla a lo largo del corriente mes y en todos los casos en horarios centrales (ver detalle al pie). Uno de los cambios que Davies practica sobre el original es crucial, ya que se trata nada menos que del punto de vista desde el que la historia es contada. El original mantiene esa tercera persona objetivista, tan afín al teatro académico como al espíritu inglés. “¿Puedo narrarla desde el punto de vista de la protagonista?”, preguntó Davies a sus mandatarios, casi como el chico que pide ir al baño en medio de la clase. Por suerte lo dejaron, porque de la narración en primera persona deriva toda la intensidad de la “versión Davies” de The Deep Blue Sea.
De allí deviene también la estructura de la escena introductoria, que mete en el mundo de Ra-ttigan una modernidad venida de otro lado. ¿Venida de Proust, tal vez? “En todas sus obras –explicaba Davies a la revista Film Comment–, Rattigan dedica el primer acto a exponer aquello que antecede a la obra, con la intención de poner al espectador ‘en situación’. No es algo que me parezca terriblemente interesante: si podés mostrar algo, no necesitás alguien que te lo cuente.” Lo que pone a funcionar Davies en esa primera escena es el corazón mismo de toda su obra: el flujo de la memoria. De la memoria de Hester (Rachel Weisz, que expresa más desesperación fumando que actuando), que mientras aguarda en su modesta piecita alquilada la llegada de su amante recuerda, de modo acronológico, situaciones vividas junto a su marido y su amante. Notable empalme visual para contraponer el mundo de la memoria con el del presente: la cámara pasa de girar en lento travelling sobre las piernas entrelazadas de la mujer y su amante a hacerlo sobre el cuerpo de Hester, sola ahora en su cama.
Ese es uno de los tres grandes momentos visuales de The Deep Blue Sea, después de la parsimoniosa grúa inicial, que recorre la calle y el edificio donde vive la protagonista, llegando finalmente a la propia Hester, que se asoma a la ventana, esperando la llegada del amante. El mismo movimiento, pero en el sentido contrario, cierra circularmente la película. “Ese travelling estaba en Young At Heart, con Doris Day”, confiesa el realizador, sin que se le caiga una sola medalla. Y hay también una escena que lleva la marca Davies en el orillo. En ella, el pasado irrumpe en el presente en medio del plano y sin corte, reconectando a la heroína con un momento feliz y salvándola así del inminente suicidio.
“Between the devil and the deep blue sea” es la expresión que equivale, en inglés, a “entre la espada y la pared”. En esa posición se mantiene o se coloca, durante todo el relato, Hester Collyer. Algo la llevó a casarse con alguien tan respetable como un juez, un cuarto de siglo mayor a ella, que encima se comporta con su siniestra, hitchcockiana madre, como si siguiera siendo el niño que alguna vez fue. Qué llevó a Hester a eso será seguramente lo mismo que a tantas muchachas bellas de tiempos prefeministas: el mandato no escrito de matrimonio, seguridad, solidez económica. Todo lo contrario del flashazo que le despierta Freddie, muchacho apuesto y cumplidor en la cama. Pero más afecto al pub, la Guinness y los amigos que a la necesidad desesperada que Hester tiene de él. The devil es la falta de amor; the deep blue sea, su exceso: los amores locos no saben de términos medios o negociaciones.
Estando Davies tan apegado al punto de vista de Hester –la víctima, la sufriente–, es de una notable lucidez y generosidad que sea capaz de entender tanto al juez Collyer como a Freddie Page. El juez no queda bien parado en relación con su madre, pero sí con la mujer que le metió los cuernos, a quien reiteradamente le ofrece volver a casa. A Freddie se le va la mano con el alcohol y es lo suficientemente desapegado para olvidar el cumpleaños de su amante, pero nunca promete lo que no va a cumplir. Esta consideración hacia quienes en otra clase de película no serían más que el despreciable burgués y el despiadado rompecorazones se corresponde con cierta distancia que Davies se reserva para observar la conducta de su heroína, admirando la capacidad de ser fiel a sus deseos pero dejando ver a dónde la conduce la ceguera de su corazón. El resto queda en manos del director de fotografía Florian Hoffmeister, que llena de sombras la Londres de los ’50, y de Sir Samuel Barber, cuyo Concierto para Violín da volumen al melodrama.
* The Deep Blue Sea podrá verse por Isat mañana a las 22.30, el miércoles 12 a las 20.40, domingo 16 a las 20.40, lunes 17 a las 18.45 y lunes 24 a las 22.30.
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